- Bueno -dijo ella, y agregó-: Pero, Roberto, estoy apenada por haberte fallado. ¿No hay otra cosa que pueda hacer por ti?

El le acarició la cabeza y la besó, y luego se quedó quieto a su lado, escuchando la quietud de la noche.

- Puedes hablar de Madrid -le dijo, y pensó: «guardaré una reserva para mañana. Mañana voy a necesitar de todo esto. No hay rama de pino en todo el bosque que esté tan necesitada de savia como lo estaré yo mañana. ¿Quién fue el que arrojó la simiente en el suelo, según la Biblia? Onán. Pero no sé lo que pasó después. No me acuerdo de haber oído hablar más de Onán.» Y sonrió en la oscuridad. Luego volvió a rendirse y se dejó llevar de sus ensueños, sintiendo toda la voluptuosidad de la entrega a las cosas irreales. Una voluptuosidad que era como una aceptación sexual de algo que puede venir solamente por la noche, cuando no entra en juego la razón y queda sólo la delicia de la entrega.

- Amor mío -susurró, besándola-. Oye, la otra noche estaba pensando en Madrid y me dije que en cuanto llegase allí te dejaría en el hotel mientras iba a ver a algunos amigos en el hotel de los rusos. Pero no es verdad: no te dejaré sola en ningún hotel.

- ¿Por qué no?

- Porque tengo que cuidarte. No te dejaré jamás. Iremos a la Dirección de Seguridad para conseguirte papeles. Después te acompañaré a comprarte los vestidos que te hagan falta.

- No necesito nada y puedo comprármelos yo sola.

- No, necesitas muchas cosas e iremos juntos. Compraremos cosas buenas y verás lo bonita que estás.

- Yo preferiría que nos quedásemos en el hotel y mandásemos a comprar la ropa. ¿Dónde está el hotel?

- En la Plaza del Callao. Estaremos mucho en nuestro cuarto del hotel. Hay una cama grande con sábanas limpias y en el baño agua caliente. Y hay dos roperos empotrados en la pared. Y yo pondré mis cosas en uno y tú te quedarás con el otro. Y hay ventanas altas y anchas, que dan a la calle, y fuera, en la calle, está la primavera. También conozco sitios; en los que se come bien, que son ilegales, pero buenos, y sé de algunas tiendas en las que aún se puede encontrar vino y whisky. Y en el cuarto guardaremos provisiones para cuando tengamos hambre; tendremos una botella de whisky para mí y a ti te compraré una botella de manzanilla.

- Me gustaría probar el whisky.

- Pero como es muy difícil de conseguir y a ti te gusta la manzanilla…

- Guárdate tu whisky, Roberto -dijo ella-. De veras, te quiero mucho. A ti y a tu whisky, que no tengo derecho a probar. ¡Vaya cochino que estás hecho!

- Bueno, lo probarás. Pero no es bueno para las mujeres.

- Y como yo he tenido solamente cosas que eran buenas para mujeres… -replicó María-. Bueno, y en esa cama, ¿llevaré siempre mi camisón de boda?

- No. Te compraré camisones nuevos y también pijamas, si tú los prefieres.

- Me compraré siete camisones -dijo ella-; uno para cada día de la semana, y a ti te compraré una camisa de boda, una camisa limpia. ¿No llevas nunca la tuya?

- Algunas veces.

- Yo lo tendré todo muy limpio y te serviré whisky con agua, como lo tomabas en el campamento del Sordo. Tendré guardadas aceitunas y bacalao y avellanas, para que comas mientras bebes; y estaremos un mes en ese cuarto sin salir de él. Si es que puedo recibirte -dijo, sintiéndose repentinamente desgraciada.

- Eso no es nada -insistió Robert Jordan-; de verdad, no es nada. Es posible que te quedaras lastimada y ahora tengas una cicatriz que te sigue doliendo. Lo más seguro es que sea eso. Pero esas cosas se pasan. Y además, si fuera algo importante, hay médicos muy buenos en Madrid.

- Pero iba todo tan bien… -dijo ella, en son de excusa.

- Eso es la prueba de que todo irá bien de nuevo.

- Entonces, hablemos de Madrid. -Se acurrucó metiendo sus piernas debajo de las de Robert Jordan y restregó la cabeza contra su espalda.- Pero ¿no crees que voy a resultar muy fea con esta cabeza rapada y vas a tener vergüenza de mí?

- No. Eres muy bonita. Tienes una cara muy bonita y un cuerpo muy hermoso, esbelto y ligero, y tu piel es suave, y del color del oro bruñido, y muchos van a intentar separarte de mí.

- ¡Qué va, separarme de ti! -dijo ella-. Ningún hombre me tocará hasta mi muerte. Separarme de ti, ¡qué va!

- Pues habrá muchos que lo intentarán; ya lo verás.

- Entonces ya verán ellos que te quiero tanto que sería tan peligroso tocarme como meter las manos en un cubo de plomo derretido. Pero, y tú, cuando veas mujeres bonitas que tengan tanta cultura como tú, ¿no sentirás vergüenza de mí?

- Nunca. Y me casaré contigo:

- Si tú lo-quieres -dijo ella-; pero, puesto que no hay ya iglesia, creo que eso no tiene importancia.

- Me gustaría que nos casáramos.

- Si tú lo quieres así… Pero, oye, si vamos alguna vez a otro país en donde haya iglesia, quizá podamos casarnos allí.

- En mi país hay todavía iglesia -dijo él-. Podríamos casarnos allí, si eso significa algo para ti. Yo no me he casado nunca. Así es que no hay problema.

- Me alegro de que no te hayas casado -dijo ella-; pero también me alegro de que conozcas esas cosas de que me has hablado, porque eso prueba que has estado con muchas mujeres, y Pilar dice que los hombres así son los únicos que sirven como maridos. Pero ¿no irás luego con otras mujeres? Porque eso me mataría.

- Nunca he andado con muchas mujeres -dijo él, sinceramente-. Antes de conocerte a ti no creía que fuese capaz de querer tanto a ninguna.

Ella le acarició las mejillas y luego cruzó las manos detrás de su nuca.

- Has debido de conocer a muchas.

- Pero no he querido a ninguna.

- Oye, me ha dicho Pilar que…

- Dime.

- No. Vale más que no te lo diga. Hablemos de Madrid.

- ¿Qué es lo que ibas a decir?

- No tengo ganas de decirlo.

- Es mejor que lo digas si es algo importante.

- ¿Crees que es importante?

- Sí.

- Pero ¿cómo sabes que es importante, si no sabes de qué se trata?

- Por la manera como lo has dicho.

- Bueno, entonces, te lo diré. Me ha dicho Pilar que mañana vamos a morir todos, y que tú lo sabes tan bien como ella; pero que no le das ninguna importancia. No es por criticarte por lo que me ha dicho eso, sino como admirándote.