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¡Qué facilones son los tíos!

Durante varios minutos permito que su lengua entre en mí y juegue con la mía, y cuando estoy a punto de insinuarle que nos vayamos a otro lugar, la puerta del local se abre y veo que entra la chica rubia que se ha marchado con Eric.

Sorprendida por verla allí, la sigo con la mirada. Ella va hasta la barra, pide una bebida a mi compañero y después regresa con su grupo de amigas. Al momento, me suena el móvil. Un mensaje de Eric.

«Ligar es tan fácil como respirar. No hagas nada de lo que te puedas arrepentir.»

Sin saber por qué, suelto una carcajada mientras maldigo. ¡Maldito Eric! Él y sus malditos juegos. David me mira. Le digo que tengo que seguir trabajando y regreso a mi puesto.

A las seis y media de la mañana entro en la casa de mi padre. Todos están dormidos. Voy hasta el cubo de basura y, tras rebuscar en él, encuentro la notita de las rosas que me ha enviado. La abro y leo: «Cariño, soy un gilipollas. Pero un gilipollas que te quiere y que desea que lo perdones. Eric».

5

Cuando me levanto por la mañana es tardísimo. He pasado una nochecita jerezana que no se la deseo ni a mi peor enemigo. Bueno, sí...; a Eric, ¡sí!

Mi hermana y mi padre ya están liados con la cena de Nochebuena mientras mi cuñado juega a la PlayStation con mi sobrina. Tras tomarme un café, me siento junto a mi cuñado y, diez minutos después, juego a Mario Bros con ellos. Mi móvil suena. Eric. Directamente lo apago.

A las siete de la tarde, cuando voy a meterme en la ducha, me miro en el espejo. Mi aspecto exterior es bueno, aunque por dentro estoy destrozada. Enciendo el móvil y, tras ver doce llamadas perdidas de Eric, me encuentro un mensaje de David: «Pasaré a buscarte sobre la medianoche. Ponte guapa».

El «ponte guapa» me hace sonreír. Pero mi sonrisa es triste. Desganada. Con desesperación, me apoyo en el lavabo. ¿Qué me pasa?

¿Por qué no puedo quitármelo de la cabeza?

¿Por qué digo una cosa cuando quiero hacer otra?

¿Por qué...? ¿Por qué...?

La respuesta a tanto «¿por qué?» es evidente. Le quiero. Estoy enamorada de Eric hasta las trancas y, como dice Fernando, si no me bajo de la burra me voy a arrepentir. Pero no, no me bajo de la burra. Estoy harta de sus tonterías y voy a recuperar mi vida.

Frustrada, decido darme una ducha, pero antes voy a mi habitación en busca de algo. Ya en el baño, corro el pestillo de la puerta, pongo mi CD de Aerosmith y suena Crazy. Subo el volumen y abro el grifo de la ducha. Cierro los ojos y comienzo a moverme sensualmente al compás de la música y, al final, me siento en el borde de la bañera con el vibrador.

Quiero fantasear.

Lo necesito.

Lo anhelo.

Mantengo los ojos cerrados mientras la música suena y retumba en el baño.

I go crazy, crazy, baby, I go crazy

You turn it on, then you’re gone

Yeah you drive me crazy, crazy, crazy for you baby

What can I do, honey?

I feel like the color blue...

Me abro de piernas y dejo volar mi imaginación. Imagino que Eric está detrás de mí y susurra en mi oreja que abra mis piernas para otros. Calor.

Mis muslos se separan y, con mis dedos, abro mis labios vaginales mientras ofrezco y enseño lo que Eric, mi morboso y tentador dueño, me pide. Ardor.

Sin demora, paseo mis dedos por mi mojado ofrecimiento. Enciendo el vibrador y lo llevo hasta mi clítoris. El resultado es fantástico, instigador y fabuloso. Una explosión de placer toma mi cuerpo, y cuando voy a cerrar las piernas, la voz de Eric me pide que no lo haga. Le obedezco y jadeo. Pasión.

Me meto en la vacía bañera y subo mis piernas a ambos lados. Con los ojos cerrados, me expongo a todo el que me quiera mirar. Tumbada y abierta de piernas vuelvo a colocar el vibrador en el centro de mi deseo mientras la voz de Eric me susurra que juegue y lo pase bien. Atrevimiento.

Mi ardiente cuerpo se mueve excitado mientras me muerdo los labios para no gritar. Eric está presente. Eric me pide. Eric me instiga a correrme. Mi mente vuela y fantasea. Quiero revivir esos momentos pasados y volver a sentirlos. El morbo me gusta. Me atrae tanto como a Eric. Jadeo. La música suena alta y me puedo permitir murmurar su nombre justo en el momento en el que me incorporo en la bañera y un maravilloso orgasmo me hace convulsionar de placer.

Cuando me recupero, abro los ojos. Estoy sola. Eric sólo está en mi mente.

I go crazy, crazy, baby, I go crazy

You turn it on, then you’re gone

Yeah you drive me crazy, crazy, crazy for you baby

What can I do, honey?

I feel like the color blue...

Tras la ducha y algo más relajada, regreso a mi habitación. Guardo el vibrador y enciendo el móvil. Dieciséis llamadas perdidas de Eric. Esto me hace sonreír e imaginar el cabreo que debe de tener. ¡Toma alemán! Soy así de masoca.

Quiero estar guapa para la cena de Nochebuena y decido ponerme un vestido negro de lo más sugerente. Explosivo. Seguro que Eric pasará luego por el pub y deseo que se muera de rabia por no tenerme.

Cuando salgo de mi habitación y mi hermana me ve, se queda parada y exclama:

—¡Cuchufletaaaaaaaaaaa, qué vestido más bonito!

—¿Te gusta?

Raquel asiente y se acerca a mí.

—Es precioso, pero para mi gusto enseña demasiado, ¿no crees?

Me miro en el espejo del pasillo. El escote del vestido está sujeto por una anilla plateada y la abertura llega hasta el estómago. Es sexy y lo sé. En este preciso momento, aparece mi padre.

—¡Madre mía, morenita, estás preciosa! —dice, contemplándome.

—Gracias, papá.

—Pero oye, mi vida, ¿no crees que vas un poco despechugada?

Cuando pongo los ojos en blanco, mi hermana vuelve al ataque.

—Eso mismo le estaba diciendo yo, papá. Está muy guapa, pero...

—¿Vas a ir a trabajar al pub con ese vestido? —pregunta mi padre.

—Sí. ¿Por qué?

Mi padre niega con la cabeza y se la rasca.

—¡Ojú, morenita!, no creo que a Eric le guste.

—¡Papáaaaaaaaaaa! —gruño, molesta.

Ahora llega mi cuñado, que también se para a mirarme.

—¡Guau, cuñada, estás despampanante!

Sonrío. Me vuelvo hacia mi padre y mi hermana, y digo:

—Eso..., justo eso, es lo que yo quiero oír.

A las nueve y media nos sentamos a la mesa y degustamos los ricos manjares que mi padre, con todo su amor, ha comprado y ha cocinado para nosotros. Los langostinos están de vicio y el corderito para chupetearse los dedos. Entre risas por las cosas que dice mi sobrina, cenamos y, cuando acabamos, decido retocar mi maquillaje. Tengo que ir a trabajar. He quedado con David y pretendo olvidarme de todo y pasármelo bien. Pero cuando regreso al comedor me quedo de piedra al ver a mi familia de pie hablando con..., con ¡Eric!

Él, al verme, recorre con su mirada mi rostro y después mi cuerpo.

—¡Hola, cariño! —me saluda, aunque al percatarse de cómo lo miro, rectifica—. Bueno, quizá lo de «cariño» sobra.

Me quedo bloqueada por un momento y cuando voy a contestar mi hermana se entremete.

—Mira quién ha venido, cuchu. Qué sorpresa, ¿verdad?

No respondo. Achino los ojos y, obviando la sonrisita de mi padre, entro directa en la cocina. Me va a dar algo. ¿Qué hace aquí? Necesito agua. Segundos después, entra mi padre.

—Mi vida, ese muchacho es un buen hombre y está loco por ti. Además...

—Papá, por favor, no comiences con eso. Lo nuestro se acabó.

—Ese hombre te quiere, ¿no lo ves?

—No, papá, no lo veo. ¿Qué hace aquí?

—Lo invité yo.

—¡Papáaaaaaaaaaaaaaa!

Mi padre, sin quitarme el ojo de encima, insiste:

—Vamos, morenita, deja tu cabezonería para otro momento y habla con él. Intento comprenderte, pero no entiendo que no hables con Eric.