- ¿Ha dicho eso? -preguntó él. «¡Qué vieja loca!», penso, y luego siguió hablando en voz alta-: Eso son estupideces gitanas. Buenas para las viejas del mercado y los cobardes de café. Son tonterías -sentía cómo el sudor le iba cayendo por debajo de las axilas corriéndole por los brazos y los costados y se dijo: «Tienes miedo, ¿eh?» Y añadió en voz alta-: Es una vieja loca supersticiosa. Sigamos hablando de Madrid.

- Entonces, ¿no es cierto que tú lo sepas?

- Claro que no. No digas semejantes tonterías -replicó, usando de una palabra mucho más gorda para expresarse.

Pero, por mucho que intentase hablar de Madrid no conseguía engañarse de nuevo. Mentía abiertamente a la muchacha y se mentía a sí mismo con el único propósito de pasar la noche de antes de la batalla lo menos desagradablemente posible, y lo sabía. Le gustaba hacerlo; pero la voluptuosidad de la aceptación se había esfumado. Sin embargo, volvió a empezar.

- He estado pensando en tus cabellos -dijo-. Y en lo que podría hacerse con ellos. Como ves, ahora crecen iguales, como la piel de un animal; es muy agradable tocarlos y me gustan mucho. Son muy bonitos tus cabellos, se aplastan bajo la mano y vuelven a erguirse como los trigales al viento.

- Pásame la mano por encima.

El hizo lo que le pedía; luego dejó la mano apoyada en su cabeza y siguió hablando con la boca pegada a la garganta de la muchacha; sentía que se le iba haciendo un nudo en la suya.

- Pero en Madrid podríamos ir juntos al peluquero, y te lo cortaría de una manera hábil, sobre las orejas y la nuca, como los míos, y quedarían mejor para la ciudad, hasta que volvieran a crecer.

- Quisiera parecerme a ti -dijo ella, apretándose contra él-. Y no quisiera cambiar jamás.

- No. Seguirán creciendo y eso sólo serviría para darles mejor aspecto mientras crecen. ¿Cuánto tiempo tardarán en crecer?

- ¿Hasta que sean realmente largos?

- No. Hasta que te lleguen a los hombros. Así es como me gustaría que los llevaras.

- ¿Como la Garbo en el cine?

- Sí -dijo él con voz ronca.

Le volvía impetuosamente el deseo de engañarse a sí mismo y se entregaba por entero a ese placer.

- Crecerán así, caerán sobre tus hombros, rizados en las puntas, como las olas del mar, y serán del color del trigo maduro, y tu rostro del color del oro bruñido, y tus ojos del único color que puede hacer juego con esos cabellos y esa piel: dorados, con manchas oscuras; y yo te echaré la cabeza hacia atrás y te miraré a los ojos, teniéndote muy apretada contra mí.

- ¿Dónde?

- En cualquier parte. En cualquier parte en donde estemos. ¿Cuánto tiempo hará falta para que vuelva a crecerte el pelo?

- No lo sé, porque no me lo había cortado nunca. Pero creo que en seis meses estará lo suficientemente largo como para cubrirme las orejas, y en un año, todo lo largo que tú quieras. Pero ¿sabes lo que haremos antes?

- Dímelo.

- Estaremos en esa cama grande y limpia, en ese famoso cuarto de nuestro famoso hotel, estaremos sentados en esa cama y nos miraremos en el espejo del armario, y primero me miraré yo y luego me volveré así y te echaré los brazos al cuello, así, y luego te besaré así.

Se quedaron callados, muy apretados el uno contra el otro, perdidos en medio de la noche, y Robert Jordan, sintiéndose penetrado de un calor casi doloroso, la sostuvo con fuerza entre sus brazos. Abrazándola, sabía que abrazaba todas las cosas que nunca sucederían y prosiguió diciendo:

- Conejito, no estaremos siempre en ese hotel.

- ¿Por qué?

- Podríamos tomar un piso en Madrid, en la calle que corre a lo largo del Retiro. Conozco a una norteamericana que alquilaba pisos amueblados antes del Movimiento, y sé cómo encontrar un piso como ése, al mismo precio que antes del Movimiento. Hay pisos frente al Retiro, y se ve el parque desde las ventanas: la verja de hierro, los jardines, los senderos de grava, el césped de los recuadros a lo largo del sendero y los árboles de sombra espesa, y las fuentes. Y ahora los castaños estarán en flor. En Madrid podemos pasear por el Retiro y podemos ir en barca por el estanque, si hay de nuevo agua en él.

- ¿Y por qué no había de haber agua?

- Lo vaciaron en noviembre porque era un buen blanco para los bombarderos; pero creo que lo han vuelto a llenar de nuevo. No estoy seguro. Pero aunque no haya agua, podremos pasearnos por el parque detrás del lago. Hay una parte semejante a la selva, con árboles de todos los países del mundo, que tienen su nombre escrito en carteles, y allí pone qué árboles son y de dónde proceden.

- Me gustaría mucho ir al cine -dijo María-; pero esos árboles tienen que ser muy interesantes y me aprenderé contigo todos sus nombres, si puedo acordarme de ellos.

- No es como un museo -dijo Robert Jordan-; crecen libremente y hay colinas en el parque, en una parte que es como una selva virgen. Y más abajo está la feria de los libros, con centenares de barracas de libros viejos, a lo largo de las aceras y ahora, desde que empezó el Movimiento, pueden encontrarse muchos libros que provienen del saqueo de las casas demolidas por los bombardeos y de las casas de los fascistas. Esos libros los han llevado a la feria los que los han robado. Si tuviera tiempo en Madrid, podría pasarme todo el día o todos los días entre libros viejos, como hacía antes del Movimiento.

- Mientras tú estés en la feria de los libros, yo me ocuparé del piso -dijo María-. ¿Habrá medio de hacerse con una criada?

- Seguramente que sí. Yo podría hablar con Petra, que está en el hotel, si te gusta. Guisa muy bien y es muy limpia. He comido allí con periodistas para quienes ella guisaba. Tienen cocinas eléctricas en las habitaciones.

- Como tú quieras -dijo María-. O bien podría yo buscar otra. Pero ¿estarás fuera a menudo por culpa de tu trabajo? ¿No querrán que vaya contigo para un trabajo como éste?

- Quizá pudiera encontrar alguna cosa que hacer en Madrid. Hace tiempo que estoy metido en este trabajo y estoy luchando desde los comienzos del Movimiento. Es posible que me den ahora alguna cosa que hacer en Madrid. No lo he pedido nunca. Siempre he estado en el frente o en trabajos como éste. ¿Sabes que hasta que te encontré no he pedido nunca nada? ¿Ni deseado ninguna cosa, ni pensado en nada que no fuese el Movimiento y en ganar esta guerra? Es verdad que he sido muy puro en mis ambiciones. He trabajado mucho y ahora te quiero -dijo abandonándose por entero a lo que no sería nunca-, te quiero tanto como a todo aquello por lo que hemos peleado. Te quiero tanto como a la libertad, a la dignidad y al derecho de todos los hombres a trabajar y a no tener hambre. Te quiero como quiero a Madrid, que hemos defendido, y como quiero a todos mis camaradas que han muerto. Y han muerto muchos. Muchos. Muchos. No puedes imaginarte cuántos. Pero te quiero como quiero a lo que más quiero en el mundo. Y te quiero todavía más. Te quiero mucho, conejito. Más de lo que pueda decirte. Pero te digo esto para intentar que tengas una idea. No he tenido nunca mujer, y ahora te tengo a ti y soy feliz.