Aunque esta historia le hizo sonreír, Catalina Ivanovna dijo que Amalia Ivanovna no debía contar anécdotas en ruso. La alemana se sintió profundamente ofendida y respondió que su Vater aus Berlin [41] fue un hombre muy importante que paseaba todo el día las manos por los bolsillos.

La burlona Catalina Ivanovna no pudo contenerse y lanzó tal carcajada, que Amalia Ivanovna acabó por perder la paciencia y hubo de hacer un gran esfuerzo para no saltar.

-¿Ha oído usted a esa vieja lechuza? -siguió diciendo en voz baja Catalina Ivanovna a Raskolnikof-. Ha querido decir que su padre se paseaba con las manos en los bolsillos, y todo el mundo habrá creído que se estaba registrando los bolsillos a todas horas. ¡Ji, ji! ¿Ha observado usted, Rodion Romanovitch, que, por regla general, los extranjeros establecidos en Petersburgo, especialmente los alemanes, que llegan de Dios sabe dónde, son bastante menos inteligentes que nosotros? Dígame usted si no es una necedad contar una historia como esa del farmacéutico cuyo corazón estaba traspasado de espanto. El muy mentecato, en vez de echarse sobre el cochero y atarlo, enlaza las manos y llora y suplica... ¡Ah, qué mujer tan estúpida! Cree que esta historia es conmovedora y no se da cuenta de su necedad. A mi juicio, ese alcohólico que fue empleado de intendencia es más inteligente que ella. Cuando menos, se ve enseguida que está dominado por la bebida y que hasta el último destello de su lucidez ha naufragado en alcohol... En cambio, todos esos que están tan serios y callados... Pero fíjese cómo abre los ojos esa mujer. Está enojada... ¡Ja, ja, ja! Está que trina...

Catalina Ivanovna, con alegre entusiasmo, habló de otras mil cosas insignificantes, y de improviso anunció que tan pronto como obtuviera la pensión se retiraría a T., su ciudad natal, para abrir un centro de enseñanza que se dedicaría a la educación de muchachas nobles. Aún no había hablado de este proyecto a Raskolnikof, y se lo expuso con todo detalle. Como por arte de magia, exhibió aquel diploma de que Marmeladof había hablado a Raskolnikof cuando le contó en una taberna que Catalina Ivanovna, al salir del pensionado, había bailado en presencia del gobernador y de otras personalidades la danza del chal. Podría creerse que Catalina Ivanovna utilizaba este diploma para demostrar su derecho a abrir un pensionado, pero su verdadero fin había sido otro: había pensado utilizarlo para confundir a aquellas provincianas endomingadas en el caso de que hubieran asistido a la comida de funerales, demostrándoles así que ella pertenecía a una de las familias más nobles, que era hija de un coronel y, en fin, que valía mil veces más que todas las advenedizas que en los últimos tiempos se habían multiplicado de un modo exorbitante.

El diploma dio la vuelta a la mesa. Los invitados lo pasaban de mano en mano, sin que Catalina Ivanovna se opusiera a ello, ya que aquel papel la presentaba en toutes lettrescomo hija de un consejero de la corte, de un caballero, lo que la autorizaba a considerarse hija de un coronel. Después, la viuda, inflamada de entusiasmo, empezó a hablar de la existencia tranquila y feliz que pensaba llevar en T. Incluso se refirió a los profesores que llamaría para instruir a sus alumnas, citando al señor Mangot, viejo y respetable francés que le había enseñado a ella este idioma. Entonces estaba pasando los últimos años de su vida en T. y no vacilaría en ingresar como profesor de su pensionado por un módico sueldo. Finalmente, anunció que Sonia la acompañaría y la ayudaría a dirigir el centro de enseñanza, lo cual produjo una risa ahogada en un extremo de la mesa.

Catalina Ivanovna fingió no haberla oído, pero, levantando de pronto la voz, empezó a enumerar las cualidades incontables que permitirían a Sonia Simonovna secundarla en su empresa. Ensalzó su dulzura, su paciencia, su abnegación, su nobleza de alma, su vasta cultura; dicho lo cual, le dio un golpecito cariñoso en la mejilla y se levantó para besarla, cosa que hizo dos veces. Sonia enrojeció y Catalina Ivanovna, hecha un mar de lágrimas, dijo de pronto que era una tonta que se dejaba impresionar demasiado por los acontecimientos y que, ya que la comida había terminado, iba a servir el té.

Entonces Amalia Ivanovna, molesta por el hecho de no haber podido pronunciar una sola palabra en la conversación precedente, y también al ver que nadie le prestaba atención, decidió arriesgarse nuevamente y, aunque dominada por cierta inquietud, hizo a Catalina Ivanovna la sabia observación de que debería prestar atención especialísima a la ropa interior de las alumnas ( die Wasche) y de contratar una mujer para que se cuidara exclusivamente de ello ( die Dame), y, en fin, que sería una medida prudente vigilar a las muchachas, de modo que no pudieran leer novelas por las noches. Catalina Ivanovna, que se hallaba bajo los efectos estimulantes de la animada ceremonia, le respondió ásperamente que sus observaciones eran desatinadas y que no entendía nada, que el cuidado de la Wascheincumbía al ama de llaves y no a la directora de un pensionado de muchachas nobles. En cuanto a la observación relacionada con la lectura de novelas, le parecía simplemente una inconveniencia. Todo esto equivalía a decirle que se callase.

De pronto, Amalia Ivanovna enrojeció y replicó agriamente que ella siempre había dado muestras de las mejores intenciones y que hacía ya bastante tiempo que no recibía Geld [42] por el alquiler de la habitación de Catalina Ivanovna. Ésta le replicó que mentía al hablar de buenas intenciones, pues el mismo día anterior, cuando el difunto estaba todavía en el aposento, se había presentado para reclamarle con malos modos el dinero del alquiler. Entonces la patrona dijo que había invitado a las dos damas y que éstas no habían aceptado porque eran nobles y no podían ir a casa de una mujer que no era noble. A lo cual repuso Catalina Ivanovna que, como ella no era nada, no estaba capacitada para juzgar a la verdadera nobleza. Amalia Ivanovna no pudo soportar esta insolencia y declaró que su Vater aus Berlinera un hombre muy importante que siempre iba con las manos en los bolsillos y haciendo «¡puaf, puaf!» Y para dar una idea más exacta de cómo era el tal Vater, la señora Lipevechsel se levantó, introdujo las dos manos en sus bolsillos, hinchó los carrillos y empezó a imitar el «¡puaf, puaf!» paterno, en medio de las risas de todos los inquilinos, cuya intención era alentarla, con la esperanza de asistir a una batalla entre las dos mujeres.

Catalina Ivanovna, incapaz de seguir conteniéndose, declaró a voz en grito que seguramente Amalia Ivanovna no había tenido nunca Vater, que era una vulgar finesa de Petersburgo, una borracha que había sido cocinera o algo peor.

La señora Lipevechsel se puso tan roja como un pimiento y replicó a grandes voces que era Catalina Ivanovna la que no había tenido Vater, pero que ella tenía un Vater aus Berlinque llevaba largos redingotes y siempre iba haciendo «¡puaf, puaf!»

Catalina Ivanovna respondió desdeñosamente que todo el mundo conocía su propio origen y que en su diploma se decía con caracteres de imprenta que era hija de un coronel, mientras que el padre de Amalia Ivanovna, en el caso de que existiera, debía de ser un lechero finés; pero que era más que probable que ella no tuviera padre, ya que nadie sabía aún cuál era su patronímico, es decir, si se llamaba Amalia Ivanovna o Amalia Ludwigovna.

Al oír estas palabras, la patrona, fuera de sí, empezó a golpear con el puño la mesa mientras decía a grandes gritos que ella era Ivanovna y no Ludwigovna, que su Vaterse llamaba Johann y era bailío, cosa que no había sido jamás el Vater de Catalina Ivanovna.