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»Me llevé una gran sorpresa cuando la señora Strafford pasó sin más junto a la anciana y gritó: "¡Baja! ¡Baja de una buena vez!".

»"El señor Strafford ya no viene por aquí."

»"¿Cómo dice?" La señora Strafford estaba a punto de subir la escalera, pero se volvió.

»"Hace como mínimo ocho meses que no se presenta. Los últimos dos meses nadie me ha pagado."

»"¿Usted es el ama de llaves?"

»"Lo era, pero no me han pagado."

»"De eso nos ocuparemos enseguida." En ese momento me percaté de que la señora Strafford no era una mujer remolona. "¿Cuánto le debía mi marido?"

»Si la repentina aparición de la señora Strafford la sorprendió, la anciana no lo demostró. "Sesenta chelines. Me pagaba siete con seis por semana."

»"Supongo que acepta billetes." La viuda sacó del bolso tres billetes de una libra. "Valen tanto como el metal."

»Las mujeres siguieron conversando, pero yo sentía curiosidad por averiguar qué había tras las puertas de esa vieja casa. Señorita Lamb, por si no lo sabe tengo debilidad por las pruebas del pasado. Más allá de la escalera divisé un trastero; en cuanto entré, reparé en el ligero olor a papeles viejos, para mí tan refrescante como el de las hierbas y las plantas. ¿Qué representa la dulzura de las flores comparada con el aroma del polvo y el encierro? En un rincón había un voluminoso buró de madera. Lo abrí y encontré montones de documentos doblados, atados o en hojas individuales.

»De repente la señora Strafford apareció a mis espaldas. "¿Qué hay aquí? ¿Más papeles? Dios mío, mi esposo estaba hasta el cuello de papeles."

»"Es posible que la casa esté repleta de documentos. ¿Qué puedo hacer…?"

»"¿Qué puede hacer con ellos? Señor Ireland, quédeselos. Usted ha encontrado la casa y puede quedarse con los papeles que contiene."

»Reflexioné unos instantes y, a través de una ventana mugrienta, contemplé el patiecillo empedrado. "No, no sería justo. Planteémoslo de otra manera. Si encuentro algo de valor para mí, pero no para usted, puedo quedármelo."

»"De acuerdo."

»"¿Así de simple?"

»"No resulta difícil dar lo que jamás he poseído. Señor Ireland, aquí tiene las llaves del ama. Venderé la casa en cuanto termine su trabajo."

»A la mañana siguiente regresé a Knightrider Street y di a mi padre la excusa de que tenía que examinar la biblioteca de un caballero de Bow Lane. Ya le he explicado mi deseo de que esta historia se convirtiese en una aventura. Comencé por la planta superior y registré con minuciosidad cada estancia. En su mayor parte, la casa carecía de muebles, salvo el cuartucho que la anciana ama de llaves había ocupado, pero sí había varios cofres y cajas en los que hallé más documentos. En ese momento tuve claro que el señor Strafford había sido un empedernido y apasionado coleccionista de manuscritos. Encontré registros de defunciones, papeles teatrales escritos en largos rollos, correspondencia diplomática y hasta varios folios de una Biblia iluminada. Señorita Lamb, le ruego que me diga si la aburro. La segunda mañana descubrí la escritura con la firma de William Shakespeare. Me refiero a la escritura que mi padre acaba de mostrarle. Al principio no reparé en la rúbrica y aparté el documento a un lado, junto con otros. Sin duda algo debió llamar mi atención. Quizá no fue más que la proximidad de la uve doble, la ese y la hache. Repasé la página y una hora después la llevé a la librería. Era el regalo perfecto para mi padre. Ayer mismo encontré el sello.

– ¿La mujer está enterada de la existencia del sello? -Mary había escuchado la narración sumida en el silencio, pero ahora sentía mucha curiosidad.

– ¿La señora Strafford? Claro que sí pero, de todas maneras, no lo valora. Shakespeare no le interesa para nada. Carece de nuestro…, carece de nuestro entusiasmo.

– A su marido no le ocurría lo mismo.

– Todavía no sé si coleccionaba esos objetos de forma deliberada o al tuntún. Quedan muchas cajas y cajones por examinar. Me sentí obligado a hablar a mi padre de los papeles de Strafford, pero no he entrado en detalles. Lo conozco y sé que sería indiscreto.

– No se imagina cuánto lo envidio.

– Señorita Lamb, ¿por qué?

Hasta entonces nadie se había dirigido a William en esos términos:

– Porque tiene una finalidad, un propósito.

– Yo no le daría tanta importancia.

– Pues yo, sí.

– En ese caso, podría compartir este…, podría compartir este propósito con usted.

– ¿De qué manera?

– La haré partícipe de mis descubrimientos. Así satisfarán a mi padre y también a usted.

– ¿Está dispuesto a hacerlo?

– Por supuesto. Lo haré voluntariamente y de buena gana. Quede claro que puede contárselo a su hermano.

***

Habían paseado hasta Catton Street y parecían poco dispuestos a separarse. Por consiguiente, Mary volvió a caminar con él por High Holborn. Tal y como ella se había confesado, sentía un peculiar interés por ese joven, pero era incapaz de explicar los motivos de esta atracción. También percibió el detalle de que William no tenía madre, aunque no habría podido explicar el porqué; quizá fue la intensidad del joven lo que le indicó cierto desasosiego interior. Más tarde comentó a su hermano que William tenía una «mirada solitaria» y Charles rió ante esa muestra de sentimentalismo. De todos modos, para Mary se trató de una descripción exacta.

– La soledad no está lejos de la sensibilidad -comentó su hermano.

– Charles, estoy hablando en serio. -El color encendió las mejillas de Mary-. El señor Ireland necesita protección.

– ¿De qué hay que protegerlo?

– No estoy segura. Al parecer, libra una batalla con el mundo. Se considera la parte perjudicada y no dejará de plantarle cara.

CAPÍTULO V

Tras despedirse de Mary Lamb en la esquina de High Holborn y verla fundirse con la gente, William Ireland regresó a la librería. Allí encontró solo a su padre. Samuel Ireland deambulaba de un extremo a otro y se oía el roce de sus zapatos de charol en el suelo de tablas de madera.

– El señor Malone te envía saludos. Se fue porque tenía una cita con el oculista.

– Se le notaba satisfecho, ¿no?

– Estaba encantado más allá de todo lo imaginable. -Samuel Ireland caminó hasta el final de la tienda antes de volverse hacia su hijo-. ¿Cuándo verás de nuevo a tu mecenas?

William no había sido tan explícito con su padre como con Mary Lamb; apenas si le había contado que había encontrado la escritura de una casa en la biblioteca de una anciana dama que, a su vez, lo había autorizado a quedarse con ciertos artículos que para ella carecían de interés. En lo que a la mecenas se refería, sólo se trataba de «simples papeles». También le había comentado que prestó juramento solemne de que jamás revelaría su nombre. William sabía de la grandilocuencia y propensión de su padre a la elaboración de tramas extravagantes. Por ejemplo, fue a raíz de un impulso repentino que su padre había llamado a Edmond Malone.

– Le dije que la visitaría dentro de unos días.

– ¿Unos días? ¿Sabes lo que tenemos aquí?

– Un sello.

– Es una mina, una mina de oro. ¿Sabes el precio que estos objetos alcanzarían en subasta?

– Padre, ni se me ha ocurrido planteármelo.

– Supongo que tu mecenas no lo sabe porque, de estar al tanto, no los pondría sin más a tu disposición. ¿Sería mejor que dijera «tu benefactora»? -William se negó a considerar si el tono de su padre era irónico-. Está por encima de esas cuestiones, ¿no?

– Solamente se trata de un regalo. Ya te expliqué que encontré una escritura en la casa de su difunto marido…