"-Díle a tu señor Mohamed que toda la policía de Inglaterra no sería capaz de impedir que esa mujer entrara a El Cairo.
"El fotógrafo continuó:
"-Vendrás esta tarde a buscar las fotografías, y entonces te diré lo que hay que hacer.
"La noche de ese mismo día, faltaba poco para amanecer, un bote se deslizó junto a La Nuit; una escalerilla de cuerda se desprendió de un costado oscuro de la popa, y Leonesa, envuelta en un impermeable con capuchón, subió al buque. El primer oficial en persona la esperaba. Bajaron unas escalerillas, se deslizaron a lo largo de recalentados corredores de chapas de hierro y después de atravesar una galería de la sentina llegaron al tubo de la cadena del ancla.
"-Será sumamente molesto -dijo el oficial-, pero es el único lugar del buque que jamás revisará la policía.
"Leonesa le escuchaba grave.
"-A medianoche le traeré siempre los alimentos. Entre al tubo, no de cabeza, sino por los pies. ¿Quiere que le deje haschich para olvidarse del tiempo?
"-No.
"-Entre. Mañana zarparemos a primera hora.
"La Nuit debía salir de Tánger a las siete de la mañana, pero a las cinco, inopinadamente, se presentó la policía francesa. Les acompañaban dos oficiales de policía inglesa y un empleado de la embajada. El buque fue revisado escrupulosamente, pero a nadie se le ocurrió mirar en el tubo del ancla.
"Cuando Yama Mohamed escuchó el informe de la revisión del buque, sonrió satisfecho. Leonesa se había salvado. Sería extraordinariamente útil a la causa del nacionalismo árabe. En El Cairo podría reorganizar el servicio de espionaje del movimiento, que había sido quebrado por numerosas detenciones.
"Leonesa entraba y salía de su redondo escondite negro como un topo de las galerías subterráneas. Durante el día le estaba absolutamente prohibido salir del tubo de acero; por la noche se deslizaba fuera de él, el cuerpo marcado por los eslabones de la cadena del ancla, los huesos adoloridos.
"Más de una vez había estado tentada a pedirle haschich al oficial, pero pensaba que una noche René Vasonier se presentaría diciéndole:
"-Hemos llegado. Salga. -Y entonces ella respiraría el aire puro de la noche, abandonaría para siempre esa sepultura de acero en cuyas tinieblas redondeadas reposaba como un cadáver.
"Cuando estaba tendida en el interior del tubo de la cadena del ancla no podía revolverse casi. Estaba separada de los eslabones por una pequeña franja de lona. Dormía o meditaba extendiendo sus planes en el futuro, dentro de todas las probabilidades que le ofrecía su existencia de espía.
"René Vasonier se había insinuado una vez para hacerle más agradable el viaje durante la noche, pero Leonesa escuchó sus palabras amables con indiferencia. El hombre le resultaba desagradable. René Vasonier no se atrevió a insistir. Tras ella estaba, tiesa y amenazadora, la figura de Yama Mohamed, el nieto de Raisuli. Leonesa le pidió cigarrillos, whisky, y él se los trajo. A partir del cuarto día de viaje, Leonesa comenzó a embriagarse sistemáticamente. Sólo así era posible vivir dentro del tubo de acero, cuya glacial vibración se comunicaba a todo su cuerpo como el resuello de un monstruo que estuviera digiriéndola en su estómago de tinieblas.
"A veces se detenían en puertos, donde el buque permanecía inmóvil un día o dos, luego partían; cuando anclaron en Malta, un cuerpo de policía revisó nuevamente la nave. Esta vez eran ingleses; ella les oía hablar desde lejos; entre los bultos de la estiba; después se fueron, sobrevino el silencio, y por la noche partieron.
"René Vasonier estaba satisfecho. La nueva relación con Yama Mohamed abría amplias perspecti- vas para su tráfico ilegal. El capitán de La Nuit era un imbécil; no se enteraría jamás de sus actividades. Yama Mohamed podía suministrarle un trabajo abundante; los intereses secretos que corrían de El Cairo a Tánger, bajo la forma de informes, paquetes extraños, armas contrabandeadas y personas en constante fuga, aparición y desaparición, le aseguraban con su intervención cómplice un destino magnífico y sorprendente.
"Transcurrían los días; únicamente cuando entraron a Port-Said, el capitán de La Nuit, Piontevil, reparó que la mar estaba excesivamente picada. Vasonier también observó que los buques junto al murallón de la ciudad se meneaban constantemente.
"Piontevil, desde el puente de mando, miró a su oficial y exclamó:
"-¡Que bajen las dos anclas!
"René dejó de vigilar la maniobra para volverse espantado.
"-¿Las dos anclas? Siempre trabajamos con una, capitán.
– "Esto está muy picado.
"René sintió que un sudor frío le bañaba el cuerpo con su viscosidad repugnante. ¿Las dos anclas? No era posible. ¿Y la mujer que iba metida en el tubo de acero? La aventura se transformaba en una tragedia. Balbuceó:
"-Hace como diez años que no funciona esa ancla, capitán.
"Piontevil no le escuchaba, mirando el mediodía de Port-Said y sus confines de espuma agitada.
"En tanto el primer oficial se decía que descubrir a la fugitiva era perder su carrera, someterse a un proceso por soborno. Callarse era condenar a muerte a la mujer. Pero su carrera…
"-¡Y esas anclas! -gritó Piontevil.
"Ya no había tiempo de avisar a la mujer. El capitán de La Nuit, sin esperar a que su oficial diera la orden, gritó por el portavoz:
"-¡Las dos anclas! -Y entonces René le hizo una señal a los hombres de los cabrestantes de vapor. Rechinaron las palancas, una columnita de humo se escapó de los cilindros oxidados, comenzó a girar un tambor, y de pronto un grito agudísimo cru- zó los aires sobre la superficie del mar; todos se miraron al rostro sin poder especificar de dónde partía aquel grito; luego estalló otro más agudo y cargado de horror, las cadenas rechinaban en los escobenes y ya no volvió a escucharse nada.
"Las anclas entraron en el agua agitada; de pronto, un pescador que rondaba la nave con su botecilio exclamó:
"-¡Una pierna sale por el escobén!…
"Todos los desocupados del puerto se precipitaron a mirar.
"Del ojo de acero, por donde se había deslizado la cadena, colgaba una pierna de mujer. Hilos de sangre se coagulaban en el acero del casco.
"Después de dos años de este suceso, René Vasonier no podía aún encontrar trabajo en ninguna compañía marítima.
"Un día en París se encontró con el fotógrafo Abraham, el mismo fotógrafo de Tánger. El fotógrafo no le preguntó ni una palabra por el destino de aquella desconocida que embarcara una noche en el puerto de Tánger. René pensó:
"-Se han olvidado.
La muerte de Leonesa se borraba de su mente.
Otro día volvió a encontrarse con un arquitecto italiano de Tánger. Le ofrecieron trabajo en las construcciones de cemento armado de la colonia italiana. Aceptó. Pasaban los meses; el drama había tenido menos repercusión de la que él supusiera. Una vez preguntó por Yama Mohamed y le dijeron que estaba lejos. La tragedia de Port Said era un mal negocio. Pero él se levantaría nuevamente.
"Una noche, dirigiéndose a Ceuta, a poco de salir del Borch, su automóvil tropezó con un hombre tendido en la carretera. Se detuvo, abrió la portezuela; cuando puso el segundo pie en el suelo, un palo cayó sobre su cabeza; cuando despertó estaba amarrado de pies y manos; dos hombres cubiertos por el capuchón de la chilaba, con gruesas barbas hasta los pómulos, le miraban en silencio. Un tercero avivaba el fuego en un hornillo donde enrojecía lentamente una barra de hierro.
"Cuando la varilla alcanzó el rojo blanco, los dos hombres se precipitaron sobre él; con sus robustos dedos le abrieron los párpados, mientras el tercero aproximaba la punta de la barra de hierro al rojo blanco, primero a un ojo, después a otro.
"Se desmayó. Algunas horas después le encontraron unos turistas. Le desataron, pero René Vasonier no pudo verles. Estaba ciego."