– Lamento haberte hecho esperar, Alfred. Una reunión en las Salas de Guerra Subterráneas con Churchill, el director general, Menzies e Ismay. Me temo que tenemos entre manos un pedazo de crisis. Bebo coñac con soda. ¿Te apetece?

– Whisky -repuso Vicary, sin apartar los ojos de Boothhy. Pese a la circunstancia de ser uno de los altos jerarcas del MI-5, Boothby aún se permitía el orgullo infantil de dejar caer como si tal cosa los nombres de las personalidades poderosas con las que trataba regularmente. El grupo de hombres que acababa de reunirse en la fortaleza del subsuelo del primer ministro era la elite de la comunidad del servicio de información británico en tiempos de guerra: el director general del M1-5, sir David Petrie; el director general del M1-6, sir Stewart Menzies: y el jefe del estado mayor personal de Churchill, el general sir Hastings Ismay. Boothby oprimió un botón del escritorio y pidió a su secretaria que trajese la bebida de Vicary. Anduvo hasta la ventana, levantó la persiana, bajada debido al oscurecimiento impuesto por las autoridades, y miró al exterior.

– Espero por Dios que no vuelvan a venir esta noche…, me refiero a la puñetera Luftwaffe. Era distinto en 1940. Entonces todo era nuevo y emocionante en cierto extraño modo. Llevar el casco de acero bajo el brazo al ir a cenar. Correr a los refugios. Disparar observando a los aviones desde el tejado. Pero no creo que Londres pudiera resistir otro invierno de blitz riguroso. Todo el mundo está demasiado cansado. Cansado, hambriento, mal vestido y enfermo por culpa de las miserables humillaciones que comporta la guerra. No estoy seguro de si esta nación podrá soportar mucho más.

La secretaria de Boothby entró con el whisky de Vicary. La llevaba en el centro de una bandeja de plata, sobre una servilleta de papel. Boothby tenía una especie de obsesión contra los cercos que dejaban los líquidos en los muebles de su despacho. El brigadier general se sentó en la silla situada junto a Vicary y cruzó las piernas, de forma que la puntiaguda puntera de su zapato apuntaba a la rótula de Vicary como un arma de fuego cargada.

– Tenemos una nueva misión para ti, Alfred. Y al objeto de que comprendas verdaderamente su importancia, hemos decidido que es necesario levantar un poco el velo y enseñarte algo más de lo que se te ha permitido ver hasta ahora. ¿Entiendes lo que estoy diciendo?

– Creo que sí, sir Basil.

– Eres el historiador. ¿Estás muy impuesto en Sun Tzu?

– Siglo cuarto antes de Jesucristo. China no es precisamente mi terreno, sir Basil, pero he leído algo acerca de él.

– ¿Sabes lo que escribió respecto al engaño militar?

– Sun Tzu escribió que toda acción de guerra se basa en el engaño al enemigo. Predicó que una batalla se gana o se pierde antes de que se libre. Su consejo era simple: atacar al enemigo en el punto donde no está preparado y aparecer allí donde a uno no se le espera. Dijo que es de vital importancia socavar, subvertir y corromper al enemigo, sembrar la discordia interna entre sus mandos y destruirlo sin combatirle.

– Muy bien -enunció Boothby, visiblemente impresionado-. Por desgracia, nunca seremos capaces de destruir a Hitler sin combatirle. Y para tener alguna posibilidad de derrotarle en una lucha, hemos de engañarle primero. Debemos hacer caso de las sabias palabras de Sun Tzu. Es preciso que aparezcamos allí donde no se nos espera.

Boothby se levantó, fue hasta su mesa y volvió con un maletín de seguridad. Estaba hecho de metal, del color de la plata pulimentada, y llevaba unas esposas unidas al asa.

– Estás a punto de convertirte en BIGA, Alfred -dijo Boothby, al tiempo que abría el maletín.

– ¿Perdón?

– BIGA es una clasificación supersecreta creada especialmente para cubrir la invasión. Su nombre procede del sello que estampamos sobre los documentos que oficiales británicos llevaron a Gibraltar para la invasión de África del Norte. A GIB, a Gibraltar. Nos hemos limitado a poner las letras al revés. A GIB pasó a ser BIGA.

– Comprendo -repuso Vicary. Cuatro años después de haber ingresado en el MI-5, Vicary seguía considerando ridículos la mayor parte de los nombres en clave y las clasificaciones de seguridad.

– BIGA califica ahora a todo aquel que está impuesto en los secretos más importantes de Overlord, o sea la Operación Cacique , el momento y lugar de la invasión de Francia. Si conoces ese secreto, eres un BIGA. Todo documento referente a la invasión lleva un sello BIGA.

Boothby buscó dentro del maletín y sacó una carpeta de color pajizo. La depositó cuidadosamente encima de la mesita de café. Antes de mirar a Boothby, Vicary echó un vistazo a la tapa. Tenía grabada la espada y el escudo de la JSFEA, la Jefatura Superior de la Fuerza Expedicionaria Aliada, y estampado el anagrama BIGA. Debajo iban las palabras Plan Escolta, seguidas por el nombre de Boothby y un número de orden.

– Estás a punto de entrar en una hermandad restringida, de sólo unos cuantos centenares de funcionarios -continuó Boothby-. Y aún hay algunos de nosotros que opinan que somos demasiados. Debo confesarte también que tus antecedentes personales y profesionales han sido investigados a fondo. No se ha dejado piedra por remover, como suele decirse. Me alegra informarte de que no se te conoce como miembro de ninguna organización fascista ni comunista, que no bebes más de la cuenta, al menos en público, que no tonteas con mujeres de mala vida y que no eres marica ni tienes ningún otro tipo de desviación sexual.

– Bueno es saberlo.

– Tengo que decirte asimismo que estarás sometido a vigilancia continua y que en cualquier momento tendrás que pasar controles de seguridad. Nadie aquí está exento de eso, ni siquiera el general Eisenhower.

– Comprendo, sir Basil.

– Estupendo. Primero me gustaría hacerte un par de preguntas. Tu tarea está relacionada con la invasión. Los casos que has atendido hasta ahora te han proporcionado una ventana sobre algunos de los preparativos. ¿Dónde crees que proyectamos dar el golpe?

– Basándome en lo poco que sé, diría que vamos a descargarlo en Normandía.

– Y según tu evaluación, ¿qué probabilidades de éxito asignas aun desembarco en Normandía?

– Los asaltos anfibios son por naturaleza las más complicadas de todas las operaciones militares -repuso Vicary-. Especialmente cuando el canal de la Mancha anda de por medio. Julio César y Guillermo el Conquistador lograron cruzarlo. Napoleón y los españoles fracasaron. Hitler acabó por abandonar la idea en 1940. Calculo que las probabilidades de éxito de la invasión no superan el cincuenta por ciento.

Boothby soltó un gruñido.

– Si llegan, Alfred. Si llegan. -Se puso en pie y empezó a pasear a lo largo del despacho-. Hasta ahora hemos conseguido culminar con éxito tres operaciones anfibias: África del Norte, Sicilia y Salerno. Pero ninguno de esos desembarcos se efectuó en una costa fortificada.

Boothby interrumpió sus paseos y miró a Vicary.

– A propósito, diste en el clavo. Es Normandía. Y está programado para últimos de primavera. Y para contar con un cincuenta por ciento de probabilidades de éxito, es obligatoriamente preciso que Hitler y sus generales crean que vamos a atacar por algún otro punto. -Boothby se sentó y cogió la carpeta-. Esto es lo que hemos elaborado, se llama Plan Escolta. Como eres historiador, tu valoración de Escolta será especial. Es una ruse de guerre de una escala y ambición jamás intentada hasta la fecha.

El nombre en clave no significaba nada para Vicary. Boothby continuó con su conferencia adoctrinadora.

– Escolta solía llamarse Plan Jael. Lo rebautizamos como consecuencia y en atención a un comentario más bien elocuente que el primer ministro le hizo a Stalin en Teherán. Churchill dijo: «En tiempo de guerra, la verdad es tan preciosa que ha de ir acompañada de una escolta de mentiras». El Viejo tiene bastante labia, eso se lo concedo. Escolta no es una operación en sí misma. Es el nombre en clave que designa el conjunto de todas las operaciones de engaño y tapadera estratégica, que han de ponerse en práctica a escala global; un conjunto diseñado para que Hitler y su Estado Mayor General se llame a engaño acerca de nuestras intenciones el Día D.

Boothby cogió la carpeta y con gestos enérgicos hojeó los documentos que contenía.

– La pieza más importante de Escolta es la operación Fortitud, la Operación Fortaleza. El objetivo de Fortaleza es retrasar la reacción de la Wehrmacht el máximo de tiempo posible, por el procedimiento de hacerles creer que otras partes del noroeste de Europa se encuentran también bajo la amenaza del ataque de nuestras fuerzas…, específicamente Noruega y el paso de Calais.

»La farsa de Noruega tiene el nombre en clave de Fortaleza Norte. Su objetivo consiste en obligar a Hitler a dejar veintisiete divisiones en Escandinavia, convenciéndole de que pensamos atacar a Noruega, antes o durante el Día D.

Boothby pasó a otra página de un libro de notas y respiró hondo.

– Fortaleza Sur es el punto más crítico y, me atrevería a decir, el más peligroso de las dos tretas. La finalidad de Fortaleza Sur es convencer poco a poco a Hitler, a sus generales y a sus oficiales de los servicios de inteligencia de que pretendemos preparar no una invasión de Francia, sino dos. El primer golpe, según Fortaleza Sur, es un ataque de diversión a través de la bahía del Sena, en Normandía. El segundo, que sería el principal, tendrá lugar tres días después en el estrecho de Dover, en Calais. Desde Calais, nuestros ejércitos de invasión pueden dirigirse al este y entrar en Alemania en pocas semanas. -Boothby hizo una pausa para tomar un sorbo del coñac con soda y dejar que sus palabras calasen-. Fortaleza dice que el objetivo del primer asalto es obligar a Rommel y a Von Rundstedt a trasladar a Normandía las unidades panzer de elite del Decimoquinto Ejército alemán, dejando así Calais indefenso cuando se produzca la invasión real. Evidentemente, lo que deseamos es que suceda la contrario. Queremos que los panzers del Decimoquinto ejército permanezcan en Calais, a la espera de la auténtica invasión, paralizados por la indecisión, mientras desembarcamos en Normandía.

– Brillante en su sencillez.

– Absolutamente -dijo Boothby-. Pero con un deslumbrante punto débil. No disponemos de suficientes hombres para llevarlo a la práctica. Para finales de la primavera contaremos sólo con treinta y siete divisiones -estadounidenses, británicas y canadienses-, que casi resultan insuficientes para descargar un golpe contra Francia, y mucho menos dos. Si Fortaleza ha de contar con alguna probabilidad de éxito, hemos de convencer a Hitler y a sus generales de que tenemos las divisiones necesarias para montar dos invasiones.