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– Es difícil evocar a Tagore y no nombrar a Gandhi…

– Vi a Gandhi, y hasta le oí, pero de lejos y muy mal: el altavoz no funcionaba, si es que había alguno aquel día. Fue en Calcuta, en un parque, durante una manifestación no violenta… Pero le admiraba, como todo el mundo. Yo estaba preocupado por otros problemas, pero el éxito de su campaña de la no violencia llegó a interesarme enormemente. Entiéndase bien que por entonces yo era cien por cien antibritish. La represión inglesa contra los militantes del swaraj me exasperaba, me sublevaba.

– Sus sentimientos eran, en definitiva, los de su personaje de La noche bengalí: aborrecimiento del colonizador e incluso del europeo…

– Sí, muchas veces sentía bochorno al ser reconocido como blanco, me avergonzaba de mi raza. No era inglés, afortunadamente, y era ciudadano de un país que jamás había tenido colonias y que, por el contrario, había sido tratado durante siglos como una colonia. No tenía, por tanto, motivo alguno para sentir un complejo de inferioridad. Pero al sentirme europeo, me avergonzaba.

– ¿Le preocupó «la política» -por decirlo del modo más simple - durante su juventud?

– En Rumania, nada absolutamente. Me sensibilicé a la política en la India. Allí en efecto, pude ver la represión. Y me decía: «¡Cuánta razón tienen los indios!». Aquél era su país, no reclamaban sino una especie de autonomía y sus manifestaciones eran completamente pacíficas, no provocaban a nadie, reclamaban lo que era su derecho. Pero la represión policiaca fue inútilmente violenta. En Calcuta tomé conciencia de la injusticia política y al mismo tiempo descubrí las posibilidades espirituales de la actividad política de Gandhi, aquella disciplina espiritual que permitía resistir a los golpes sin responder. Era como Cristo, el sueño de Tolstoi…

– Eso significa que se dejó ganar en corazón y alma por la causa de la no violencia…

– ¡Y también de la violencia! Por ejemplo, un día escuché a un extremista y le di la razón. Entendía perfectamente que también deben existir algunos violentos. Pero en resumidas cuentas, estaba muy impresionado por la campaña de la no violencia. Además, no je trataba únicamente de una extraordinaria táctica, sino que constituía una admirable educación de las masas, una admirable pedagogía popular que se proponía ante todo el dominio de sí mismo. Era algo verdaderamente superior a la política quiero decir superior a la política contemporanea.

LAS TRES LECCIONES DE LA INDIA

– No tenía veintidós años cuando llegué a la India. Muy joven, ¿no le parece? Los tres años siguientes fueron esenciales para mí. La India me formó. Hoy trato de expresar cuál fue la enseñanza decisiva que allí recibí, y veo ante todo que es una lección triple.

En primer lugar, fue el descubrimiento de la existencia de una filosofía o más bien de una dimensión espiritual india que no era ni la de la India clásica -diríamos la de las Upanishads y del Vedanta; en una palabra, la filosofía monista- ni la devoción religiosa, la bhakti. Tanto el yoga como la samkhya profesan el dualismo: la materia por una parte y el espíritu por la otra. Sin embargo, no era el dualismo lo que me interesaba, sino el hecho de que, lo mismo en el yoga que en la samkhya, el hombre, el universo y la vida no son ilusorios. La vida es real, el mundo es real. Y es posible conquistar el mundo, es posible dominar la vida. Y aún más, en el tantrismo, por ejemplo, la vida humana puede ser transfigurada mediante los ritos, ejecutados a continuación de una larga preparación yóguica. Se trata de una transmutación de la actividad fisiológica, por ejemplo, de la actividad sexual. En la unión ritual, el amor ya no es un acto erótico o un acto simplemente sexual, sino una especie de sacramento; exactamente como beber vino, en la experiencia tántrica, ya no es beber una bebida alcohólica, sino compartir un sacramento… Descubrí, pues, esa dimensión tan olvidada por los orientalistas, descubrí que la India ha conocido ciertas técnicas psicofisiológicas gracias a las cuales puede el hombre a la vez gozar de la vida y dominarla. La vida puede ser transfigurada mediante una experiencia sacramental. Este es el primer punto.

– «La vida transfigurada», ¿es lo que llama en otro lugar «la existencia santificada»?

– Sí, en resumidas cuentas, viene a ser lo mismo. Se trata de ver que a través de esta técnica, y también a través de otras vías o métodos, es posible santificar de nuevo la vida, santificar de nuevo la naturaleza…

El segundo descubrimiento, la segunda enseñanza es el sentido del símbolo. En Rumania no me sentí atraído por la vida religiosa, las iglesias me parecían abarrotadas de iconos. Entiéndase bien que aquellos iconos no me parecían ídolos, pero… En la In dia, mientras vivía en una aldea bengalí, pude ver cómo las mujeres y las muchachas tocaban y engalanaban un lingam, un símbolo fálico o más exactamente un falo de piedra anatómicamente muy exacto. Al menos las mujeres casadas no podían ignorar su naturaleza, su función fisiológica. Así entreví la posibilidad de «ver» el símbolo en el lingam. El lingam era el misterio de la vida, de la creatividad de la fecundidad que se manifiesta a todos los niveles cósmicos. Esta epifanía de la vida era Siva, no el miembro que conocemos. Aquella posibilidad de sentirse religiosamente movido por la imagen v el símbolo me reveló todo un mundo de valores espirituales. Entonces me dije: es verdad que al contemplar un Icono, el creyente no percibe tan sólo la figura de una mujer que sostiene en los brazos un niño, sino que ve a la Virgen María, a la Madre de Dios, la Sophia., Este descubrimiento de la importancia del simbolismo religioso en las culturas tradicionales, puede imaginarse la importancia que tuvo en mi formación como historiador de las religiones.

En cuanto al tercer descubrimiento, podríamos caracterizarlo como «el descubrimiento del hombre neolítico». Poco antes de mi partida tuve la suerte de pasar algunas semanas en la India central, con ocasión de… una especie de cacería de cocodrilos, entre los aborígenes, los santali, que son prearios. Quedé impresionado al comprobar que la India tiene aún unas raíces muy profundas que se hunden no sólo en la herencia aria o dravídica, sino también en el suelo asiático, en la cultura aborigen. Era aquélla una civilización neolítica, basada en la agricultura, es decir en la religión y en la cultura que acompañaron al descubrimiento de la agricultura, concretamente la visión del mundo y de la naturaleza en cuanto círculo ininterrumpido de la vida, la muerte y la resurrección, ciclo especítico de la vegetación, pero que rige también la vida humana y constituye al mismo tiempo un modelo para la vida espiritual… De este modo llegué a entender la importancia de la cultura popular rumana y balcánica. Al igual que la cultura de la India, también se trata de uña cultura folklórica, basada en el misterio de la agricultura. Evidentemente, en Europa oriental hay unas expresiones cristianas; por ejemplo, se supone que el trigo nació de las gotas de la sangre de Cristo. Pero todos estos símbolos tienen un fondo muy arcaico, neolítico. En efecto, aún hace treinta años existía desde China a Portugal una unidad de base, la unidad solidaria de la agricultura, que tenía en la agricultura su respaldo seguro y que se apoyaba, por consiguiente, en el legado del Neolítico. Esta unidad de cultura fue para mí una revelación. Descubrí que aquí, en la misma Europa, las raíces son más profundas de lo que nosotros creíamos, más profundas que el mundo griego o romano o incluso mediterráneo, más profundas que el mundo del Próximo Oriente antiguo. Y estas raíces nos revelan la unidad fundamental no sólo de Europa, sino también de toda la ekumene que se extiende desde Portugal hasta China, desde Escandinavia hasta Ceylán.

– Cuando se leen, por ejemplo, los primeros capítulos de su Historia de las creencias y de las ideas religiosas, se puede entreverla importancia que para su pensamiento, para su obra, tuvo esta revelación, el encuentro, más allá del hombre indio, con el hombre neolítico, el hombre «primitivo». ¿Podría precisar más en que grado fue ello importante?

– En la India descubrí aquello que más tarde llamaría yo la «religiosidad cósmica», es decir, la manifestación de lo sagrado a través de los objetos o de los ritmos cósmicos: un árbol, un manantial, la primavera. Esta religión, viva aún en la India, es la misma contra la que lucharon los profetas, y con razón, puesto que Israel era el depositario de una revelación religiosa distinta. El monoteísmo mosaico el conocimiento personal de un Dios que interviene en la historia y que no manifiesta su fuerza únicamente a través de los ritmos de la naturaleza, a través del cosmos, como los dioses de las religiones politeístas. Ya sabe que este tipo de religión cósmica al que damos el nombre de «politeísmo» o «paganismo» estaba muy desacreditado no sólo entre los teólogos, sino también entre ciertos historiadores de las religiones. Yo viví entre paganos, viví entre gentes que participaban de lo sagrado a través de sus dioses. Y sus dioses eran figuras o expresiones del misterio del universo, de esta fuente inagotable de creación, de vida y de bienaventuranza… A partir de ahí comprendí el interés que todo ello implicaba para la historia general de las religiones. En resumen, se trataba de descubrir la importancia y el valor espiritual de lo que llamamos el «paganismo».

Ya sabe que la época prelítica y el paleolítico duraron quizá dos millones de años. Es muy probable que la religión de aquella humanidad arcaica fuera análoga a la religión del cazador primitivo. Se establecían unas relaciones a la vez existenciales y religiosas entre cazador y la pieza a la que perseguía y trataba de abatir por una parte y con el «Señor de las fieras», divinidad que protegía tanto al cazador como a la caza, por otra. Por esta razón sin duda atribuía el cazador primitivo una gran importancia religiosa al hueso, al esqueleto y a la sangre… Luego, quizá hace doce o quince mil años, se produjo la invención de la agricultura, que aseguró e incrementó los recursos alimenticios del hombre, y por ello mismo hizo posible toda la evolución ulterior: aumento de la población, edificación de aldeas y luego ciudades, es decir la civilización urbana con todas las creaciones políticas del Próximo Oriente antiguo.