Los ojos de Matilde se encontraron con los suyos, y ambos descubrieron en el otro la tristeza. Pero tú no lo viste.

No lo viste. No te extrañó que Estanislao buscara sentarse al lado de Matilde para tomar café. Ni advertiste el recelo de Estela, el especial cuidado en imponer su presencia y la forma en que llamaba a tu esposa: «querida», repitiendo la palabra detrás de cada frase, quitándole su sentido, cargándola de indiferencia.

Estela se sentó al borde del sofá, buscando una postura que no dejara sus piernas colgando, esforzándose en mantener los pies en el suelo. Se colocó a la derecha de Estanislao, que ya se había sentado junto a Matilde. Ulises y tú os acomodasteis frente a ellos, cada uno en un sillón, de manera que el juego a cuatro manos, practicado por el matrimonio en la cena, quedó reducido a una vigilancia estrecha.

La proximidad de Estela consiguió que los intentos de seducción de su marido fueran bastante más discretos, un leve roce en el hombro al dirigirse a tu mujer, una mirada furtiva a su escote.

Ulises no dejó de buscar los ojos de Matilde, pero ella no le miró ni una sola vez. Tú no te diste cuenta. Discutías con Estanislao la mejor manera de viajar al cortijo.

—No quiero causarle ninguna molestia.

No deseabas causar molestias. Tú no tenías ningún medio de locomoción, ni siquiera habías sentido nunca la necesidad de sacarte el carnet de conducir. Pretendías ir en tren, como te desplazabas siempre, con Matilde, a pesar de que Estanislao se había ofrecido a llevaros en su automóvil. No te diste cuenta de que el director te contestó girándose hacia Matilde. No viste que tu mujer tenía los brazos cruzados y que Estanislao le cogió una mano, y la mantuvo cerca de su pecho mientras hablaba:

—Es absurdo que ustedes vayan en tren —su mano demasiado cerca del pecho de Matilde—. Tengo un coche muy grande, amplio y cómodo. Para mí no es ninguna molestia, todo lo contrario. Me aburre viajar solo. No admito su negativa, Noguera.

La esposa del director no aceptó la copa que Ulises ofreció después del café.

—Es mejor que nos marchemos, Estanislao. Estoy muy cansada.

Estanislao se levantó al instante y estrechó tu mano y la de Ulises. Al despedirse de Matilde, la besó en los labios con tanta naturalidad que a ella apenas le sorprendió; habría creído que era una costumbre brasileña si no llega a advertir el reproche en los ojos de Estela. Se marcharon después de invitaros a cenar en su casa cuando se terminara el guión. Prometisteis ir.

Matilde aprovechó el movimiento de las despedidas para pedirte que os retirarais también.

—¿No quiere beber algo, Matilde? —como si fuera una súplica, Ulises repitió la pregunta—. ¿De verdad no quiere una copa, Matilde?

Matilde no le contestó. Se dirigió a ti:

—Es tarde.

Tú hubieras deseado quedarte. Los tres a solas. Aumentar vuestra intimidad con Ulises.

—Podríamos tomar una copa rápida.

—Es tarde, y todavía no he preparado el equipaje.

—Tendrás tiempo mañana, nos recogerán a las diez.

—Es tarde —repitió.

No quisiste insistir. No quisiste obligar a Matilde a quedarse.