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LIBRO DEL DESASOSIEGO DE BERNARDO SOARES

1 Prefacio

Hay en Lisboa unos pocos restaurantes o casas de comidas en los que, encima de una tienda con hechuras de taberna decente, se alza un entresuelo que tiene el aspecto casero y pesado de un restaurante de ciudad pequeña sin tren. En esos entresuelos poco visitados, excepto los domingos, es frecuente encontrar tipos curiosos, caras sin interés, una serie de apartes en la vida.

El deseo de sosiego y la conveniencia de los precios me han llevado, durante un período de mi vida, a ser parroquiano de uno de esos entresuelos. Sucedía que, cuando tenía que cenar a las siete, casi siempre encontraba a un individuo cuyo aspecto, que al principio no me interesó, empezó a interesarme poco a poco.

Era un hombre que aparentaba unos treinta años, magro, más alto que bajo, encorvado exageradamente cuando estaba sentado, pero menos cuando estaba de pie, vestido con cierto descuido no totalmente descuidado. A la cara pálida y sin facciones interesantes, un aire de sufrimiento no le añadía interés, y era difícil definir qué especie de sufrimiento indicaba aquel aire; parecía indicar varios: privaciones, angustias y ese sufrimiento que nace de la indiferencia de haber sufrido mucho.

Cenaba siempre poco, y terminaba fumando tabaco de hebra. Observaba de manera extraordinaria a las personas que había allí, no de modo sospechoso, sino con un interés especial; pero no las observaba como escrutándolas, sino como si le interesasen y no quisiera fijarse en sus facciones o analizar las manifestaciones de su carácter. Fue este rasgo curioso el que primero hizo que me interesase por él.

Pasé a verle mejor. Me di cuenta de que un aire inteligente animaba de cierto modo incierto sus facciones. Pero el abatimiento, la inercia de la angustia fría, ocultaba tan regularmente su aspecto que era difícil entrever, además de éste, cualquier otro rasgo.

Supe incidentalmente, por un camarero del restaurante, que era un empleado comercial, de una firma de allí cerca.

Un día sucedió algo en la calle, por debajo de las ventanas: una escena de pugilato entre dos individuos. Los que estaban en el entresuelo corrieron hacia las ventanas, y yo también, y también el individuo del que estoy hablando. Cambié con él una frase casual, y me respondió en el mismo tono. Su voz era empañada y trémula, como la de las criaturas que no esperan nada, porque es perfectamente inútil esperar. Pero resultaba, por ventura, absurdo conceder esa importancia a mi compañero vespertino de restaurante.

No sé por qué, empezamos a saludarnos desde aquel día. Un día cualquiera, en el que tal vez nos aproximó la circunstancia absurda de coincidir el que ambos fuésemos a cenar a las nueve y media, empezamos una conversación accidental. A cierta altura, me preguntó si escribía. Respondí que sí. Le hablé de la revista «Orpheu» [29] , que había aparecido hacía poco. La elogió, la elogió mucho, y yo me quedé verdaderamente pasmado. Me permití hacerle la observación de que me extrañaba, porque el arte de los que escriben en «Orpheu» [30] suele ser para pocos. Por lo demás, añadió, aquel arte no le había ofrecido verdaderas novedades: y tímidamente observó que, no teniendo dónde ir ni qué hacer, ni amigos a los que visitar, ni interés en leer libros, solía gastar sus noches, en su cuarto alquilado, escribiendo también [31] .

[29] La revista Orpheu fue fundada por Fernando Pessoa, Mário de Sá-Carneiro y Luis de Montalvor en 1915. Figuraba como editor del primer número Antonio Ferro. En el segundo y último, figuraron como directores Fernando Pessoa y Mário de Sá-Carneiro. A pesar de su corta vida, esta publicación fue decisiva para la evolución de la literatura portuguesa. Para más detalles, puede verse la «Introducción» a Fernando Pessoa, El poeta es un fingidor (Antología poética), Traducción, selección, introducción y notas por Ángel Crespo, Selecciones Austral, Espasa-Calpe, Madrid, 1982.


[30] Orpheu rompió con la tradición literaria de su tiempo.


[31] Parece evidente que este «Prefacio» debía ir firmado por Fernando Pessoa, en cuanto publicista del libro de Bernardo Soares. Se conserva, en efecto, una nota pesoana en la que se lee: «Do Livro do Desasocego, / composto por Bernardo / Soares, ajudante de guarda- / livros na cidade de Lisboa”, / por / Fernando Pessoa». La nota tiene, además, el interés de dar a entender que Soares no es más que un personaje creado por Pessoa, y no un heterónimo. Todos los fragmentos que siguen fueron atribuidos por Pessoa a Bernardo Soares.