Изменить стиль страницы

– He hecho algo más que formarme una idea -me espetó, con dureza-. Mientras todo el mundo, incluida la justicia, se olvidaba de mi hijo, no vaya a creerse que yo me he quedado con los brazos cruzados. He hablado con sus amigos y sus amigas. Incluso con la gente a la que le compraba la droga, no crea que me chupo el dedo o que me engaño respecto de lo que hacía mi hijo. Tampoco creo que por el hecho de fumar un poco de hierba o tomar otras cosas fuera malo, ni mucho menos que se mereciera morir así, como casi vino a decir en el juicio la puta esa que defendió al concejal.

Honestamente, nunca he acertado a saber si la locura, o al menos ciertas de sus modalidades, no se corresponden, en realidad, con un nivel insoportable de lucidez. En aquel instante, mientras escuchaba a Margarethe y contemplaba sus ojos inundados de lágrimas, volvió a asaltarme la duda.

– ¿Y qué es lo que le han contado esas personas? -le pregunté.

– Lo que siempre he sabido -replicó, altiva-. Que en la muerte de mi hijo está metido alguien muy gordo, y que por eso, dos años después, no ha ido nadie a la cárcel por el crimen. Es alguien con capacidad para borrar las pruebas, y hasta para manipular a la justicia. Por eso yo ya no me fío de nadie, sargento, ni siquiera de mi cuñado, fíjese lo que le digo.

Reflexioné sobre sus palabras. Exageradas y producto del desvarío, muy probablemente. Lo que no implicaba que debiera echarlas en saco roto. No estaba en condiciones de permitirme el lujo de desdeñar nada.

– Le aseguro que su cuñado se ha tomado un gran interés personal en que el caso se resuelva -dije-. Y que las instrucciones que tenemos son meternos a fondo y aclarar esto como sea. No sé si hasta aquí ha sido de otro modo, aunque le diré que no creo que la investigación se haya llevado con negligencia. Lo que puedo garantizarle es que a mí nadie va a manipularme.

Margarethe se enjugó las lágrimas y me observó fijamente.

– Estoy tratando de imaginar qué tipo de persona es usted, sargento -habló al fin-. Y me da la sensación de que es honrado, y cree lo que dice. Pero eso no me garantiza que pueda sacar adelante este caso. Me temo que si realmente consigue avanzar algo, le apartarán en seguida.

– ¿Tan poderosa cree que es la conspiración? -terció Chamorro.

– Bueno, hasta ahora lo ha sido. El asesino sigue libre.

– ¿Y por qué iba a querer esa gente, sea quien sea, matar a su hijo?

La madre de Iván López bajó los ojos.

– No lo sé. Por lo que me han contado, podría tener que ver con la droga. Esa gente controla muchas cosas. Entre ellas, la droga que llega a la isla. Puede que Iván se enterara de algo que no les convenía que se supiera. Y para ellos, la vida de un chaval de veinte años vale menos que sus negocios. O puede que fuera por aquello otro, por lo de la hija del concejal.

No podía rehuir la pregunta. La formulé, aun con precaución:

– ¿Cree que Gómez Padilla tuvo algo que ver?

Margarethe von Amsberg me midió con aprensión. Ahora que lo recuerdo, creo que adivino lo que pasaba por su cabeza mientras lo hacía. Sabía que todos la tenían por demente, y no quería parecerlo ante mí. Por si yo, pese a todo, era la posibilidad que llevaba más de dos años esperando.

– No lo sé, sargento -dijo, con voz serena-. No digo que sí. No digo que no. Él puede ser uno de ellos, no lo descarte. Lo que sé es esto: alguien gordo, detrás de todo hay alguien gordo. Eso debe buscar usted.

En su mirada había ahora una súplica, que nadie habría podido desoír.

– Está bien, señora von Amsberg -dije-. Ahora, le ruego que nos dé el nombre o la descripción de esas personas con las que ha hablado, y que si es posible nos diga dónde podemos encontrarlas. Iremos a verlas.