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Me flota en la superficie del cansancio algo de áureo que está sobre las aguas cuando el sol concluido las abandona. Me veo como el lago que he imaginado, y lo que veo en ese lago soy yo. No sé cómo explicar esta imagen, o este símbolo, o este yo en que me figuro. Pero lo que tengo por cierto es que veo, como si en realidad lo viese, un sol por detrás de los montes, lanzando rayos perdidos sobre el lago que los recibe en oro oscuro.

Uno de los maleficios de pensar es ver cuándo se está pensando. Los que piensan con el raciocinio están distraídos. Los que piensan con la emoción están durmiendo. Los que piensan con la voluntad están muertos. Yo, sin embargo, pienso con la imaginación, y todo cuanto debería ser en mí o razón, o angustia, o impulso, se me reduce a algo indiferente y distante, como este lago muerto entre rocas donde el último sol flota alargadamente.

Porque me he parado, se han estremecido las aguas. Porque he reflexionado, el sol se ha recogido. Cierro los ojos lentos y llenos de sueño, y no hay dentro de mí sino una región lacustre donde la noche empieza a dejar de ser día en un reflejo castaño oscuro de aguas de las que surgen algas.

Porque he escrito, nada he dicho. Mi impresión es que lo que existe existe siempre en otra región, más allá de los montes, y que hay grandes viajes por hacer, si tuviéramos alma con la que tener pasos.

He cesado, como el sol en mi paisaje. No queda, de lo que ha sido dicho o visto, sino una noche ya cerrada, llena de un brillo muerto de lagos, en una planicie sin patos salvajes, muerta, fluida, húmeda y siniestra.

28-3-1932.