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La historia niega las cosas ciertas. Hay períodos de orden en que todo es vil y períodos de desorden en que todo es alto. Las decadencias son fértiles en virilidad mental; las épocas de fuerza, en debilidad del espíritu. Todo se mezcla y se cruza, y no hay verdad más que en el suponerla.
¡Tantos nobles ideales caídos entre el estiércol, tantas ansias verdaderas extraviadas entre la escoria!
Para mí son iguales dioses u hombres, en la confusión prolija del destino inseguro. Desfilan ante mí, en este cuarto piso desconocido, en sucesiones de sueños, y no son más para mí de lo que fueron para quienes creyeron en ellos, ídolos de los negros de ojos inseguros y espantados, dioses animales de los salvajes de sertones enmarañados, símbolos figurados de los egipcios, claras divinidades griegas, rígidos dioses romanos, Mitra, señor del Sol y de la emoción, Jesús Mesías [343] de la conclusión y de la caridad, criterios varios del mismo Cristo, santos nuevos dioses de las nuevas villas, todos desfilan, todos, en la marcha fúnebre (romería o entierro) del error o de la ilusión. Marchan todos, y detrás de ellos marchan, sombras vacías, los sueños que, por ser sombras en el suelo, los peores soñadores creen que permanecen firmes sobre la tierra -pobres conceptos sin alma ni figura, Libertad, Humanidad, Felicidad, el Futuro Mejor, la Ciencia Social, y se arrastran en la soledad de la tiniebla como hojas movidas un poco hacia el frente por una cola de manto regio que hubiese sido robado por unos mendigos.