En los peores casos, cuando una pareja siente ese vacío que no puede llenar el uno con el otro, deciden tener un hijo… y lo que aparentan ser dos adultos no son más que dos niños necesitados que buscan la salvación en su hijo. Parecen adultos, pero en sus relaciones interpersonales actúan como niños.

Hay personas que pueden ser brillantes en el nivel adulto, pero cuando vuelven a la intimidad de sus relaciones más comprometidas no son más que niños infinitamente necesitados que reaccionan frente a la falta de cariño, de atención o de reconocimiento.

Cuando vemos a las parejas en el consultorio, reconocemos de inmediato a los niños internos que se están expresando.

Muchas veces los adultos no se ponen de acuerdo porque en realidad cada uno está expresando a su niño herido, cada uno está en una escena de su infancia reclamándole a su mamá o a su papá diferentes cosas, y el otro no puede dar porque también está pidiendo lo suyo. Cuando podemos ayudarlos a darse cuenta de lo que está pasando, la discusión pierde sentido: Dejan a sus niños calmados, ya que les dieron espacio para expresarse, y pueden volver al presente a encontrarse.

Nuestros niños heridos necesitan un espacio para expresar su enojo y su dolor. Cuando se lo damos, empiezan a crecer y no interfieren en nuestras relaciones íntimas.

Welwood nos inculca una lección práctica: "Aprender a aprovechar cada dificultad que encontramos en el camino para ahondar más, para conectarnos con más profundidad; no sólo con nuestra pareja, sino también con nuestra propia condición de estar vivos.”

Ojalá estés de acuerdo con incluir todo esto en el libro. ¿Qué opinas tú?

Te mando un beso.

Laura

Roberto había leído el mensaje después de estar en la cama más de dieciséis horas. Siempre le pasaba lo mismo: cuando una aflicción lo invadía, su cuerpo respondía con sueño. Un sopor imprevisible lo asaltaba al despertar y le impedía levantarse aun cuando supuestamente ya no tenía ganas de seguir durmiendo.

La casa estaba sucia y llena de olores desagradables, la nevera vacía le parecía una contribución a su patética sensación interna, el desorden se enseñoreaba de su cuarto, le dolía la cabeza y la espalda.

Tambaleándose un poco llegó hasta el baño y se echó agua en la cara para despabilarse. Sin pasar por el cuarto a cambiarse se dirigió a la cocina a prepararse un café.

Había encendido el ordenador mientras esperaba que el agua hirviera. Después la mezcló con el resto de café que quedaba en la bolsa y empezó a beber el amargo líquido negro en un movimiento automático. La lectura del mail terminó de despertarlo.

Fue hasta el teléfono, la luz titilaba anunciando que había mensajes. Seguramente eran de Cristina pidiéndole que la atendiera, que la llamara, que hablaran, etc… Sin corroborar su fantasía y cruzando los dedos, decidió llamarla.

Sus deseos se cumplieron: fue el contestador automático el que respondió.

– No tenía nada que ver con contigo -dejó grabado-, lo lamento. Creo que tengo que resolver algunas cosas mías para poder merecer estar contigo. No me llames. Te llamaré yo. Un beso.

Buscó en su agenda el teléfono de su amiga Adriana, la psicóloga. Sentía que necesitaba un espejo donde mirarse un poco.

– ¿Tendrías un ratito para mí?

Acordaron encontrarse cuarenta y cinco minutos después en el bar cercano al consultorio…

CAPÍTULO 5

Roberto volvió a su casa alrededor de la medianoche. Después de charlar con su amiga durante un par horas se había ido a caminar junto al río… Para pensar.

Ahora todo parecía más claro. Adriana le había ayudado mucho. Desde hacía años Roberto pensaba que su enganche con la historia de su madre había sido superada. Pero no, ahí estaba el tema, si no intacto por lo menos presente.

La idea del niño herido de Laura le había asaltado la cabeza. ¿Cuántas veces ese niño interno había pataleado, gritado, llorado, arrastrado, amenazado y manipulado para conseguir la permanencia del otro a su lado?

Ahora era Cristina pero, de alguna manera, lo mismo había hecho antes con Carolina, y antes con Marta, y antes con Alicia, y antes y después con cada uno de sus amigos a los que exigía una incondicionalidad y disponibilidad imposibles de satisfacer, que terminaba espantándolos.

La claridad provenía de la serenidad que le daba poder poner en palabras lo que pasaba. Ahora se sentía en condiciones de definir lo que le estaba sucediendo y a partir de allí podría quizás modificarlo.

En su terapia había aprendido la importancia de poder denominar las cosas. Siempre recordaba fascinado aquella sesión en la que había divagado sobre el valor cultural de ciertas palabras y frases…

Pensaba que las personas empiezan a ser cuando se las identifica con un nombre y un apellido (porque desde el punto de vista jurídico, alguien no registrado, no anotado, no nombrado, prácticamente no existe)… La importancia determinante que arrastra sobre nosotros llamarnos de tal o cual manera (¿cuál sería la carga -se preguntaba- de llamarse Soledad, Dolores o Angustias?) Pensaba en el peso implícito de llevar el nombre de un hermano, abuelo o tío muerto, o soportar el condicionamiento de responder al mismo nombre del padre o de la madre, que muchas veces conlleva la distorsión de verse obligado a seguir siendo “Jorgito’, “Silvita” o “Miguelito’ hasta que el padre o la madre se mueran y uno pueda abandonar el diminutivo para poder ser llamado finalmente Jorge, Silvia o Miguel…

La expresión popular sobre cosas que escapan de control:“no tiene nombre” (“lo que le pasó no tiene nombre”, dice la gente queriendo significar que cualquier definición es insuficiente). Y la contra expresión para mostrar claridad: “Llamar a las cosas por su nombre”.

Pensó en la parábola bíblica: Dios mismo pidiéndole al hombre que le pusiera nombre a cada una de las cosas y los animales para poder “enseñorearse” sobre la creación.

Pensó en la decisión de los hombres de llamar a Dios “El lnnombrable”, seguramente para garantizar así la falta de poder de los mortales sobre Él…

Nombrar es definir y definir es empezar a controlar, porque no se puede tener control sobre lo que no se puede definir ni nombrar, se dijo.

“Personas brillantes que en la intimidad no son más que niños infinitamente necesitados que reaccionan frente a la falta de cariño, de atención o de reconocimiento”, recordó.

Debía empezar a trabajar sobre el niño herido en su interior. Nunca iba a poder sostener una relación de pareja si no resolvía su enfermizo temor a ser abandonado.

“Y el único que pude cuidarlo soy yo mismo”, recordó.

Debía definitivamente hacerse cargo de él.

“Cuando me ocupo de su tristeza, de su miedo y de su enojo, el niño no va a reaccionar, porque estará contenido.”

Roberto casi no podía creer que todo esto sucediera por el cruce en su vida de los mensajes de una desconocida y por esta extraña e involuntaria comedia de enredos.

Con sorpresa se encontró pensando otra vez en Laura. Parecía que ese Carlos era su marido, su amante o su concubino, aunque por lo leído podía ser también su ex marido en buenas relaciones. De todos modos, pensó, no debe ser difícil construir una pareja con alguien que sabe tanto del asunto. Laura mostraba tanta libertad, tanta comprensión, tanta experiencia. Eso era lo que él necesitaba, encontrar a una mujer así. Pero ¿dónde estaban estas mujeres? Bueno, él sabía dónde había una, vivía en una terminal bajo el nombre de [email protected]

Justo entonces se dio cuenta de que la casilla de mensajes de Laura se llamaba carlospol. Le incomodó imaginar que Laura fuera el seudónimo literario de Carlos, un periodista de magazines femeninos decidido a ganar algo de plata en confabulación con un psiquiatra de experiencia: Fredy. Pensando que el libro se dirigía a un público femenino, Carlos habría decidido aparecer como mujer y entonces había inventado a Laura…

Roberto abrió su carpeta de archivos y buscó los mails guardados. Leyó rápidamente buscando los textos donde pudiera hablar de Carlos…

¿Para qué siempre complicaba todo? ¿Por qué era tan rebuscado?

Un escrito mandado por Laura, quien se presentaba como una psicoterapeuta de parejas hablando de un libro, no debía ser otra cosa que lo que simplemente decía ser.

Laura era por lo tanto Laura, el tal Fredy era su amigo, y Carlos había sido, o lamentablemente todavía era, su marido. Punto.

Y siguió fantaseando: “…al día de hoy Laura vive con sus dos hijos (?), un varón y una mujer en una gran casa en las afueras de Buenos Aires, posiblemente cerca del Delta, donde va a remar los sábados y los domingos con sus hijos y su ex esposo…”

Pero el problema era otro.

¿Qué hacía él pénsando en Laura en lugar de preocuparse por su amenazada relación con Cristina?

Se acomodó ante el ordenador y buscó en los mensajes recibidos. Allí estaban: “Te mando 1” y “Te mando 2”.

Hola Fredy

Qué pasa que no me contestas? Vamos, no seas vago…

De hecho quiero tu opinión sobre un paciente que veo desde hace un año. Me parece que sus problemas tienen aspectos importantes para el libro.

Hace un año que viene a verme, y una de las primeras cosas que le sucedieron fue darse cuenta de que estaba enamorado de otra mujer. Desde ese momento se debate en el dilema de irse a vivir con su amante o quedarse con su mujer y su hijo. Y ayer me decía una cosa muy interesante: que se daba cuenta de que lo que más lo apasionaba con su amante era la cualidad que ella tiene de impredecible, que él nunca sabe dónde está.

Pensábamos juntos en esta paradoja, en que la cualidad de la pasión está muy relacionada con esta posibilidad de que el otro no esté, la sorpresa, lo fuera de programa. Si esto se convierte en una relación convencional, la pasión cae por definición.

¡Qué absurdo querer juntar la pasión con el matrimonio! ¿Cómo elegir entre la familia y la pasión? Es imposible, sobre todo porque si elige la pasión y se va con su amante, ésta pronto caerá en las garras de lo formal.