– Fracasar por cambiar de actividad. -Yo sé por yo creo.
– Soy culpable por soy responsable.
¿ Cuál es el mecanismo por el que pueden las Bellas Artes aumentar nuestro nivel de conciencia?
La explicación se encuentra en su propia definición: arte bello y creación artística. La belleza es el límite máximo al que podemos acceder a través del lenguaje. No podemos alcanzar la verdad, pero podemos aproximarnos a ella a través de la belleza. En el lenguaje no hay verdad. La belleza es lo que los iniciados llaman «el resplandor de la verdad». Es lo máximo a lo que puede llegar el ser humano.
¿La fealdad se correspondería, por el contrario, con el nivel más bajo de conciencia?
Al decir belleza hablamos de fealdad, al decir luz hablamos de oscuridad. Son opuestos. Al citar a una, ya estamos hablando de la otra. Si tenemos que definir la fealdad, te diría que muchas veces yo busqué un concepto antagónico a la belleza… Con este sistema de opuestos hablaba de bueno y malo, de bello y feo. Pasé por todo aquello y al final me quedé con dos conceptos-herramienta: útil e inútil. Útil es todo aquello que nos ayuda a alcanzar niveles de conciencia más elevados; inútil es todo aquello que nos rebaja el nivel de conciencia, lo que repercute sobre el sistema nervioso provocando depresión y autodestrucción. El ataque a nuestra propia salud conduce a la destrucción de los demás. Sin embargo, el nivel de conciencia más alto conduce a la euforia de vivir y al deseo de inmortalidad, eternidad e infinito. La inmortalidad se alcanza probablemente -ya que la muerte es un fenómeno individual- de manera colectiva: exaltando y defendiendo a la humanidad. La raza humana como colectivo puede ser infinita. La muerte es individual, y saberlo ayuda a entender el mundo. La negación de la muerte es la negación de lo individual.
IV
¿Es necesaria la ebriedad para soportar la vida?
Emborracharse produce una gran alegría emocional, pero el alcoholismo es horrible. Puede ocurrir que bebamos de manera esporádica como escape o diversión, pero no es necesario. Pienso que la gente inteligente tiene que abrir las puertas de la percepción, pero no hace falta que lo haga como hizo Timothy Leary, que convirtió su mundo en ebriedad, se hizo adicto y murió drogado, sin ser él mismo.
Una cosa es romper con tus propios límites y otra, evadirte. No recomiendo a nadie que se evada, no hago apología de esa ebriedad escapista. Ni siquiera recomiendo la marihuana, porque es un prozac generoso, un calmante, pero no es bueno estar sedado todo el día.
¿Y tomar hongos al menos una vez en la vida?
Eso es distinto. La experiencia que produce te acerca a la metafísica y a la mística. Cuando se fuma marihuana por primera vez, también se abren los sentidos: enseña a comer bien, a oler bien, a sentir bien la música. Pero basta una o dos veces para aprender. Si no, acaba creando un ejército de necios sensuales y perezosos que se sienten genios, así como el alcoholismo acaba volviendo a la gente violenta, y esto de poco sirve.
¿Habría llegado usted a ser como es sin haber tomado sustancias alucinógenas?
Yo no he llegado a nada. ¿Adonde he llegado? (Se levanta y gira sobre sí mismo.) No se llega. En mi caso, necesité tomarlas en un momento dado, hacia los 40 años, cuando iba a hacer La montaña sagrada y tenía que interpretar a un maestro. Necesitaba saber cómo era la mente de un sabio. Yo no tenía esa mentalidad, y percibía mis límites. Entonces contraté a un gurú, Oscar Ichazo, que fue uno de los creadores de la moda del eneagrama y el maestro de Claudio Naranjo. Le pagué diecisiete mil dólares para que me diera un LSD y me guiara. Era un ácido puro, un polvo que disolvió en zumo de naranja. Una hora más tarde me dio un cigarro de marihuana. La primera toma duró ocho horas, pasado un tiempo volvimos a tomar. Fueron dos sesiones en las que aprendí mucho y rompí mis propios límites. Yo creo que estas experiencias no deben hacerse por espíritu festivo, tampoco solo ni en compañía de gente que no haya alcanzado un alto nivel de conciencia. Puede ocurrir que durante la toma veas a esa gente como a demonios.
Ésta es la explicación de por qué tomé este tipo de drogas. La consecuencia es que me abrió la mente y me sirvió para demostrarme hasta dónde podía llegar. Gurdjieff decía que las drogas son para eso: tú estás en el sótano de un edificio y la droga te hace subir a la terraza de golpe. Estás en el garaje y te hace saltar cincuenta pisos. Ves todo el horizonte, toda la ciudad, y cuando vuelves, te das cuenta de que para llegar de nuevo arriba tienes que trepar todos los pisos tú solo, sin drogas.
Como en el mito de la caverna, pero pudiendo otear más allá.
Sí. Pero, en este caso, trepando con tu propio esfuerzo, sin LSD. Se trata de llegar a ver sin drogas, y se puede hacer. De otro modo no sirve.
En Occidente, carecemos de un marco de referencia o de una cultura de usos para la toma de estas sustancias. Por ejemplo, los hongos aquí se consumen de los modos más brutales, en fiestas, sin referencia ni finalidad. A usted se los proporcionó María Sabina, la chamanita…
Me los mandó a través de una persona llamada Francisco Fierro, que era su asistente. Él sabía cuánto había que tomar, cómo vomitar, qué hacer durante la toma y todo eso. Esa experiencia puede resultar un ritual muy sabio si prescindimos de inyectarle dioses. Porque eres tú quien tiene que hacer el viaje, sin dejarte teledirigir desde fuera ni que te impongan arquetipos; entre otras cosas, porque tus arquetipos están dentro de ti y tu viaje es tuyo.
Muchos practican cultos sincréticos con la ayahuasca, como con otras drogas.
La ayahuasca no tiene por qué ser mezclada con santerías y cosas de este tipo, como ninguna otra droga. La ayahuasca hay que tomarla tranquilamente, sin ritos, y guiada por alguien que la conozca, como todas las drogas psicodélicas.
Quiere decir que estas sustancias hay que tomarlas con alguien que las conozca, pero que no proyecte una forma de cultura religiosa o su interés o historia personal sobre los demás…
Efectivamente, con alguien que haya desarrollado su espíritu y que actúe como guía, pero sin imponerte sus conceptos durante la experiencia. Que cuando tengas angustia te muestre el camino de salida. Yo estaba con Óscar Ichazo tomando y, de pronto, sonó el teléfono. Estaba en pleno viaje, y me dijo: «Contesta». «Pero ¿cómo?», le pregunté. «Tú puedes estar en dos mundos», contestó. Cogí el teléfono, hablé normalmente y seguí con la toma. Ese es un buen guía.
Pude, y cualquier persona puede estar en dos mundos: uno que se llama real y el otro. Esa es una gran lección que sólo puede dar un maestro. Esto es sólo un ejemplo de lo que podemos aprender en un viaje.
O sea que la sustancia le abrió al conocimiento…
Para mí fue un gran paso. Recomiendo hacerlo al menos una vez y de una manera guiada. Yo observé que mi mujer, Marianne, tenía límites espirituales a pesar de hablar seis idiomas, ser joven y universitaria, precisamente por haber recibido una educación francesa racionalista. Quería seguir el camino del tarot y le dije que no se podía quedar presa en esa cárcel de lo racional y que necesitaba una experiencia psicodélica. Entonces la acompañé a Holanda. Arrendé un cuarto cuya ventana daba al cielo y a las dos o tres de la mañana le hice comer unos hongos para que el efecto llegara hasta la luz del amanecer. La guié. Le fui marcando el camino y resultó ser una experiencia decisiva en su vida. Si yo hubiera aprovechado que estaba en un viaje y la hubiera seducido, ella habría perdido todo el beneficio de aquella experiencia.
Incluso la marihuana debería ser tomada como algo iniciático, como el alcohol en las fiestas báquicas. El ágape forma parte de esa cultura que hemos perdido.
¿Qué extraño mecanismo de la conciencia puede hacer que estas sustancias rompan límites?
Estamos acostumbrados a vivir en un mundo lineal, en una arquitectura cúbica y racional, y por eso estamos obligados en un momento dado a romper las limitaciones. Muchas veces no podemos hacerlo, precisamente porque estamos presos en la mente. Por eso tenemos que realizar una experiencia en que nuestros mecanismos de percepción salten con el fin de conocer otros mundos.
Los chamanes eran gente primitiva; pero ahora somos nosotros los que queremos tomar hongos a nuestro aire, no con sus ritos. Yo no voy a tomar nada con un chamán, a la antigua. ¿Para qué? ¿Para que tomando ayahuasca se ponga a cantar a la Virgen María o a la serpiente? ¿Qué me importa todo eso? Algunos seguidores de la terapia gestalt ponían discos de Wagner para tomar ketamina. ¡No, por favor!
Cuando tomas sustancias debes estar en la naturaleza, esperando que llegue la luz del día, con la menor interferencia posible. Basta con un maestro que te diga por aquí y por allá. Y con una o dos tomas es suficiente para que el cerebro se te abra bien para toda la vida.
En realidad no se trata de drogas. Una experiencia de hongos no es como consumir drogas. Yo tenía un frasco con un polvo de hongo y decidí dárselo a unos seres queridos porque pensé que era mejor dárselo yo a que se lo diera cualquier imbécil con la excusa de montar una fiesta y hacer tonterías.
Imagino que estas sustancias son sagradas para usted.
Un momento, no caigamos en la trampa del concepto «sagrado». Todo puede ser sagrado para un santo, hasta un excremento de perro. Y para un ciudadano normal nada es «sagrado» sino quizás «útil». Hay que decir que estas experiencias cambian de función y de resultado según los niveles de conciencia que tenga quien las toma. Las sustancias psicodélicas fueron, en primer lugar, tomadas por los chamanes, que tenían un nivel de conciencia superior a la tribu. Mi tesis es que son recomendables sólo para gente que tenga un alto nivel de conciencia. Hay gente con un nivel de conciencia casi animal que puede perderse o acentuar su tendencia enfermiza con las sustancias. Hay que tener mucho cuidado, no sólo a la hora de ver a quién se las das, sino para decidir con quién las tomas. Tengo una frase que puede resumir esta situación: «No se adonde voy, pero sé con quién voy». No se debe tomar este camino con personas que son incapaces de absorber la vivencia, porque te intentarán arrastrar y sacarte de tu viaje. Da drogas a los soldados y los convertirás en asesinos. Da drogas a un santo y podrá hacer obras magníficas. Mucho cuidado con esto. No pensemos, como pretendían algunos, que al echar LSD en las fuentes de una ciudad vas a mejorar la sociedad. Eso sería un peligro público.