Extrañas sensaciones y preguntas inundaron mi mente. ¿Cómo debía clasificar los acontecimientos del día? No lograba explicar ninguno de ellos de manera satisfactoria. Lo más extraordinario era la certeza de saber que mi último comentario -el que yo era un sapo flaco en proceso de ser igual que Clara- había establecido un lazo de empatía entre Manfredo y yo. También sabía de cierto que era imposible pensar en él como un perro ordinario y que ya no le tenía miedo. Aunque se me hiciera difícil creer, Manfredo parecía poseer una inteligencia especial que le permitía comprender lo que Clara y yo estábamos diciendo.
El viento de súbito separó las cortinas y disolvió las sombras en medio de una trémula ráfaga de tela centelleante. La cara del perro empezó a fundirse con las otras marcas sobre la pared, las cuales me imaginé como unos hechizos que me otorgarían fuerza para enfrentar la noche.
Pensé que era extraordinario que la mente pudiera ser capaz de proyectar sus experiencias sobre una pared vacía, como si fuera una cámara que ha almacenado un metraje interminable de película.
Las sombras oscilaron cuando bajé la mecha de la lámpara, al desvanecerse el último rastro de luz en la habitación, hundiéndome en la oscuridad total. No me dio miedo la oscuridad ni me angustiaba el hecho de encontrarme en una cama y una casa extrañas. Clara había dicho que era mi cuarto; después del corto rato que llevaba en él, ya me sentía por completo en mi elemento. Tenía la intensa sensación de estar protegida.
Al mirar el espacio oscuro delante de mí, observé que el aire del cuarto se tornaba efervescente. Recordé las palabras de Clara acerca de la carga de energía imperceptible que llenaba la casa, como una corriente eléctrica que fluía por sus cables. Debido a toda nuestra actividad, no me había dado cuenta de ello antes. No obstante, ahora, en el silencio total, claramente escuché un suave zumbido. Luego vi unas minúsculas burbujas saltar por todo el cuarto a una velocidad tremenda. Chocaban frenéticamente unas con otras, despidiendo un zumbido monótono igual al de miles de abejas. La habitación y toda la casa parecían cargadas de una sutil corriente eléctrica que llenaba por completo mi ser.