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La lectura de los diarios, siempre penosa desde el punto de vista estético, lo es también con frecuencia desde el moral, aun para quien tenga pocas preocupaciones morales.

Las guerras y las revoluciones -hay siempre una u otra en curso- llegan, en la lectura de sus efectos, a causar, no horror, sino tedio. No es la crueldad de todos esos muertos o heridos, el sacrificio de todos los que mueren combatiendo, o son muertos sin que combatan, lo que pesa duramente en el alma; es la estupidez que sacrifica vidas y haberes a algo inevitablemente inútil. Todos los ideales y todas las ambiciones son un desvarío de comadres hombres. No hay imperio que valga el que por él se rompa la muñeca de una niña. No hay ideal que merezca el sacrificio de un tren de juguete. ¿Qué imperio es útil o qué ideal proficuo? Todo es humanidad, y la humanidad es siempre la misma -variable pero imperfectible, oscilante pero improgresiva. Ante el decurso inimplorable de las cosas, la vida que hemos tenido sin saber cómo y perderemos sin saber cuándo, el juego de diez mil ajedreces que es la vida en común y en lucha, el tedio de contemplar sin utilidad lo que no se realiza nunca (…) -qué puede hacer el sabio sino pedir el reposo, el no tener que pensar en vivir, pues basta con tener que vivir, un poco de sitio al sol y al aire, y por lo menos el sueño de que hay paz del lado de acá de los montes.