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Capítulo 19

Después del día en que di a Elizabeth las cadenetas de margaritas… y mi corazón, aprendí mucho más acerca de ella aparte de lo que hacía con su madre los sábados por la noche. Me di cuenta de que es como uno de esos berberechos pegados a las rocas en la playa de Fermoy. Al verlos sabes que están sueltos, pero en cuanto los tocas o te acercas se paralizan y adhieren a la superficie de la roca para salvar la vida. Así es como era Elizabeth: abierta hasta que alguien se acercaba y entonces se ponía tensa y se encerraba en sí misma. Desde luego, se había abierto a mí aquel día en el jardín trasero, pero cuando al día siguiente fui a verla estaba enojada conmigo por habérseme confiado. Pero así era como estaba siempre Elizabeth, enojada con todo el mundo incluida ella misma, y probablemente estaba avergonzada. Elizabeth rara vez hablaba de sí misma salvo cuando lo hacía con sus clientes a propósito de su empresa.

Resultaba complicado pasar tiempo con Luke ahora que Elizabeth podía verme y, a decir verdad, se habría preocupado si yo hubiese llamado a su puerta fucsia para preguntar si Luke iba a salir a jugar. Tenía sus manías en cuanto a la edad de los amigos de su sobrino. Lo más importante, no obstante, era que a Luke no parecía importarle. Siempre andaba jugando con Sam y cada vez que decidía incluirme en sus juegos el pobre Sam se frustraba porque no podía verme, claro. Me parece que estaba interfiriendo en la amistad entre Luke y Sam y no creo que a Luke le importara demasiado que yo apareciera o no, dado que él no era el motivo de mi presencia allí y si no me equivoco él lo sabía de sobra. Ya he dicho que los niños siempre saben lo que está ocurriendo, a veces incluso antes que nosotros mismos.

En cuanto a Elizabeth, creo que la habría sacado de quicio que me presentara sin más en su sala de estar a medianoche. Una nueva clase de amistad conllevaba establecer nuevos límites. Tenía que ser sutil, ir a visitarla con menos frecuencia, pero no dejar de estar a su disposición cuando me necesitara. Como si de una amistad entre adultos se tratara.

Una cosa que me desagradaba sobremanera era que Elizabeth creyera que yo era el papá de Sam. No sé cómo comenzó aquello, y sin que yo dijera nada la cosa fue a más. Nunca miento a mis amigos, nunca, por eso intenté decirle muchas veces que yo no era el papá de Sam. En una de esas ocasiones la conversación fue como sigue.

– Dime, Ivan, ¿de dónde eres?

Era una tarde, poco después de que Elizabeth saliera de trabajar. Acababa de reunirse con Vincent Taylor para tratar del hotel y al parecer, según ella, se dirigió directamente a él y le dijo que había estado hablando con Ivan y que ambos consideraban que el hotel necesitaba una zona infantil para que los padres dispusieran de más tiempo para vivir su romance a solas. Bueno, el caso es que Vincent se rió tanto que dio su brazo a torcer y accedió. Elizabeth aún no entendía por qué Vincent había encontrado tan divertida la propuesta. Le dije que era porque Vincent no tenía ni la menor idea acerca de quién era yo, pero ella se limitó a poner los ojos en blanco y acusarme de ser demasiado reservado. Sea como fuere, gracias a aquello Elizabeth estaba de muy buen humor y con ganas de conversar, para variar. Yo me preguntaba cuándo empezaría a hacerme preguntas (aparte de las consabidas acerca de mi trabajo, cuánto personal teníamos, la facturación anual… Me aburría como una ostra con todos aquellos asuntos).

Pero finalmente me preguntó de dónde era, tan contenta que le contesté alegremente que de Aisatnaf.

Elizabeth frunció el ceño.

– Ese nombre me suena; lo he oído alguna vez. ¿Dónde queda?

– A un millón de kilómetros de aquí.

– Baile na gCroíthe está a un millón de kilómetros de todas partes. Aisatnaf… -pronunció Elizabeth despacio-. ¿Qué significa? No es irlandés ni inglés, ¿verdad?

– Es anticuado.

– ¿Anticuado? -repitió enarcando una ceja-. Francamente, Ivan, a veces eres tan malo como Luke. Me parece que saca la mayoría de sus ocurrencias de ti.

Me reí.

– En realidad -Elizabeth se inclinó hacia delante-, no he querido decírtelo antes, pero creo que te admira.

– ¿En serio? -Me sentí halagado.

– Bueno, sí, porque…, bueno -buscaba las palabras adecuadas-, por favor, no pienses que mi sobrino esté mal de la cabeza ni nada por el estilo, pero la semana pasada se inventó un amigo. -Rió con nerviosismo-. Su amigo se quedó a cenar unas cuantas veces en casa, correteaban juntos por el jardín y jugaban a toda clase de juegos, de fútbol a naipes pasando por el ordenador, ¿te lo figuras? Pero lo más curioso es que se llamaba Ivan.

Al ver que no reaccionaba lamentó haberlo dicho y se puso muy colorada.

– Bueno, en verdad no tiene nada de divertido, es completamente ridículo, por supuesto, pero se me ocurrió que a lo mejor quería decir que te admiraba y que te veía como una especie de modelo de conducta masculina… -Se calló-. En fin, ahora Ivan se ha marchado. Nos ha dejado. Por su cuenta. Resultó demoledor, como puedes imaginarte. Me habían dicho que podían prolongar su estancia hasta tres meses. -Hizo una mueca-. Gracias a Dios se marchó. Yo tenía la fecha señalada en el calendario y todo -agregó con el rostro aún colorado-. De hecho, por curioso que resulte, se fue cuando llegaste tú. Creo que asustaste a Ivan…, Ivan. -Trató de reír, pero mi rostro imperturbable hizo que se detuviera y suspirara-. Ivan, ¿por qué sólo estoy hablando yo?

– Porque estoy escuchando.

– Pues ya he terminado así que podrías decir algo -espetó.

Me reí. Cada vez que se sentía estúpida se enfadaba.

– Tengo una teoría.

– Bien, pues por una vez podrías contármela. Salvo que sea para meternos a mi sobrino y a mí en un edificio de hormigón gris dirigido por monjas y con barrotes en las ventanas.

La miré horrorizado.

– Venga -instó Elizabeth riendo.

– Veamos, ¿quién dice que Ivan ha desaparecido?

Elizabeth hizo una mueca de horror.

– Nadie dice que haya desaparecido, ya que para empezar nunca apareció.

– Lo hizo ante Luke.

– Luke se lo inventó.

– Tal vez no.

– Bueno, yo no le vi.

– A mí me ves.

– ¿Qué relación tienes tú con el amigo invisible de Luke?

– Tal vez yo sea el amigo de Luke, sólo que no me gusta que me llamen invisible. No es muy políticamente correcto, que digamos.

– Pero yo te veo.

– Exacto, por eso no entiendo por qué la gente insiste en decir «invisible». Si alguien puede verme está claro que no soy invisible. Piénsalo. ¿Acaso Ivan, el amigo de Luke, y yo hemos estado alguna vez en el mismo sitio en el mismo momento?

– Bueno, podría estar aquí ahora mismo, por lo que sé, comiendo aceitunas o lo que sea. -Rió y al cabo se calló de golpe al ver que Ivan había dejado de sonreír-. ¿Qué intentas decirme, Ivan?

– Es muy sencillo, Elizabeth. Has dicho que Ivan desapareció cuando yo entré en escena.

– Sí.

– ¿No crees que eso significa que yo soy Ivan y que de repente has empezado a verme?

Elizabeth puso cara de pocos amigos.

– No, porque tú eres una persona real con una vida real y tienes una esposa y un hijo y tú…

– No estoy casado con Fiona, Elizabeth.

– Ex esposa, entonces, no importa.

– Nunca he estado casado con ella.

– Bueno, nada más lejos de mi intención que juzgarte.

– No, quiero decir que Sam no es mi hijo.

Mi voz sonó más contundente de lo que me proponía. Los niños entienden mucho mejor estas cosas. Los adultos siempre lo complican todo.

Elizabeth dulcificó su expresión y apoyó una mano en la mía. Sus manos eran delicadas, con la piel suave como la de un bebé y dedos largos y delgados.

– Ivan -dijo con ternura-, tenemos algo en común. Luke tampoco es mi hijo -sonrió-. Pero me parece fantástico que aún quieras ver a Sam.

– No, no, no lo entiendes, Elizabeth. No soy nada para Fiona, no soy nada para Sam. No me ven como tú me ves, ni siquiera me conocen, eso es lo que intento decirte. Para ellos soy invisible. Soy invisible para todo el mundo excepto para ti y para Luke.

Los ojos de Elizabeth se llenaron totalmente de lágrimas y me apretó la mano.

– Lo entiendo -dijo Elizabeth con voz un poco temblorosa. Puso la otra mano en la mía y me la estrechó con fuerza. Batallaba con sus pensamientos. Me di cuenta de que quería decir algo y no podía. Sus ojos castaños escrutaron los míos y tras unos momentos de silencio por lo visto había encontrado lo que andaba buscando y su rostro por fin se relajó-. Ivan, no tienes ni idea de lo semejantes que somos tú y yo, y es un gran alivio oírte hablar así porque a veces yo también pienso que soy invisible para el resto del mundo, ¿entiendes? -Su voz tenía un deje de soledad-. Es como si nadie me conociera, como si nadie me viera tal como realmente soy… excepto tú.

Parecía tan disgustada que la estreché entre mis brazos. Aún me decepcionaba sobremanera que me hubiese malinterpretado por completo, cosa bien extraña, ya que se supone que mis amistades no se fundamentan en mí o en lo que yo deseo. Y hasta entonces nunca me había visto involucrado.

Pero aquella noche, mientras estaba tumbado solo en la cama procesando toda la información del día, me di cuenta de que, al fin y al cabo, por primera vez en mi vida Elizabeth era la única amiga que me había comprendido por completo.

Y para cualquier persona que alguna vez haya tenido esa conexión con alguien, aunque sólo haya durado cinco minutos, es importante. Por una vez no tenía la impresión de estar viviendo en un mundo diferente al de todos los demás, sino que, de hecho, existía una persona, una persona que me gustaba y a quien respetaba, alguien a quien había entregado un trozo de mi corazón, que sentía lo mismo que yo.

Todos sabéis exactamente cómo me sentía aquella noche.

No me sentía tan solo. Incluso mejor que eso, me sentía como si estuviera flotando en el aire.