—Me ha tumbado de nuevo. ¿No podría repetirme la pregunta más despacio?
—Quiero decir solamente, para expresarme con más claridad, si él estaba en relación con alguna comunidad que se mantuviera apartada de los intereses mundanos, que se dedicase al sacrificio en bien de la moralidad.
—Ha errado; pruebe por otro camino, socio.
—¿Cómo dice?
—Es usted demasiado para mí, ¿sabe? Nada más meter la izquierda me hace comer hierba. En cuanto baraja, saca triunfo; pero yo no estoy de suerte. Empecemos la partida de nuevo.
—¿Qué? ¿Empezar otra vez?
—¡Eso es!
—Bueno, pues… era él un buen hombre y…
—¡Alto!… ya estoy. No haga apuestas hasta que vea mis cartas. ¿Un buen hombre, dice usted? Socio, no hay bastantes palabras para él. Era el mejor hombre de… Si usted le hubiese conocido le habría querido igual que yo. Podía descalabrar a cualquier gandul de su tamaño en toda América. Fue él quien, en las últimas elecciones, apaciguó los disturbios antes de que empezaran, y todos dijeron que nadie más que Buck habría podido hacerlo. Se paseó con una bandera en una mano y una trompeta en la otra. Catorce hombres hubieron de ser retirados de la plaza en menos de tres minutos. Deshizo el tumulto antes de que nadie pudiera empezar la juerga. Mi amigo no suspiraba más que por la paz, y quería paz a toda costa: no toleraba los desórdenes. Socio, su muerte es una gran pérdida para la ciudad. A los muchachos les agradaría mucho si usted le hiciera la justicia de decir todo esto de Buck. Una vez, cuando los «micks» apedrearon las ventanas de la escuela dominical metodista. Buck Fanshaw, por su propia iniciativa, cerró el saloon, tomó un par de «seis tiros» y estuvo protegiendo el edificio. Decía: «Los irlandeses quedan excluidos». Y así fue. ¡Era el más macho de todas las montañas! No habría quien pudiese correr más de prisa, saltar más alto, pegar más fuerte y beber más que él en diecisiete condados. No olvide esto, socio: los muchachos le aplaudirán calurosamente. Después también puede usted decir que él jamás se sacudió a su madre.
—¿Que nunca sacudió a su madre?
—Eso, sí. Cualquiera puede decírselo.
—¿Por qué había de hacerlo? Hubiese sido horrible.
—Eso digo yo también, pero hay quien lo hace.
—¡Oh, no! ¡Nadie que tenga un átomo de honradez!
—Y sin embargo… algunos que no son tan malos como todo esto lo han hecho…
—A mi entender, todo hombre que ose levantar la mano contra su madre…
—Alto ahí, socio. Ha tirado la pelota fuera de la red. Lo que yo quise decir es que él no trató jamás de sacudirse a su madre, dejarla abandonada, ¿sabe usted? Ni mucho menos. Le había regalado una casa para que viviera un campo de cultivo y mucho dinero; siempre se preocupó de ella y se aseguró de que nada le faltara. Y cuando su madre pescó la viruela se quedó a su lado cuidándola sin dejarla día ni noche… ¡Que me condene si no es verdad! Perdone este juramento, pero salió tan de pronto que no lo pude evitar. Me ha tratado como a un caballero, socio, y no soy hombre que le ofenda intencionadamente. Es usted bueno, de verdad. Es usted todo un tipo. Me ha sido muy simpático, socio, y a todo el que opine lo contrario le voy a arrear. Le daré tal paliza, que va a creerse que es un cadáver del año pasado. ¡Venga, chóquela usted!
Estrechó otra vez efusivamente la mano al párroco, y se alejó.
El entierro se efectuó tal como los «muchachos» deseaban. Jamás se había visto en Virginia City otro igual. Todos los comercios cerraron sus puertas, los instrumentos de viento lanzaban al aire la armonía de tristes marchas, la carroza fúnebre estaba cubierta por negros crespones, las banderas a media asta. En la luctuosa comitiva figuraban nutridas formaciones de militares, bomberos, miembros de sociedades secretas en uniforme, bombas de incendio enlutadas, coches con delegaciones de las autoridades y ciudadanos ocupando toda clase de vehículos o bien a pie. Éste grandioso desfile atrajo una ingente multitud de espectadores que se agolpaban por las calles, ventanas y hasta sobre los tejados. Aun después de muchos años, cuando se quería ponderar en Virginia City el fausto y la grandiosidad de un espectáculo, se tomaba el entierro de Buck Fanshaw como punto de comparación.
Scotty Briggs marchaba detrás del féretro formando parte de la presidencia del duelo. Cuando terminó la oración fúnebre y se hubo rezado la última plegaria por el alma del difunto, dijo, en voz baja y con profunda emoción:
—Amén. Los irlandeses quedan excluidos.
Este había sido el lema favorito del difunto y Scotty lo repetía en aquel momento, probablemente para honrar la memoria de su desaparecido amigo.
En los años que siguieron se distinguió Scotty Briggs por el hecho de ser el único entre todos los matones de Virginia City que hizo gala de sentimientos cristianos, dedicándose a la enseñanza de la Religión. El hombre que por su propio impulso e innata hidalguía había tomado siempre partido en favor de los débiles para defenderlos contra sus enemigos, podía llegar a ser un magnífico miembro de la comunidad cristiana. Su conversión no disminuyó ni su valor ni su generosidad; por el contrario, les dio una dirección más inteligente al tiempo que encontraba otro amplio campo en su nueva actividad. ¿Es de extrañar que su clase dominical progresara mucho más que las otras? No lo creo. Hablaba a los cachorros de minero en un lenguaje que ellos entendían muy bien.
Un mes antes de su muerte tuve la suerte de poderle escuchar mientras explicaba a su clase la bella historia de José y sus hermanos, de memoria, sin mirar el libro. Dejo al lector que imagine él mismo la impresión que las ardientes palabras salidas de la boca del celoso maestro, en su extraña jerga, producían en los pequeños escolares, que le escuchaban con admirada atención, pendientes de sus labios, y ni él ni ellos sospechaban siquiera que la narración bíblica estaba sufriendo una interpretación que habría asombrado a José y a sus hermanos si hubieran podido oírla.
El diario de Adán y Eva
Extracts from Adam's & Eve's Diaries
I. Extractos del diario de Adán
Lunes. La criatura nueva de pelo largo es bastante entrometida. Siempre anda por ahí y me sigue. No me gusta esto; no estoy acostumbrado a la compañía. Me gustaría que se quedara con los demás animales… Nublado hoy, viento del este; creo que tendremos lluvia… ¿Tendremos? ¿Nosotros?¿De dónde saqué esa palabra? Ahora recuerdo: la criatura nueva la usa.
Martes. Estuve viendo la gran cascada. Es lo mejor de la hacienda, creo. La criatura nueva la llama Cataratas del Niágara: no estoy seguro de por qué. Dice que Pa— recelas Cataratas del Niágara. Eso no es una razón, es simple imbecilidad y atolondramiento. Yo mismo no tengo la menor oportunidad de nombrar nada. La criatura nueva nombra todo lo que aparece, antes de que yo pueda protestar. Y siempre ofrece el mismo pretexto: pareceeso. Está el dodo, por ejemplo. La criatura dice que en cuanto uno le da un vistazo "parece un dodo". Sin duda el animal tendrá que quedarse con ese nombre. Me fatiga discutir sobre el asunto y tampoco sirve de nada. ¡Dodo! No se parece a un dodo más que yo.