Hay una anécdota de Isak Dinesen que podría ser de Copi, y en rigor de cualquier buen narrador. Una vez dictaba una novela, y de pronto apareció un personaje que había muerto capítulos atrás. La secretaria se lo hizo notar, y la baronesa respondió: "Querida, eso no tiene la menor importancia".

El Uruguay empieza a reducirse de tamaño. Tomamos la vía de la miniatura. El Monte se va por el mar. La casa presidencial comienza a brincar y el Presidente se muda con Copi a una gruta en la playa. Viven felices, con la niñita, "a la que adoro"; es la utopía definitiva en Copi, el gran aventurero: la vida cotidiana apacible y sin incidentes.

Definitiva, y por lo mismo: momentánea. Casi enseguida tiene que llegar volando "el Papa de la Argentina" para hacer explotar la apacible cotidianeidad con la aventura. La miniatu rización del Uruguay ya apunta a un sistema de encajonamientos, pues una miniatura es representación. Copi lo subraya en ese mismo lugar: la visita del Papa se debe a que todos los sucesos anteriores han sido transmitidos por la televisión argentina, y se han vuelto muy populares en la vecina orilla. La Argentina es la representación del Uruguay. Copi opera siempre con dos inclusiones simultáneas (y no sé si podría hacerse de otro modo): una mecánica, dependiente de los tamaños relativos, y otra de índole representativa. La aventura, la sorpresa, es parte de su felicidad cotidiana, por una necesidad que yo encuentro barroca: dentro de una situación no puede haber un vacío. De ahí la inestabilidad, y hasta el horror, que acecha en su felicidad. La regla es: todo mundo debe ser el receptáculo de otro, no puede haber mundos desprovistos de mundos adentro. Todo está envuelto en su representación, y eso es el barroco.

Los disfraces, las segundas identidades, responden al mismo sistema de inclusiones, por eso el Papa se revela como un sodomita traficante de blancas, que seduce al presidente y se lo lleva.

Al quedar solo, Copi se ocupa de gobernar el Uruguay, que ha seguido achicándose; consecuente a la disminución del espacio, en un acompañamiento que tendrá grandes consecuencias, el tiempo se hace vertiginoso.

Por suerte los uruguayos son fáciles de gobernar: se entretienen con rondas y juegos que se aceleran siempre…

Como casi todo lo demás en El Uruguayo, esto podría leerse al modo alegórico. Creo que sería un error. El corte en busca del significado siempre es inapropiado; en Copi es letal. Esa debería ser la moraleja, anticipada, de nuestro trabajo. Estos cursos se llaman "Cómo leer a…". Pues bien (y dejando de lado por el momento la pregunta previa, "¿para qué leer a…?"), ¿cómo leer? Leyendo, llevando adelante la lectura. Y si alguien quiere buscar el significado, debe hacerlo en lo que sigue, no en lo que ha leído. En lo que hace continuo, no en lo que corta.

Hace unos días leí Rinoceronte, de Ionesco. Es un ejemplo extremo. Por supuesto que puede interpretarse alegóricamente, de hecho parece pensado, hasta en los detalles, para que lo sea. Pero además está la posibilidad, muy cierta y feliz, de seguir leyendo a Ionesco. Y entonces la alegoría cae, simplemente porque podría haber otras. La alegoría se alimenta de ser única: la multiplicidad la mata. En la historia de la literatura, ha podido funcionar en sistemas muy fuertes, dogmáticamente únicos, por ejemplo el cristianismo medieval. Pero imagínense que después de su Comedia Dante hubiera escrito una Comedia islámica, una budista…

El trabajo del escritor, en tanto se extiende en su vida y responde con esa felicidad a la del lector (ya se sabe que un lector, lo único que quiere es seguir leyendo), va contra la interpretación. Recuerden la frase de Jasper Johns: "El arte es hacer una cosa, después otra cosa, después otra cosa…"

Y entonces, El Uruguayo se termina. El Presidente regresa y cuenta su aventura: el Papa lo ha explotado como travestí en los cabarets, ha sido desdichado, ha aprendido. Pero no ha aprendido tanto: sólo lo necesario para volver a caer, como lo sugieren las palabras que pronuncia en sueños. De la figura semi-onírica de comic que empezó siendo, el Presidente ha evolucionado hasta ese otro comic de Copi, el mundo de las "locas", que en su obra es una suerte de objet trouvé del comic.

La historia desemboca en la calma cotidiana de las locas, del universo-teatro gay, que era el mundo real de Copi. En una pirueta del continuo, hemos pasado de la ficción a la realidad, y estamos maduros para entrar al Baile de las Locas. Esta sí es la utopía definitiva de Copi, una paradójica utopía realista e inestable. Y ésa es la función de lo gay en su obra: un estabilizador relativo de lo cotidiano, por ser un ámbito cargado con su propio teatro y dibujo, una representación hecha mundo. Ahí es donde cesa la necesidad de incluir nuevos mundos, donde ya no tiene que suceder nada más para que todo siga. Como ven, El Uruguayo termina cuando debe terminar, no en cualquier parte, y el infinito inherente al relato no se ve afectado.

Tres observaciones más, antes de seguir:

1) El narrador le pide al Profesor que vaya tachando la carta a medida que la lee.

Esto es una alusión a la memoria y a su anulación, uno de los temas constantes en Copi. La memoria se pone en cuestión en sus novelas más que en sus cuentos.

La diferencia entre cuento y novela, que tan sutil puede ser, puede ser también muy simple: la novela es lo que pasa, el cuento lo que pasó. Entre lo que pasa y lo que pasó, hay una relación de inclusión. El tiempo se espacializa para admitir los encajonamientos, se hace dibujo. (El Baile de las Locas está enteramente dedicado a esta cuestión.)

Lo que pasó, es función de la memoria. Pero la memoria sucede en el presente, en lo que pasa, y en ella el pasado se miniaturiza, llega a ser el instante, el relámpago. La aceleración en Copi siempre tiende a este punto. En él la memoria se resuelve en la nada. La memoria es el acto de perderla, el borrado. Como aquel inventor que se pasó cuarenta años perfeccionando una aleación de grafito y goma, para lograr un lápiz que escribiera y borrara a la vez.

Su problematización de la memoria coincide con la recuperación del relato en estado puro, por paradójico que parezca. La memoria tiende al significado, el olvido a la yuxtaposición. La memoria es el hallazgo del significado, el corte a través del tiempo. El olvido es el imperativo de seguir adelante. Por ejemplo pasando a otro nivel, a otro mundo incluido o incluyente. Desde un mundo no se recuerda a otro. No hay un puente de sentido. Hay un puente de pura acción.

Entre paréntesis, y para volver otra vez a Borges, que es un inmejorable testigo de toda operación literaria, en él la memoria llevada al absoluto coincide con el olvido, o con una forma de olvido que es la ausencia de sentido:

Había un profesor (no el del Uruguayo , un profesor real, de esta misma universidad) que decía que lo que se sabe, no es lo que se recuerda, sino lo que se ha olvidado. Lo decía a propósito de nuestro sistema de enseñanza, que tiene el defecto de que los exámenes se toman inmediatamente después de las clases. Deberían tomarse, decía, diez años después, o veinte.

¿Parece una broma? No lo es. Supongan que leen un libro. Al día siguiente lo tienen todo en la memoria. Pasa el tiempo, y empiezan a olvidar; al fin, lo han olvidado todo. Es decir, lo han incorporado todo, son el libro. Recordar, es todavía poder rechazar.

El olvido en Copi no es un elemento casual o sobreimpuesto a su arte. Como el navio de Argos o como el stock celular de un animal, el olvido es el mecanismo que nos hace imperceptiblemente otros sin dejar de ser quienes somos. El olvido para existir necesita sucesos, de los que se alimenta: de ahí que el arte narrativo esté subordinado al olvido, para el que trabaja, y al que saca, en suprema paradoja, del recuerdo mismo.

2) El procedimiento epistolar. Copi lo usó aquí y en La cité des Rats. Tiene una función primera, que comparte con sistemas de tipo "diario íntimo" o "redacción de informe", de inclusión temporal: lo que pasó queda dentro de la escritura que se está haciendo ahora, el pasado dentro del presente, el cuento dentro de la novela. En El Baile de las Locas el método llega a su pleno desarrollo.

Por otro lado, el género epistolar cumple la función de mantener la distancia, o crearla o extenderla. Deleuze lo ha notado respecto de la correspondencia de Kafka y la de Proust; y cualquiera puede comprobarlo pensando un poco en las cartas que ha escrito. Se escribe una carta para mantener a distancia al otro. Aun, y sobre todo, cuando se dice "ven" en los tonos más urgentes. Que no es lo que le dice Copi al Profesor, todo lo contrario.

¿Qué es esa distancia? En primer lugar, es la creación de un espacio. Ese es el trabajo primero y último de Copi: crear espacio dentro del tiempo. Es algo demasiado extraño para que pueda explicarme aquí; pero ya verán cómo reaparece una y otra vez. Por el momento, digamos que la distancia es lo que separa al autor del lector, una distancia hecha de espacio tiempo. Como la estrella que brilla en el pasado. O el bello símil de un escritor yugoslavo, Milorad Pavic: entre el autor y el lector hay dos cuerdas tirantes que sostienen en el medio a un tigre. Ninguno de los dos puede aflojar la tensión, ni perder una posición diametral, de otro modo el tigre los devoraría.

3) Volvamos a la impresión primera, la del relato en su forma original, el cuento sucesivo de las cosas que pasaron… Lo más peculiar del Uruguayo, cuando uno lo recuerda en bloque, o mejor cuando lo ha olvidado todo, es que después del diluvio, después del fin de la humanidad, del fin del mundo, de la explosión o la contracción absolutas, la historia sigue. Incluso más allá del asunto, de la trama, de la invención, lo que se impone es esa necesidad que trasciende la forma y el contenido, la necesidad de la continuación. Todo podría terminar, los personajes morir, el escenario disolverse, los acontecimientos cesar en la interrupción o la repetición incesante… pero el cuento no, el cuento debe proseguir.

Este sentimiento nos aleja del texto, en dirección al escritor. El trabajo del escritor, como todo trabajo por otra parte, no puede adoptar otra modalidad que la del infinito. Nunca se dejará de escribir; no importa la brevedad de la vida, porque no se trata exactamente del tiempo tal como podemos pensarlo, sino de un tiempo que se hace infinito volviendo sobre sí mismo, en forma de espacio. Ese espacio es el texto. El texto ya escrito, con el que se enfrenta el lector, es una extensión dada. Pero dentro de esa extensión persisten las tensiones que la hacen incierta; el autor puede tomar cualquier decisión en cualquier momento, y cuanto más libre haya sido para tomarla, mayor será la adhesión del lector a esa ecuación de lo finito del texto y lo infinito del escritor.