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– Los encontró en una cueva en las montañas. Alguien debió dejarlos ahí hace una eternidad -contestó bruscamente.

Su tono impaciente me hizo pensar que tampoco deseaba hablar acerca del maestro brujo, así que pregunté:

– ¿Qué más sabes sobre estos cristales?

Alcé uno hacia la luz del sol para observar su traslucidez.

– El uso de cristales era del dominio de los brujos del México antiguo -explicó Clara-. Son armas utilizadas para destruir al enemigo.

Escuchar eso me dio tal sacudida que casi dejé caer uno de los cristales. Traté de dárselos a Clara, porque ya no quería tener nada que ver con ellos, pero Clara se negó a tomarlos.

– Una vez que sostienes en tus manos unos cristales como éstos, no puedes pasarlos a otra persona -me reprendió-. No está bien; de hecho, es peligroso. Estos cristales deben tratarse con un cuidado infinito. Son un regalo de poder.

– Lo siento -dije-. No quise faltar al respeto. Sólo me asusté cuando dijiste que los usaban como armas.

– Antes fue así, pero ya no -aclaró-. Hemos perdido el conocimiento de cómo convertirlos en armas.

– ¿Existió tal conocimiento en el México antiguo?

– ¡Por supuesto que sí! Forma parte de nuestra tradición -declaró-. Al igual que en China, donde hubo creencias antiguas tan descabelladas que se transformaron en leyendas, aquí en México también tenemos nuestras creencias y leyendas.

– Pero ¿por qué nadie sabe mucho acerca de lo que pasaba en el México antiguo, mientras que todo el mundo está enterado de las creencias y las prácticas de la antigua China?

– Aquí en México hubo dos culturas que chocaron de frente: la española y la indígena -explicó Clara-. Sabemos todo acerca de la antigua España pero no sobre el México de la antigüedad, por el simple hecho de que los españoles fueron los vencedores y trataron de borrar las tradiciones indígenas. Pero pese a sus esfuerzos sistemáticos e incansables, no lo lograron del todo.

– ¿Cuáles fueron las prácticas asociadas con los cristales? -pregunté.

– Se cree que los brujos de la antigüedad sostenían la imagen mental de su enemigo, en un estado de concentración intensa y precisa, estado único que es casi imposible de lograr y definitivamente imposible de describir. En tal condición de conciencia mental y física, manipulaban la imagen hasta encontrar su centro de energía.

– ¿Qué hacían los brujos con la imagen de su enemigo? -pregunté, impulsada por una curiosidad morbosa.

– Solían buscar una abertura, normalmente situada en el área del corazón, como un diminuto vórtice en torno al cual circula la energía. En cuanto lo encontraban lo apuntaban con sus cristales, como dardos.

Al oír cómo se apuntaba con los cristales la imagen del enemigo, me puse a temblar. Pese a mi desazón me sentí impulsada a preguntarle a Clara qué pasaba con la persona cuya imagen era manipulada por los brujos.

– Quizá se le marchitaba el cuerpo -replicó-. O tal vez la persona sufría un accidente. Existe la creencia de que los propios brujos no sabían exactamente qué pasaría, pero si su intento y poder eran lo bastante fuertes tenían asegurada la destrucción del enemigo.

Más que nunca sentí el deseo de soltar los cristales, pero a la luz de lo dicho por Clara no me atreví a profanarlos. Me pregunté qué razón podía haber para que alguien me los quisiera dar.

– Las armas mágicas tuvieron una importancia tremenda en cierto momento -continuó Clara-. Las armas como los cristales se volvieron una extensión del cuerpo del brujo. Eran armas llenas de una energía que podía encauzarse y proyectarse hacia afuera, a través del tiempo y del espacio.

Clara indicó que el arma máxima, sin embargo, no era un dardo de cristal, una espada o siquiera un rifle, sino el cuerpo humano. Es posible convertirlo en un instrumento capaz de reunir, guardar y dirigir la energía.

– Podemos considerar el cuerpo como un organismo biológico o como una fuente de poder -explicó Clara-. Todo depende del estado en que se encuentra el inventario en nuestro almacén; el cuerpo puede ser duro y rígido o manejable y flexible. Si nuestro almacén está vacío, el cuerpo también lo está y la energía del infinito puede fluir a través de él.

Clara reiteró que a fin de vaciarnos debemos hundirnos en un estado de profunda recapitulación y dejar que la energía fluya sin trabas a través de nosotros. Sólo en un estado de quietud, subrayó, podemos dar rienda suelta al vidente dentro de nosotros y puede la energía impersonal del universo transformarse en la fuerza muy personal del intento.

– Al vaciarnos lo suficiente de nuestro anticuado y estorboso inventario -continuó-, la energía viene a nosotros y se reúne en forma natural; al aglutinarse lo suficiente, se convierte en poder. Cualquier cosa puede anunciar esa conversión: un ruido fuerte, una voz baja, un pensamiento que no es de uno, una inesperada ola de vigor y bienestar.

Clara puso énfasis en el hecho de que, a fin de cuentas, no importaba que el poder descendiese sobre nosotros en un estado despierto o en los sueños; resultaba igualmente válido en ambos casos, aunque este último es menos definido pero más potente.

– Lo que experimentamos estando despiertos, en términos de poder, debe ponerse en práctica en los sueños -continuó- y el poder que experimentamos en los sueños debe usarse al estar despiertos. Lo que cuenta realmente es estar consciente, sin importar que se esté despierto o dormido -lo repitió, mirándome fijamente-. Lo que cuenta es estar consciente.

Clara guardó silencio por un momento, antes de comunicarme algo que me pareció completamente irracional.

– Estar consciente del tiempo, por ejemplo, puede alargar la vida de un hombre por varios cientos de años -dijo.

– Eso es absurdo -objeté-. ¿Cómo es posible que alguien viva por tanto tiempo?

– Estar consciente del tiempo es un estado especial de la conciencia que nos impide envejecer rápidamente y morir en pocas décadas -explicó Clara-. Existe la creencia, trasmitida por los antiguos brujos, de que, si fuéramos capaces de usar los cuerpos como armas o, para decirlo en términos modernos, si vaciáramos nuestros almacenes, podríamos deslizarnos fuera del mundo para andar en otros mundos.

– ¿A dónde iríamos? -pregunté.

Clara me miró, sorprendida, como si yo debiera conocer la respuesta.

– Al reino del no ser, al mundo de las sombras -replicó-. Se cree que, una vez vacío nuestro almacén, nos tornaríamos tan ligeros que podríamos volar por el vacío sin que nada entorpeciera nuestro paso. Entonces podríamos regresar a este mundo jóvenes y renovados.

Cambié de posición sobre la piedra incómoda que me estaba adormeciendo el coxis.

– Por el momento sólo es una creencia, ¿verdad, Clara? -pregunté-. Una leyenda trasmitida desde la antigüedad.

– Por el momento sólo es una creencia -reconoció-. Pero es sabido que los momentos, como todas las cosas, pueden cambiar. Hoy en día, el hombre más que nunca necesita renovarse y experimentar el vacío y la libertad.

Me pregunté cómo se sentiría ser tan vaporosa como una nube y flotar por el aire sin nada que obstruyera mis ires y venires, luego mi mente pisó el suelo otra vez y me sentí obligada a afirmar:

– Toda esta conversación acerca de estar consciente del tiempo y pasar al mundo de las sombras, Clara, me resulta imposible de aceptar o de entender. No forma parte de mi tradición o bien, como tú dirías, no forma parte del inventario en mi almacén.

– Sí, así es -asintió Clara-. ¡Esto es brujería!

– ¿Quieres decir que la brujería aún existe y se practica en la actualidad? -pregunté.

De súbito Clara se puso de pie y agarró su bulto.

– No me preguntes más al respecto -pidió, categórica-. Más luego averiguarás todo lo que quieras saber, pero alguien con mayor capacidad que yo para explicar estas cosas te lo dirá.