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Durante el apareamiento de almas, Azucena y Rodrigo repitieron este mecanismo con cada uno de sus chakras hasta que llegó el momento en que su campo áurico formaba un arco iris completo y sus chakras entonaban una melodía maravillosa, parecida a la que emiten los planetas del sistema solar en su trayectoria.

Existe una diferencia abismal entre los apareamientos de cuerpos de almas diferentes y los de cuerpos de almas gemelas. En el primer caso, hay una urgencia por la posesión física, y por más intensa que llegue a ser la relación siempre va a estar condicionada por la materia. Nunca se logrará la comunión perfecta de almas por más afinidad que haya entre ellas. A lo más que se puede llegar es a obtener un enorme placer físico, pero no pasa de ahí.

En el caso de las almas gemelas la cosa se pone más interesante, pues la fusión entre ellas es total y a todos los niveles. Así como hay un lugar dentro del cuerpo de la mujer para ser ocupado por el miembro viril, entre átomo y átomo de cada cuerpo hay un espacio libre para ser ocupado por la energía del alma gemela, o sea, que estamos hablando de una penetración recíproca, pues cada espacio se convierte al mismo tiempo en el contenedor y en el contenido del otro: en la fuente y el agua, en la espada y la herida, en el sol y la luna, en el mar y la arena, en el pene y la vagina. La sensación de penetrar un espacio sólo es equiparable a la de sentirse penetrado. La de mojar, a la de sentirse mojado. La de amamantar, a la de ser amamantado. La de recibir el tibio esperma en el vientre, a la de eyacularlo. Los dos son motivo de orgasmo. Y cuando todos y cada uno de los espacios que hay entre átomo y átomo de las células del cuerpo han sido cubiertos o han cubierto, que para el caso es lo mismo, viene un orgasmo profundo, intenso, prolongado. La fusión de las dos almas es total y ya no hay nada que la una no sepa de la otra, pues forman un solo ser. La recuperación de su estado original las hace conocedoras de la verdad. Cada uno ve en el rostro de su pareja los rostros que la otra ha tenido en las catorce mil vidas anteriores a su encuentro.

Llegado ese momento, Azucena ya no supo quién ni qué parte del cuerpo le pertenecía y qué parte no. Sentía una mano pero no sabía si era la suya o la de Rodrigo. Era una mano, punto. Tampoco supo más quién estaba adentro y quién afuera. Quién arriba y quién abajo. Quién de frente y quién de espalda. Lo único que sabía era que formaba junto con Rodrigo un solo cuerpo que, adormecido de orgasmos, danzaba en el espacio al ritmo de la música de las esferas.

* * *

Azucena aterrizó nuevamente en su cama cuando sintió una pierna entre las suyas. De inmediato supo que esa pierna no le pertenecía, o sea, que no era ni de Rodrigo ni de ella. Rodrigo tuvo que haber sentido lo mismo, pues gritó al unísono con ella cuando descubrió el cuerpo de un hombre muerto a su lado. La vuelta a la realidad no podía haber sido más bestial. La recámara de la luna de miel estaba llena de policías, reporteros y curiosos. Abel Zabludowsky, micrófono en mano, sentado a la orilla de la cama de Azucena, entrevistaba en ese momento al jefe de campaña del candidato americano a la Presidencia Mundial del Planeta, quien acababa de ser asesinado.

– ¿Tiene usted alguna idea de quién disparó contra el señor Bush?

– No.

– ¿Cree usted que este asesinato es parte de un complot para desestabilizar los Estados Unidos de Norteamérica?

– No lo sé, pero definitivamente este cobarde asesinato nos ha sacudido la conciencia y no puedo más que condenar, al igual que todos los habitantes del Planeta, el que la violencia nos haya vuelto a ensombrecer. Y quiero aprovechar la oportunidad que me da para manifestar públicamente mi repudio absoluto a este tipo de actos y para exigir que la Procuraduría General del Planeta proceda de inmediato para saber de dónde proviene este ataque y quiénes son los autores intelectuales. Pienso que hoy es un día de luto para todos.

El jefe de la campaña presidencial, al igual que todo el mundo, estaba de lo más consternado. Hacía más de un siglo que se había erradicado el crimen del planeta Tierra y este hecho tan inexplicable los hacía volver a una época de oscurantismo que parecía, superada.

A Azucena y a Rodrigo les tomó un momento recuperarse de la impresión. Rodrigo no sabía qué estaba pasando, pero Azucena sí. Se le había olvidado apagar el despertador que tenía conectado a la televirtual. Tomó el control remoto que estaba en su mesa de noche y apagó el aparato. Las imágenes de todos los presentes en el lugar del asesinato de inmediato se esfumaron, pero el sabor amargo que les quedó en la boca, no. Azucena tenía náuseas. No estaba acostumbrada a enfrentarse con la violencia. Mucho menos de una manera tan brutal, tan directa. Es que la televirtual verdaderamente lo transporta a uno al lugar de los hechos. Lo instala en el centro de la acción. Curiosamente, por eso la había adquirido. Porque era muy agradable despertarse con el reporte climatológico. Uno podía amanecer en cualquier lugar del mundo o la galaxia. Gozar desde los paisajes más exóticos hasta los más sencillos. Abrir los ojos viendo el amanecer en Saturno, escuchar el sonido del mar neptuniano, gozar el calor de un atardecer jupiteriano o la frescura de un bosque recién bañado por la lluvia. No había mejor manera de levantarse antes de ir al trabajo. Nunca esperó tener un despertar tan violento después de la noche maravillosa que había pasado. ¡Qué horror! No podía quitarse de la mente la imagen del hombre con un balazo en la cabeza en medio de su cama. ¡Su cama! ¡La cama de Rodrigo y de ella manchada de muerte! Pero, al mirar nuevamente los ojos de Rodrigo, recuperó el alma y los horrores se esfumaron. Y al sentir su abrazo, recuperó nuevamente el Paraíso. Ella se habría quedado por siempre así de no haber sido porque Rodrigo la separó. Quería ir a su departamento a recoger sus cosas. Pensaba mudarse de inmediato y no separarse nunca más de ella. Antes de salir, Azucena le prometió que a su regreso no encontraría más sorpresas desagradables. Iba a desconectar todos los aparatos electrónicos de su casa y dejaría la alarma del aerófono desactivada para que Rodrigo no tuviera problemas para entrar nuevamente al departamento. Rodrigo festejó la medida con una amplia sonrisa y ésa fue la última imagen que Azucena tuvo de él.

* * *

Lo primero que Azucena extrañó al despertar fue la sensación de bienestar al contemplar la luz del sol. La angustia desplegaba sus alas negras sobre ella, ennegreciéndola, enmudeciéndola, adormeciéndole el gozo, enfriándole las sábanas, silenciando la música de las estrellas. La fiesta había terminado sin que se le agotaran los boleros de antaño. Se había quedado sin bailar tango a la orilla del río, sin haber brindado con vino, sin haber hecho llorar de placer al amanecer, sin decirle a Rodrigo que le enloquecía que la llenara de susurros. Sentía las palabras hechas nudo en la garganta y no tenía voz para sacarlas ni oídos que las escucharan. Gran parte de ella se había ido entre célula y célula del cuerpo de Rodrigo y se había quedado literalmente vacía. De su noche de amor sólo le quedaba un dulce dolor en sus partes íntimas y uno que otro moretón producto de la pasión. Eso era todo. Pero los moretones empalidecían sin remedio, dejando de ser violetas en los prados del éxtasis para convertirse en testigos del abandono, de la soledad. Y el dolor iba desapareciendo conforme los músculos internos, que con tanto gusto habían recibido, alojado, apretado, arropado, mojado y saboreado a Rodrigo, volvían a su lugar dejando a su cuerpo sin ningún recuerdo palpable de la breve luna de miel.

No cabe duda que la lejanía es uno de los mayores tormentos de los amantes. Y en el caso de las almas gemelas puede llegar a tener consecuencias fatales, pues actúa sobre los cuerpos con la misma fuerza que los tentáculos de un pulpo. A mayor distancia, mayor capacidad de succión. Azucena sentía un vacío enorme, profundo, total. Perder su alma gemela significaba perderse ella misma. Azucena lo sabía, y por eso trataba desesperadamente de recuperar el alma de Rodrigo, caminando por los sitios que él había recorrido. Penetrando en los espacios que él había dejado marcados en el aire. Este popular remedio casero le funcionó por un tiempo, ya que al principio el alma de Rodrigo estaba muy presente, pero conforme pasaba el tiempo dejó de surtir efecto pues la energía del aura día a día se hacía menos perceptible. Azucena ya casi no la sentía, ya no se acordaba de Rodrigo, ya no se acordaba de su olor, de su sabor, de su calor. Su memoria se estaba oscureciendo a causa del sufrimiento. Los espacios vacíos entre las células de su cuerpo se encogían de tristeza y el alma del amado se le escapaba inevitablemente. Lo único que sentía a flor de piel era la soledad que la rodeaba.

La desaparición injustificada de Rodrigo la tenía completamente descorazonada, sin respuestas ni argumentos. ¿Qué explicación le daba a su cuerpo, que a gritos le pedía una caricia? Y sobre todo ¿qué le iba a decir a la pinche Cu-quita, la portera?

Azucena había ido a pedirle que en cuanto Rodrigo volviera necesitaban registrar su aura en el control maestro del edificio, y había quedado como pendeja. Cada vez que se cruzaba con ella, Cuquita le preguntaba con toda la mala leche del mundo que cuándo regresaba su alma gemela. La odiaba. Siempre se habían caído mal, pues Cuquita era una resentida social que pertenecía al PRI (Partido de Reivindicación de los Involucionados). Siempre la había espiado, tratado de encontrarle un defecto, uno solo, para no sentirse de plano tan inferior a ella. Nunca lo había encontrado, pero ahora ella misma se había puesto en una situación de desventaja frente a Cuquita y le chocaba ser objeto de sus burlas. ¿Qué le podía decir? No tenía ni una respuesta. El único que las tenía, y de seguro sabía dónde estaba Rodrigo, era Anacreonte, pero Azucena había roto comunicación con él. Ninguna información que viniera del Ángel le interesaba. Estaba furiosa. Él sabía perfectamente que lo único que a ella le había interesado en la vida era localizar a Rodrigo. ¿Cómo era posible entonces que no le hubiera advertido que Rodrigo podía desaparecer? ¿De qué demonios le servía tener un Ángel de la Guarda si no le podía evitar ese tipo de desgracias? No pensaba escucharlo nunca más. Era un bueno para nada al que le tenía que demostrar que no lo necesitaba para poder manejar su vida.