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Elizabeth torció el gesto, desconcertada.

– Ya basta de esa jerigonza, Ivan.

– Muy bien. Porque hoy Luke y yo nos disponemos a atrapar Jinny Joes. Creía que siempre habías soñado en querer alcanzar un deseo -dijo Ivan.

Elizabeth apartó la mirada.

– Sé lo que estás haciendo, Ivan, y no dará resultado -dijo-. Te conté cosas de mi infancia en la más estricta confidencialidad. Me costó mucho decir las cosas que dije. Y no lo hice para que tú las convirtieras en una especie de juego -concluyó Elizabeth entre dientes.

– Esto no es un ningún juego -dijo Ivan en voz baja. Se apeó del coche.

– Todo es un juego para ti -le espetó Elizabeth-. Dime, ¿cómo es que sabes tanto sobre las semillas de diente de león? ¿Cuál es la finalidad exacta de toda esa estúpida información tuya?

Ivan se inclinó hacia la puerta abierta y habló en voz baja.

– Bueno, me parece bastante obvio que si vas a confiar en algo que va a acarrear tus deseos en el viento, quizá también quieras saber con exactitud de dónde viene y adonde tiene intención de ir.

La portezuela se cerró de golpe.

Elizabeth los miró correr hacia el campo.

– Pues si es así, ¿de dónde procedes exactamente, Ivan? -preguntó en voz alta-. ¿Y dónde y cuándo tienes intención de ir?