Jordan no contestó. Miró a la muchacha, a María, y notó que tenía la garganta demasiado oprimida, para tratar de aventurarse a hablar.

María le miró y rompió a reír. Luego enrojeció de repente, pero siguió mirándole.

- Te has puesto colorada -dijo Jordan-. ¿Te pones colorada con frecuencia?

- Nunca.

- Te has vuelto a poner colorada ahora mismo.

- Bueno, me iré a la cueva.

- Quédate aquí, María.

- No -dijo ella, y no volvió a sonreírle-. Me voy ahora mismo a la cueva.

Cogió la paellera de hierro en que habían comido, y los cuatro tenedores. Se movía con torpeza, como un potro recien nacido, pero con toda la gracia de un animal joven.

- ¿Os quedáis con las tazas? -preguntó. Jordan seguía mirándola y ella enrojeció otra vez.

- No me mires -dijo ella-; no me gusta que me mires así.

- Deja las tazas -dijo el gitano-, Déjalas aquí.

Metió en el barreño una taza y se la ofreció a Jordan, que vio cómo la muchacha bajaba la cabeza para entrar en la cueva, llevando en las manos la paellera de hierro.

- Gracias -dijo Jordan. Su voz había recuperado el tono normal desde el momento en que ella había desaparecido-. Es el último. Ya hemos bebido bastante.

- Vamos a acabar con el barreño -dijo el gitano-; hay más de medio pellejo. Lo trajimos en uno de los caballos.

- Fue el último trabajo de Pablo -dijo Anselmo-. Desde entonces no ha hecho nada.

- ¿Cuántos son ustedes? -preguntó Jordan.

- Somos siete y dos mujeres.

- ¿Dos?

- Sí, la muchacha y la mujer de Pablo.

- ¿Dónde está la mujer de Pablo?

- En la cueva. La muchacha sabe guisar un poco. Dije que guisaba bien para halagarla. Pero lo único que hace es ayudar a la mujer de Pablo.

- ¿Y cómo es esa mujer, la mujer de Pablo?

- Una bestia -dijo el gitano sonriendo-. Una verdadera bestia. Si crees que Pablo es feo, tendrías que ver a su mujer. Pero muy valiente. Mucho más valiente que Pablo. Una bestia.

- Pablo era valiente al principio -dijo Anselmo-. Pablo antes era muy valiente.

- Ha matado más gente que el cólera -dijo el gitano-. Al principio del Movimiento, Pablo mató más gente que el tifus.

- Pero desde hace tiempo está muy flojo -explicó Anselmo-. Muy flojo. Tiene mucho miedo a morir.

- Será porque ha matado tanta gente al principio -dijo el gitano filosóficamente-. Pablo ha matado más que la peste.

- Por eso y porque es rico -dijo Anselmo-. Además, bebe mucho. Ahora querría retirarse como un matador de toros. Pero no se puede retirar.

- Si se va al otro lado de las líneas, le quitarán los caballos y le harán entrar en el ejército -dijo el gitano-. A mí no me gustaría entrar en el ejército.

- A ningún gitano le gusta -dijo Anselmo.

- ¿Y para qué iba a gustarnos? -preguntó el gitano-. ¿Quién es el que quiere estar en el ejército? ¿Hacemos la revolución para entrar en filas? Me gusta hacer la guerra, pero no en el ejército.

- ¿Dónde están los demás? -preguntó Jordan. Se sentía a gusto y con ganas de dormir gracias al vino. Se había tumbado boca arriba, en el suelo, y contemplaba a través de las copas de los árboles las nubes de la tarde moviéndose lentamente en el alto cielo de España.

- Hay dos que están durmiendo en la cueva -dijo el gitano-. Otros dos están de guardia arriba, donde tenemos la máquina. Uno está de guardia abajo; probablemente están todos dormidos.

Jordan se tumbó de lado.

- ¿Qué clase de máquina es ésa?

- Tiene un nombre muy raro -dijo el gitano-; se me ha ido de la memoria hace un ratito. Es como una ametralladora.

«Debe de ser un fusil ametrallador», pensó Jordan.

- ¿Cuánto pesa? -preguntó.

- Un hombre puede llevarla, pero es pesada. Tiene tres pies que se pliegan. La cogimos en la última expedición seria; la última, antes de la del vino.

- ¿Cuántos cartuchos tenéis?

- Una infinidad -contestó el gitano-. Una caja entera, que pesa lo suyo.

«Deben de ser unos quinientos», pensó Jordan.

- ¿Cómo la cargáis, con cinta o con platos?

- Con unos tachos redondos de hierro que se meten por la boca de la máquina.

«Diablo, es una Lewis», pensó Jordan.

- ¿Sabe usted mucho de ametralladoras? -preguntó al viejo.

- Nada -contestó Anselmo-. Nada.

- ¿Y tú? -preguntó al gitano.

- Sé que disparan con mucha rapidez y que se ponen tan calientes que el cañón quema las manos si se toca -respondió el gitano orgullosamente.

- Eso lo sabe todo el mundo -dijo Anselmo con desprecio.

- Quizá lo sepa -dijo el gitano-. Pero me preguntó si sabía algo de la máquina y se lo he dicho. -Luego añadió-: Además, en contra de lo que hacen los fusiles corrientes, siguen disparando mientras se aprieta el gatillo.

- A menos que se encasquillen, que les falten municiones o que se pongan tan calientes que se fundan -dijo Jordan, en inglés.

- ¿Qué es lo que dice usted? -preguntó Anselmo.

- Nada -contestó Jordan-. Estaba mirando al futuro en inglés.

- Eso sí que es raro -dijo el gitano-. Mirando el futuro en inglés. ¿Sabe usted leer en la palma de la mano?

- No -dijo Robert, y se sirvió otra taza de vino-. Pero si tú sabes, me gustaría que me leyeras la palma de mi mano y me dijeses lo que va a pasar dentro de tres días.

- La mujer de Pablo sabe leer la palma de la mano -dijo el gitano-. Pero tiene un genio tan malo y es tan salvaje, que no sé si querrá hacerlo.

Robert Jordan se sentó y tomó un sorbo de vino.

- Vamos a ver cómo es esa mujer de Pablo -dijo-; si es tan mala como dices, vale más que la conozca cuanto antes.

- Yo no me atrevo a molestarla -dijo Rafael-; me odia a muerte.

- ¿Porqué?

- Dice que soy un holgazán.

- ¡Qué injusticia! -comentó Anselmo irónicamente.