»Los pocos de nosotros que estábamos fuera, y así nos salvamos, llorábamos a escondidas y maldecíamos a Smaug, y allí nos encontramos inesperadamente con mi padre y mi abuelo, que tenían las barbas chamuscadas. Parecían muy preocupados, pero hablaban muy poco. Cuando les pregunté cómo habían huido me dijeron que callase, que algún día a su debido tiempo ya me enteraría. Luego escapamos, y tuvimos que ganarnos la vida lo mejor que pudimos en todas aquellas tierras, y muy a menudo llegamos a trabajar en herrerías o aun en minas de carbón. Pero nunca olvidamos el tesoro robado. E incluso ahora, en que he de admitir que hemos acumulado alguna riqueza y no estamos tan mal —en ese momento Thorin acarició la cadena de oro que le colgaba del cuello—, todavía pretendemos recuperarlo y hacer que nuestras maldiciones caigan sobre Smaug... si podemos.
»Con frecuencia me pregunté sobre la fuga de mi padre y mi abuelo. Pienso ahora que tenía que haber una Puerta lateral secreta que sólo ellos conocían. Pero por lo visto hicieron un mapa, y me gustaría saber cómo Gandalf se apoderó de él, y por qué no llegó a mí, el legítimo heredero.
—Yo no me apoderé de él, me lo dieron —dijo el mago—. Quizá recuerdes que tu abuelo Thror fue asesinado en las minas de Moria por Azog el Trasgo.
—Maldito sea su nombre, sí —dijo Thorin.
—Y Thrain, tu padre, se marchó un veintiuno de abril, se cumplieron cien años el jueves pasado; y desde entonces nunca se lo ha vuelto a ver...
—Cierto, cierto —dijo Thorin.
—Bien, tu padre me dio esto para que te lo diera; y si elegí el momento y el modo de entregarlo, no puedes culparme, teniendo en cuenta las dificultades que tuve para dar contigo. Tu padre no recordaba ni su propio nombre cuando me pasó el papel, y nunca me dijo el tuyo; de modo que en última instancia tendrías que alabarme y agradecérmelo. Toma, aquí está —dijo, entregando el mapa a Thorin.
—No lo entiendo —dijo Thorin, y Bilbo sintió que le gustaría decir lo mismo. La explicación no parecía explicar nada.
—Tu abuelo —dijo el mago pausada y seriamente— le dio el mapa a su hijo para mayor seguridad antes de marcharse a las minas de Moria. Cuando mataron a tu abuelo, tu padre salió a probar fortuna con el mapa; y tuvo muchas desagradables aventuras, pero nunca se acercó a la Montaña. Cómo llegó allí, no lo sé, pero lo encontré prisionero en las mazmorras del Nigromante.
—¿Qué demonios estabas haciendo allí? —preguntó Thorin con un escalofrío, y todos los enanos se estremecieron.
—No te importa. Estaba averiguando cosas, como siempre; y resultó ser un asunto sórdido y peligroso. Hasta yo, Gandalf, apenas conseguí escapar. Intenté salvar a tu padre, pero era demasiado tarde. Había perdido el juicio e iba de un lado para otro, y había olvidado casi todo excepto el mapa y la llave.
—Hace tiempo que dimos su merecido a los trasgos de Moria —dijo Thorin—. Ahora tendremos que ocuparnos del Nigromante.
—¡No seas absurdo! El Nigromante es un enemigo a quien no alcanzan los poderes de todos los enanos juntos, si desde las cuatro esquinas del mundo se reuniesen otra vez. Lo único que deseaba tu padre era que tú leyeras el mapa y usaras la llave. ¡El dragón y la Montaña son empresas más que grandes para ti!
—¡Oíd, oíd! —dijo Bilbo, y sin querer habló en voz alta.
—¡Oíd, oíd! —dijeron todos mirándolo, y Bilbo se puso tan nervioso que respondió:
—¡Oíd lo que he de decir!
—¿Qué es? —preguntaron.
—Bien, os diré que tendríais que ir hacia el Este y echar allí un vistazo. Al fin y al cabo allí está la Puerta lateral, y los dragones han de dormir alguna vez, supongo. Si os sentáis a la entrada durante un tiempo, creo que algo se os ocurrirá. Y bien, ¿no os parece que hemos charlado bastante para una noche, eh? ¿Qué opináis de irse a la cama, para empezar mañana temprano y todo eso? Os daré un buen desayuno antes de que os vayáis.
—Antes de que nos vayamos, supongo que querrás decir —dijo Thorin—. ¿No eres tú el saqueador? ¿Y tu oficio no es esperar a la entrada, y aun cruzar la puerta? Pero estoy de acuerdo en lo de la cama y el desayuno. Me gusta tomar seis huevos con jamón cuando empiezo un viaje: fritos, no escalfados, y cuida de no romperlos.
Luego de que los otros hubieran pedido sus desayunos sin ningún por favor (lo que molestó sobremanera a Bilbo), todos se levantaron. El hobbit tuvo que buscarles sitio, y preparó los cuartos vacíos, e hizo camas en sillas y sofás antes de instalarlos e irse a su propia camita muy cansado y nada feliz. Lo que sí decidió fue no molestarse en madrugar y preparar el maldito desayuno para todo el mundo. La vena Tuk empezaba a desaparecer, y ahora ya no estaba tan seguro de que fuese a hacer algún viaje por la mañana.
Mientras yacía en cama pudo oír a Thorin en la habitación de al lado, la mejor de todas, todavía tarareando entre dientes:
Más allá de las frías y brumosas montañas,
a mazmorras profundas y cavernas antiguas,
a reclamar el oro hace tiempo olvidado,
hemos de ir, antes de que el día nazca.
Bilbo se durmió con ese canto en los oídos, y tuvo unos sueños intranquilos. Despertó mucho después de que naciera el día.
CAPÍTULO II
Carnero asado
BILBO SE LEVANTÓ DE UN SALTO, y poniéndose la bata entró en el comedor. Allí no vio a nadie, pero sí las huellas de un enorme y apresurado desayuno. Había un horrendo revoltijo en la habitación, y pilas de cacharros sucios en la cocina. Parecía que no hubiera quedado ninguna olla ni tartera sin usar. La tarea de fregarlo todo fue tan tristemente real que Bilbo se vio obligado a creer que la reunión de la noche anterior no había sido parte de una pesadilla, como casi había esperado. La idea de que habían partido sin él y sin molestarse en despertarlo, aunque nadie le hubiera dado las gracias, pensó, lo había aliviado de veras. Sin embargo, no pudo dejar de sentir cierta decepción. Este sentimiento lo sorprendió.
«No seas tonto, Bilbo Bolsón —se dijo—, ¡pensando a tu edad en dragones y en tonterías estrafalarias!» De modo que se puso el delantal, encendió el fuego, calentó agua y fregó. Luego se tomó un pequeño y apetitoso desayuno en la cocina, antes de arreglar el comedor. Para entonces, el sol ya brillaba y por la puerta delantera entraba una cálida brisa de primavera. Bilbo se puso a silbar y trató de olvidar lo sucedido la noche anterior. Ya estaba sentándose para zamparse un segundo apetitoso desayuno en el comedor, junto a la ventana abierta, cuando de pronto entró Gandalf.
—Mi querido amigo —dijo—, ¿cuándo vasa partir? ¿Qué hay de aquello de empezar temprano? Y aquí estás tomando el desayuno, o como quiera que llames a eso, a las diez y media. Te dejaron un mensaje, pues no podían esperar.
—¿Qué mensaje? —dijo el pobre Bilbo sonrojado.
—¡Por los Grandes Elefantes! —respondió Gandalf—. Estás desconocido esta mañana; ¡aún no le has quitado el polvo a la repisa de la chimenea!
—¿Y eso qué tiene que ver? ¡Ya tengo bastante con fregar los platos y ollas de catorce desayunos!
—Si hubieses limpiado la repisa, habrías encontrado esto debajo del reloj —dijo Gandalf alargándole una nota (por supuesto, escrita en unas cuartillas del propio Bilbo).
Esto fue lo que el hobbit leyó:
«Thorin y Compañía al Saqueador Bilbo, ¡salud! Nuestras más sinceras gracias por vuestra hospitalidad y nuestra agradecida aceptación por habernos ofrecido asistencia profesional. Condiciones: pago al contado y al finalizar el trabajo, hasta un máximo de catorceavas partes de los beneficios totales (si los hay); todos los gastos de viaje garantizados en cualquier circunstancia; los gastos de posibles funerales los pagaremos nosotros o nuestros representantes, si hay ocasión y el asunto no se arregla de otra manera.