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5.

Cada vez que se separen, gritarán: ne-el en el bosque cada vez mas frió y despoblado, a-nel en la cueva cada vez menos tibia a la que el hombre traerá pieles arrancadas a gritos a los pocos bisontes que rondan los parajes y que él matará no sólo para alimentarlas a ti y a tu hija, sino, ahora, para cubrirlas contra las ventiscas heladas que lograrán colarse por las cuarteaduras inesperadas de la caverna como el hálito de un cabrio blanco y vengativo.

Los muros se irán cubriendo de una capa invisible de hielo, como si pudieran retratar la enfermedad misma de la tierra cada vez más despoblada e inerte, como si la sangre misma de los animales y la savia misma de las plantas estuviese a punto de detenerse para siempre después de lanzar una gran bocanada de muerte.

Ne-el gritará en el bosque invernal. Su voz tendrá tal cantidad de ecos que ninguna bestia podrá localizarla; la voz será el disfraz de ne-el el cazador. La voz saldrá de la blancura ciega de bosques, llanos, ríos congelados y un mar asombrado de su propia frialdad inmóvil…: será una voz solitaria que se volverá multitudinaria porque el mundo se habrá convertido en una gran cúpula de ecos blancos.

En la cueva, tú no gritarás, a-nel, cantarás arrullando a la niña que pronto habrá cumplido tres estaciones floridas desde su nacimiento, pero también en tu guarida de piedra tu voz resonará tanto que el arrullo parecerá un grito. Tendrás miedo. Sabrás que tu voz será siempre tuya pero ahora le pertenecerá también al mundo que te rodeará amenazándote. Un gran aguacero de hielo resonará como un tambor dentro de tu cabeza. Mirarás las pinturas de los muros. Atizarás el fuego del hogar. A veces te aventurarás afuera con la esperanza de encontrar hierbas y bayas fáciles de coger para ti y para la niña que cargas a tus espaldas en un saco de cuero de alce. Sabrás que la caza mayor la traerá siempre él, sudoroso y enrojecido por la pesquisa cada vez más ardua.

El hombre entrará a la cueva, mirará con tristeza las pinturas y te dirá que llegará el tiempo de irse. La tierra se congelará y no dará más frutos ni carnes.

Pero sobre todo la tierra se moverá. Esta misma mañana él verá cómo se desplazarán las montañas de hielo, con vida propia, cambiando de velocidad al encontrar obstáculos, ahogando todo lo que encuentran a su paso…

Saldrán envueltos en las pieles que con tanta sabiduría habrá reunido ne-el porque será él quien conozca al mundo de afuera y sabrá ya que este tiempo tendrá fin. Pero tú te detendrás a la salida y correrás de regreso al recinto de tu vida y de tu amor y allí volverás a cantar con el sentimiento cada vez más claro de que será la voz la que te ligue para siempre al lugar que siempre será el hogar de a-nel y de su niña.

Cantarás hoy como cantarás al principio de todo, porque en tu pecho sentirás algo que te regresará al estado en que volverás a encontrarte cuando por primera vez lo vuelvas a necesitar…

Tus pies envueltos en pieles de cerdo atadas con tripas se hundirán en la nieve gruesa. Cubrirás a la niña como si aún no naciera. Sentirás que la marcha es larga aunque el te advierta:

Iremos de regreso al mar.

Esperarás encontrar una costa de acantilados inmóviles y olas agitadas pero todo lo anterior habrá desaparecido bajo la túnica blanca de la gran nieve.

Marcarás tus pasos para acercarte a la frontera reconocida de los peces y buscarás con angustia la línea oscura del horizonte, el limite acostumbrado de tu mirada. Pero ahora todo será blanco, color sin color, y todo estará congelado. El mar ya no se moverá. Lo cubrirá una gran plancha de hielo y tú te detendrás desconcertada con tu hija envuelta en pieles viendo avanzar desde el límite invisible del mar congelado al grupo que lentamente se acercará a ustedes, como ustedes, tú y tu hija, guiadas por ne-el, saldrán al encuentro del grupo que levantará las voces con una intención que tú no sabrás descifrar pero que provocará en la mirada de tu hombre una incertidumbre entre seguir adelante o regresar a la muerte frígida del gigantesco hielo en movimiento que avanza, con vida, inteligencia y sinuosidad propias, a sus espaldas, robándose el hogar acostumbrado, la cueva, la cuna, las pinturas…

El mar de hielo se irá quebrando como un montón de huesos fríos y olvidados pero el grupo de hombres que saldrá al encuentro los guiará de bloque en bloque congelado hasta alcanzar la otra orilla. Tú te darás cuenta: ésta es la costa o la isla que habrán visto ne-el y tú como un espejismo en el tiempo antiguo de las flores que será también el tiempo nuevo que los atenderá aquí, pues los hombres que los conducirán se irán despojando de las gruesas mantas de los ciervos rubios del frió para mostrarse con vestimentas ligeras de piel de marrano. Habrán cruzado la frontera entre el hielo y la hierba.

Tú misma arrojarás de lado la pesada piel y sentirás que a tus pechos regresará el calor suficiente para proteger a tu hija. Entrarán en calor siguiendo al grupo de hombres que ahora empezarás a distinguir por la manera como mantendrán en alto las lanzas de puntas afiladas, entonando juntos un canto que anunciará triunfo, alegría, retorno…

Llegarán a la barrera de una empalizada blanca que no tardarás en reconocer como una valla de grandes huesos de animales desaparecidos, plantados en la tierra y formando una estacada impregnable a la cual entrarán, uno por uno, los hombres-guía que los precederán y seguirán por los resquicios de la estacada hasta penetrar a la plaza de tierra apisonada y el caserío de tierra cocida y techos planos de arcilla ardiente.

Les asignarán una choza y les traerán vasijas con leche y pedazos de carne cruda ensartada en lanzas de fierro. Ne-el se inclinará a dar las gracias y seguirá a los hombres afuera de la choza. En la puerta se dará la vuelta y te dirá con un gesto de la mano que deberás estarte tranquila y no decir nada. En los ojos de ne-el habrá una novedad. Mirará a los hombres de estas partes como si mirara a las bestias de allá. Pero ahora, además, mirará con sospecha y no sólo con precaución.

Pasarás varias horas alimentando a la niña y arrullándola con canciones. Luego regresará ne-el y te dirá que saldrá con los demás hombres a cazar todos los días. La tierra en donde se encontrarán es el limite de una pradera sin árboles por donde correrán grandes manadas. Se les cazará de sorpresa porque las bestias se detendrán a comer hierbas. Deberás salir con las otras mujeres a recoger hierbas y frutas cerca del caserío, sin exponerte a las fieras que puedan acercarse hasta aquí.

Tú le preguntarás si aquí él podrá volver a pintar. No, aquí no habrá muros. Habrá paredes de tierra y estacadas de hueso.

¿Estarán contentos de recibirnos?

Estarán. Dirán que cuando vean bajar las aguas del mar y congelarse la otra orilla, se sentirán aislados y nos esperarán para tener prueba de que el mundo del otro lado seguirá existiendo.

¿Les gustará nuestro mundo, lo querrán, ne-el?

Ya los sabremos, a-nel. Esperaremos.

Pero habrá de nuevo inquietud en la mirada del hombre, como si algo que aún no sucediese estuviese a punto de revelarse.

Tú te unirás a las demás mujeres de la empalizada para recoger frutos y traerle leche de alce a la niña envuelta en su cuna de pieles.

No podrás comunicarte con las otras mujeres porque no entenderás sus lenguas; ni tú las de ellas ni ellas la tuya. Tratarás de comunicarte cantando y ellas te contestarán pero tú no podrás adivinar lo que te digan porque sus voces serán parejas y monótonas. Tú tratarás de entonar voces de alegría, piedad, dolor, amistad, pero las demás mujeres te mirarán con extrañeza y te contestarán con el mismo tono monocorde que te impedirá adivinar lo que sienten…

Los días y las noches se sucederán de esta manera, hasta que una tarde, al ponerse el sol, escucharás primero unos pasos leves, tan ligeros que los dirías dolorosos, como si no quisieran pisar la tierra. Pero la persona que se acercará a tu choza irá tocando con un ruido parejo que te asustará porque hasta entonces los pasos y los ruidos de este lugar padecerán de una tristeza monótona.

No estarás preparada para la aparición en el quicio de tu puerta de la mujer cubierta de pieles negras como su cabellera, sus profundas ojeras y su boca entreabierta: labios negros, lengua negra y dientes negros.

Empuñará el bastón negro con que tocará a tu puerta. Se aparecerá en tu dintel y con una mano levantará el bastón y tú temerás su amenaza, sólo que con la otra mano se tocará la cabeza con una resignación, una dulzura y un dolor tales que tu miedo se desvanecerá. Ella se tocará la cabeza como si tocara un muro o se anunciara para no causar temor o te quisiera saludar, pero no hay tiempo, las facciones sombrías de la mujer, tu visitante, te pedirán algo con la mirada pero tú no sabrás atender su súplica a tiempo, las otras mujeres del caserío reaccionarán al fin, se acercarán con violencia a tu puerta, le gritarán a la mujer oscura, le arrancarán el bastón negro de las manos, la arrojarán al suelo y le pegarán con los pies mientras ella, levantándose con miradas de miedo y orgullo, se cubrirá la cabeza, desafiante, con las manos y se alejará arrastrando los pies hasta perderse en la bruma del ocaso.

Ne-el regresará y te contará que esa mujer será una viuda que no tendrá derecho a salir de su casa.

Todos se preguntarán por qué, conociendo la ley, se atreverá a salir y dirigirse a ti.

Sospecharán de ti.

La ley dirá que ver a una viuda es exponerse a morir y ellos no se explicarán por qué esta viuda se atreverá a salir y vendrá a buscarte a ti.

Será la primera vez que las otras mujeres pierdan la serenidad o la alejada indiferencia, cambien el tono de voz, se exalten y apasionen. El resto del tiempo, serán sumisas y calladas. juntarán las fresas amarillas y las moras negras y blancas, arrancarán las raíces comestibles y contarán con particular cuidado, abriendo sus caparazones verdes y depositándolas en cazuelas de barro, las diminutas esferas verdes que llaman pisa.

Juntarán también los huevos de pájaro, correteando tras la cola de zarza y los racimos de fruta de las moras negras. Cocinarán para los hombres los sesos, las tripas, las gargantas gordas de las bestias de la pradera. Y al caer la tarde fabricarán cuerdas hechas de fibras del campo, agujas de hueso y vestidos de cuero.

Tú te darás cuenta, cuando las acompañes a distribuir comida y vestidos a las casas de los hombres y de los enfermos, que aunque la latitud de este trabajo diario y monótono se restringe al espacio de la estacada de huesos, si habrá un espacio lejano dentro de la fortaleza donde una construcción más suntuosa que las demás se levantará, fabricada también con el marfil de la muerte.