– Al menos lo he intentado -dijo Piri con mal humor-. Ahora déjame en paz.

A partir de entonces reforzaron la guardia alrededor de ellos.

9

El terreno ascendía con rapidez y se volvía más salvaje y quebrado. El clima se iba tornando más seco. Estaban en una región dominada por dos grandes montañas. El nombre náhuatl de la de mayor altura era Cilatepetl, y la otra era Nauhcampatepetl.

Se desviaron a fin de eludir la punta más escarpada del Nauhcampatepetl y llegaron a Xicochimalco, una ciudad fortificada construida en una buena posición defensiva. Eran sirvientes de los mexica y llevaron víveres al grupo de prisioneros.

Descendieron de las montañas hacia una impresionante llanura, que empezaba en ese punto y se perdía en unas brumas polvorientas, de modo que parecía extenderse hasta el infinito. Grandes jirones de niebla blanca se deslizaban montaña abajo, como espectros de ríos. Lisán pudo ver entonces, por primera vez, la verdadera dimensión de su caravana. Ellos iban en la retaguardia de la formación, rodeados por numerosos guardias mexica . A partir de allí se prolongaba una larguísima fila de hombres hasta una distancia de media legua. El andalusí calculó que estaría formada por al menos cinco mil prisioneros.

– En algún momento han debido de unírsenos otras caravanas de cautivos -supuso Sac Nicte cuando él le señaló esto.

En la cabeza de la procesión, Lisán divisó los colores y los destellos dorados de las lujosas literas donde eran transportados los nobles mexica y el tlatoani . Prisioneros, sacerdotes y nobles formaban una larga serpiente con el cuerpo sombrío y la cabeza de oro reluciente.

Atravesaron la llanura y llegaron a un gran lago salado, que tuvieron que bordear. Los mexica lo llamaban Matlalcueye. Lisán pensó que era el lugar más desolado que había visto nunca. La tierra estaba resquebrajada y casi sin árboles, una llanura donde el calor era abrasador porque las montañas que habían atravesado la privaban casi por completo del acceso de los vientos del mar. El sol había abierto hondas fisuras en el barro seco junto al lago y, para no caer en ellas, la caravana se vio obligada a describir curvas sinuosas.

La gente que habitaba aquel lugar parecía tan marchita como el suelo. Contemplaban mudos aquella interminable cuerda de prisioneros que atravesaban sus tierras arrasando lo poco que tenían para subsistir.

– ¿Qué ha sucedido aquí? -preguntó Lisán volviéndose hacia los miserables campos que bordeaban el camino-. No se ven animales y la gente parece enferma.

– Hace miles de años que esta región es esquilmada por un imperio u otro -le dijo Sac Nicte-. Primero fue Tula y ahora es Tenochtitlán, antes fueron los sacerdotes de Tezcatlipoca y ahora son los de Huitzilopochtli. Pero el resultado es el mismo: absorben la savia de la tierra y la sangre de los hombres con sus trucos mágicos, hasta dejarla seca y sin vida. Descubrirás que la carne humana es muy popular por aquí.

En Huehuecalco había grandes cantidades de alimento almacenado para uso exclusivo de los mexica en su camino hacia sus guerras floridas. Las mujeres de la ciudad les trajeron la comida. Llevaban una falda de fibra de maguey y los brazos y el pecho pintados de azul.

Lisán escarbó en su tazón con aprensión. Hacía mucho que sus escrúpulos halal habían quedado atrás, pero comer carne humana era algo a lo que no estaba dispuesto. Encontró un pedazo de carne en su sopa de maíz, lo cogió con los dedos y se lo mostró a Sac Nicte.

– ¿Qué crees que es esto?

La mujer le echó un vistazo.

– Debe de ser lagarto. No te preocupes, la carne humana es demasiado valiosa, no se la darían a unos prisioneros.

Tiene sentido , pensó Lisán. La carne humana es la más difícil de conseguir de todas…

¿O no?

Arrojó a un lado el pedazo de carne.

– No he visto animales de tiro. Tampoco grandes animales de carne, ni caballos, ni vacas.

Lisán tuvo que pronunciar sus nombres en árabe, porque no conocía el equivalente en la Lengua Sencilla. Como la sacerdotisa no entendía, él los dibujó con un palo en el suelo.

– No sé qué son estas criaturas -dijo-. Quizás ésta se parezca a un venado…

– ¿No tenéis animales grandes?

– Los hombres son el animal de mayor tamaño. En las selvas del sur la vida es abundante, pero en estos parajes la carne humana es lo más apreciado.

– ¿Por eso necesitan tantos prisioneros?

– Beey. Por eso los mexica exigen la Guerra Florida. Las ciudades sometidas a su poder son obligadas a pelear una y otra vez para conseguir más y más víctimas para el sacrificio, para que la carne y la sangre fresca no falten. Tenochtitlán es como una gran criatura hambrienta que tiene que devorar inmensas cantidades de hombres para alimentarse.

Ella mantuvo la mirada horrorizada del andalusí y añadió:

– Ya sé que eso es algo incomprensible para tu cultura.

– Lo es. Es un pecado contra Dios.

– Quizá para tu dios, pero no para el nuestro. ¿Tu pueblo nunca ha probado la carne de otros hombres?

– Sólo durante el Jahiliyya , la era anterior a la llegada de los profetas de mi religión…

Lisán se asombró una vez más de cómo aquel mundo había permanecido en el tiempo con las mismas creencias de sus antepasados. Los antiguos celtas practicaban el «culto de la cabeza cortada», los fenicios, los nórdicos, las gentes de la India en honor de Varuna… Todos los pueblos de la Antigüedad practicaban sacrificios humanos, hasta que Abraham acabó con ellos… Sí, todo cambió cuando el santo padre Ibrahim encontró una piedra…

Un pedazo de roca caído del cielo…

Una pregunta le desgarró la mente: ¿algo enviado por un cometa?

Durante un instante se horrorizó al pensar que esas criaturas que habitaban los mundos flotantes de hielo hubieran intervenido también en el origen de su fe y en el de las otras religiones del Libro. Recordó la intensa sensación que experimentó al besar la Piedra Negra. ¿Acaso no fue similar a lo que había sentido al ingerir el hongo?

Con una profunda repugnancia, su mente rechazó aquella posibilidad de inmediato.

La caravana se puso de nuevo en marcha, y al amanecer Lisán distinguió un penacho de humo negro que se elevaba a lo lejos.

– Eso es el Popocatepetl -le explicó la sacerdotisa-. En náhuatl significa «montaña que humea». Nuestro destino está justo al otro lado.

Pasaron la noche al pie de la cordillera y por la mañana empezaron a ascender de nuevo. Y con cada paso la temperatura bajaba rápidamente. Caminaron entre los laberintos formados por montes aislados y arroyos pegajosos y resbaladizos. Seguían un camino junto a las rocas afiladas de un precipicio y la cuesta era tan empinada que a veces tenían que gatear para seguir subiendo. Entonces empezó a nevar. Sus ropas no eran adecuadas para aquel clima y Lisán caminaba apretando sus brazos contra el pecho intentando contener el temblor de su cuerpo. El aire entraba helado en los pulmones y los pies se lastimaban contra las rocas. Tenía por delante una pendiente de nieve, punteada aquí y allá por rocas, y marcada por los miles de pies que les habían precedido hasta tallar un sendero recto en ella.

Estaba agotado, pero los guardias los azuzaban para que avanzaran más y más aprisa.

– Debemos cruzar al otro lado… -jadeó Sac Nicte- antes de que se haga de noche… Es aquí donde Quetzalcóalt se detuvo al huir de Tula, y donde los enanos jorobados que le servían murieron de frío.

El andalusí comprendió que pasar una noche allí, sin mantas ni ropa de abrigo, sería también la muerte para la mayor parte de los prisioneros. Al fin la pendiente se suavizó, mientras alcanzaban el punto más alto del camino, y una fría ráfaga les indicó la proximidad del collado. Poco a poco el viento fue aumentando conforme se acercaban a la cumbre, empujándolos hacia atrás, como si algún poder de aquellas montañas no deseara que llegasen a lo alto. El sol era frío, no daba ninguna impresión de calor, y el cielo era blanco, con una palidez inquietante. El Popocatepetl se alzaba hasta una altura portentosa, rodeado por una corona de nubes, muy delgada, que se formaba cerca de su cono. De éste emergía una incesante fumarola negra que subía como una flecha lanzada hacia el cielo. Al otro lado estaba el Iztaccihuatl, que Sac Nicte le había dicho que significaba «mujer blanca». El paso entre ambos volcanes se elevaba hasta un desfiladero cubierto de nieve y luego el terreno descendía abruptamente.

Al llegar a la cumbre, Lisán contempló el paisaje. Era impresionante. Nada interrumpía la vista hasta la línea pura y recta del horizonte. Algunos picos aislados salpicaban la meseta y, a lo lejos, el sol iluminaba una amplia franja de platino, tan brillante como un espejo perfectamente pulido. Se distinguía una gran ciudad en aquel lago y muchos pueblos menores dispersos por la llanura. Pequeñas columnas de humo salían de las casas y se elevaban rectas hacia el cielo. Junto a los pueblos, vio parches rectangulares verdes que, sin duda, eran campos cultivados.

Otros eran de un color tan oscuro que parecía negro. No pudo imaginar lo que eran.

La parte delantera de la caravana ya bajaba hacia allí.

– El inmenso lago azulverdoso -canturreó Sac Nicte-, ya permanece apacible, ya se agita, ya hace espuma y canta entre las piedras… Desde pequeña he aprendido sobre este lugar sin haberlo visto nunca. Estar aquí es como penetrar en un sueño.

Lisán miró a la mujer y le preguntó:

– ¿Qué nos espera allí?

– No quieras saberlo aún, Lisán al-Aysar. Disfrutemos de cada momento en el que sigamos juntos.

El andalusí miró a un lado y a otro y se preguntó dónde estaría Baba. Quizá sus planes eran contemplar su sacrificio antes de emprender aquello por lo que había viajado hasta allí.

Pasaron la noche en el valle, al pie de los volcanes, y Lisán volvió a soñar que Sac Nicte desaparecía de su lado. Intentó abrazarla con todas sus fuerzas, para evitar que su cuerpo se esfumara, pero sus brazos pasaron a través de ella como si estuviera hecha de humo. Entonces, acudió a su sueño el momento en que había intentado retener a Jamîl y el muchacho le había sido arrebatado para ser conducido al sacrificio. Sus brazos eran de cera medio fundida y no podía sujetar al chico…

Se despertó gritando, y Sac Nicte, que como siempre estaba a su lado, lo abrazó y le susurró palabras hermosas para que se calmara y volviera a dormir.