Blanca caminaba por el parque arrastrando los pies. Hay demonios que dejan de serlo. O tal vez no.

Deambuló por la ciudad oliéndose las manos. Oliendo a José. Llegó a las puertas del parque sin saber cómo. Hay veces que el tiempo logra pasar sin ser visto. Sin verla recorrió Blanca la madrugada, y amaneció sin que viera amanecer. Eres la mezcla de todas las cosas que me gustan. Se dirigía hacia la estatua del Ángel Caído. Te quiero. Esas cosas no hace falta decirlas. Debía de haber una forma de huir. Tenía que encontrarla. Sola. Pequeñas porciones de azul marino se colaban entre los árboles. «Ese pedazo de toldo azul que los cautivos llaman cielo.» En la distancia, el ángel era sombra retorcida, informe. Blanca caminaba hacia él sin percibir el olor a verde, a frescor, a mañana. Aún no había sol, pero ya la claridad empapaba el cielo de naranjas, y Blanca no lo veía. Peter. José. La mirada fija en la estatua. Encontraré la forma. ¿Cuánto tiempo necesita la luz para hacer el día? ¿Cuánto aguantará la luna, ahí? Y al mirar la luna descubrió la espada. De la confusión de las formas de la estatua emergía nítida una espada. Blanca aceleró el paso. Llegó a la fuente sin dejar de mirarla. Te busco, y tú me muestras una espada.

El parque empezaba a habitarse, a despertar. Despertar. Era la primera vez que Blanca iba al parque a la hora de despertar. El ángel despierta. Blanca miraba extasiada. El ángel también despierta, su cuerpo retorcido se despereza, el ala extendida hacia lo alto, la espada dispuesta. Hay demonios que dejan de serlo. Es un bostezo, su boca. La tensión del pie sobre la piedra le sirve para tomar impulso y levantarse. Se apagaron las farolas. Blanca asistió a la invasión de la luz. Cuando levante el sol, te dará en la cara. Queda poco tiempo. Una cuadrilla de barrenderas uniformadas de verde atravesó la explanada arrastrando sus carros de limpieza. Esperas. Yo también espero. Nos queda poco tiempo. Blanca dio la vuelta a la fuente, miró la espalda del ángel, hendida en el espinazo, sosteniendo el peso de las alas. Mantente, álzate. Empieza el vuelo. Retuércete, escapa.

No esperó a que el sol iluminara la estatua. Estás solo. Se alejó despacio, girando la cabeza. Te miro. Pero tú, ocupado en levantarte, no me mirarás. Todos estamos solos. Contempló al ángel armado, recordando dolores antiguos, el ala, reconociendo el miedo al dolor, la espada. El primer paso.

En el Molino El Tejar.

En Villanueva del Rosario, 1996.