Fue así como supo dónde había estado Gandalf; pues alcanzó a oír las palabras del mago a Elrond. Gandalf había asistido a un gran concilio de los magos blancos, señores del saber tradicional y la magia buena; y que habían expulsado al fin al Nigromante de su oscuro dominio al sur del Bosque Negro.
—Dentro de no mucho tiempo —decía Gandalf—, el Bosque medrará de algún modo. El Norte estará a salvo de ese horror por muchos años, espero. ¡Aun así, desearía que ya no estuviese en este mundo!
—Sería bueno, en verdad —dijo Elrond—, pero temo que eso no ocurrirá en esta época del mundo, ni en muchas que vendrán después.
Cuando el relato de los viajes concluyó, hubo otros cuentos, y todavía más, cuentos de antaño, de hogaño y de ningún tiempo, hasta que Bilbo cabeceó y roncó cómodamente en un rincón.
Despertó en un lecho blanco, y la luna entraba por una ventana abierta. Debajo, muchos elfos cantaban en voz alta y clara a orillas del arroyo.
¡Cantad gozosos, cantad juntos ahora!
El viento está en las copas y ronda en el brezal,
los capullos de estrellas y la luna florecen,
las ventanas nocturnas refulgen en la torre.
¡Bailad gozosos, bailad juntos ahora!
¡Que la hierba sea blanda, y los pies como plumas!
El río es plateado, y las sombras se borran,
feliz el mes de mayo, y feliz nuestro encuentro.
¡Cantemos dulcemente, envolviéndolo en sueños!
¡Dejemos que repose y vámonos afuera!
El vagabundo duerme; que su almohada sea blanda.
¡Arrullos! ¡Más arrullos! ¡De alisos y de sauces!
¡Pino, tú no suspires hasta el viento del alba!
¡Luna, escóndete! Que haya sombra en la tierra.
¡Silencio! ¡Silencio! ¡Roble, Fresno y Espino!
¡Que el agua calle hasta que apunte la mañana!
—¡Bien, Pueblo Festivo! —dijo Bilbo asomándose—. ¿Qué hora es según la luna? ¡Vuestra nana podría despertar a un trasgo borracho! No obstante, os doy las gracias.
—Y tus ronquidos podrían despertar a un dragón de piedra. No obstante, te damos las gracias —contestaron los elfos con una risa—. Está apuntando el alba, y has dormido desde el principio de la noche. Mañana, tal vez, habrás remediado tu cansancio.
—Un sueño breve es un gran remedio en la casa de Elrond —dijo Bilbo—, pero trataré de que el remedio no me falte. ¡Buenas noches por segunda vez, hermosos amigos! —Y con estas palabras volvió al lecho y durmió hasta bien entrada la mañana.
Pronto perdió toda huella de cansancio en aquella casa, y no tardó en bromear y bailar, tarde y temprano, con los elfos del valle. Sin embargo, aun este sitio no podía demorarlo por mucho tiempo más, y pensaba siempre en su propia casa. Al cabo pues de una semana, le dijo adiós a Elrond, y dándole unos pequeños regalos que el elfo no podía dejar de aceptar, se alejó cabalgando con Gandalf.
Dejaban el valle, cuando el cielo se oscureció al oeste y sopló el viento y empezó a llover.
—¡Alegres días de mayo! —dijo Bilbo cuando la lluvia le golpeó la cara—. Pero hemos vuelto la espalda a muchas leyendas y estamos llegando a casa. Supongo que esto es el primer sabor del hogar.
—Hay un largo camino —dijo Gandalf.
—Pero es el último camino —dijo Bilbo.
Llegaron al río que señalaba el límite mismo del Yermo, y al vado bajo la orilla escarpada que quizá recordéis. El agua había crecido con el deshielo de las nieves (pues el verano estaba próximo) y con el largo día de lluvia; pero al fin lo cruzaron luego de algunas dificultades y continuaron marchando mientras caía la tarde; era la última jornada.
Ésta fue parecida a la primera, pero ahora la compañía era más reducida, y más silenciosa; además esta vez no hubo trolls. En cada punto del camino Bilbo rememoraba los hechos y palabras de hacía un año —a él le parecían más de diez— y por supuesto, reconoció en seguida el lugar donde el poney había caído al río, y donde habían dejado atrás aquella desagradable aventura con Tom, Berto y Guille.
No lejos del camino encontraron el oro enterrado de los trolls, aún oculto e intacto. —Tengo bastante para toda la vida —dijo Bilbo cuando lo desenterraron—. Sería mejor que lo tomases tú, Gandalf. Quizá puedas encontrarle alguna utilidad.
—¡Desde luego que puedo! —dijo el mago—. ¡Pero dividámoslo en partes iguales! Puedes encontrarte con necesidades inesperadas.
De modo que pusieron el oro en costales y lo cargaron en los poneys, quienes no se mostraron muy complacidos. Desde entonces la marcha fue más lenta, pues la mayor parte del tiempo avanzaron a pie. Pero la tierra era verde y había mucha hierba por la que el hobbit paseaba contento. Se enjugaba el rostro con un pañuelo de seda roja —¡no!, no había conservado uno solo de los suyos, y éste se lo había prestado Elrond—, pues ahora junio había traído el verano, y el tiempo era otra vez cálido y luminoso.
Como todas las cosas llegan a término, aun esta historia, un día divisaron al fin el país donde Bilbo había nacido y crecido, donde conocía las formas de la tierra y los árboles tanto como sus propias manos y pies. Alcanzó a otear la Colina a lo lejos, y de repente se detuvo y dijo:
Los caminos siguen avanzando,
sobre rocas y bajo árboles,
por cuevas donde el sol no brilla,
por arroyos que el mar no encuentran,
sobre las nieves que el invierno siembra,
y entre las flores alegres de junio,
sobre la hierba y sobre la piedra,
bajo los montes a la luz de la luna.
Los caminos siguen avanzando
bajo las nubes, y las estrellas,
pero los pies que han echado a andar
regresan por fin al hogar lejano.
Los ojos que fuegos y espadas han visto,
y horrores en salones de piedra,
miran por fin las praderas verdes,
colinas y árboles conocidos.
Gandalf lo miró. —¡Mi querido Bilbo! —dijo—. ¡Algo te ocurre! No eres el hobbit que eras antes.
Y así cruzaron el puente y pasaron el molino junto al río, y llegaron a la mismísima puerta de Bilbo.
—¡Bendita sea! ¿Qué pasa? —gritó el hobbit. Había una gran conmoción, y gente de toda clase, respetable, y no respetable, se apiñaba junto a la puerta, y muchos entraban y salían, y ni siquiera se limpiaban los pies en el felpudo, como Bilbo observó disgustado.
Si él estaba sorprendido, ellos lo estuvieron más. ¡Había llegado de vuelta en medio de una subasta! Había una gran nota en blanco y rojo en la verja, manifestando que el veintidós de junio los señores Gorgo, Gorgo y Borgo sacarían a subasta los efectos del finado señor don Bilbo Bolsón, de Bolsón Cerrado, Hobbiton. La venta comenzaría a las diez en punto. Era casi la hora del almuerzo, y muchas de las cosas ya habían sido vendidas, a distintos precios, desde casi nada hasta viejas canciones (como no es raro en las subastas). Los primos de Bilbo, los Sacovilla Bolsón, estaban muy atareados midiendo las habitaciones para ver si podrían meter allí sus propios muebles. En síntesis: Bilbo había sido declarado «presuntamente muerto», y no todos lamentaron descubrir que la presunción fuera falsa.
La vuelta del señor Bilbo Bolsón creó todo un disturbio, tanto bajo la Colina como sobre la Colina, y al otro lado de El Agua; el asombro duró mucho más de nueve días. El problema se prolongó en verdad durante años. Pasó mucho tiempo antes de que el señor Bolsón fuese admitido otra vez en el mundo de los vivos. La gente que había conseguido unas buenas gangas en la subasta, fue dura de convencer; y al final, para ahorrar tiempo, Bilbo tuvo que comprar de nuevo muchos de sus propios muebles. Algunas cucharas de plata desaparecieron de modo misterioso, y nunca se supo de ellas, aunque Bilbo sospechaba de los Sacovilla Bolsón. Por su parte ellos nunca admitieron que el Bolsón que estaba de vuelta fuera el genuino, y las relaciones con Bilbo se estropearon para siempre. En realidad, habían pensado mucho tiempo en mudarse a aquel agradable agujero-hobbit. Sin embargo, Bilbo había perdido más que cucharas; había perdido su reputación. Es cierto que tuvo desde entonces la amistad de los elfos y el respeto de los enanos, magos y todas esas gentes que alguna vez pasaban por aquel camino. Pero ya nunca fue del todo respetable. En realidad todos los hobbits próximos lo consideraron «raro», excepto los sobrinos y sobrinas de la rama Tuk; aunque los padres de estos jóvenes no los animaban a cultivar la amistad de Bilbo.