De vuelta en la proa puso los dos filetes de pescado en la madera y los peces voladores junto a ellos. Después de esto afirmó el sedal a través de sus hombros y en un lugar distinto y lo sujetó de nuevo con la mano izquierda apoyada en la regala. Luego se inclinó sobre la borda y lavó los peces voladores en el agua notando la velocidad del agua contra su mano. Su mano estaba fosforescente por haber pelado el pescado y observó el flujo del agua contra ella. El flujo era menos fuerte y al frotar el canto de su mano contra la tablazón del bote salieron flotando partículas de fósforo y derivaron lentamente hacia popa.

- Se está cansando o descansando -dijo el viejo-. Ahora déjame comer este dorado y tomar algún descanso y dormir un poco.

Bajo las estrellas en la noche, que se iba tornando cada vez más fría, se comió la mitad de uno de los filetes de dorado y uno de los peces voladores limpio de tripa y sin cabeza.

- Que excelente pescado es el dorado para comerlo cocinado -dijo-. Y qué pescado más malo es crudo. Jamás volveré a salir en un bote sin sal o limones.

“Si hubiera tenido cerebro habría echado agua sobre la proa todo el día. Al secarse habría hecho sal -pensó-. Pero el hecho es que no enganché el dorado hasta cerca de la puesta del sol. Sin embargo, fue una falta de previsión. Pero lo he masticado bien y no siento náuseas.”

El cielo se estaba nublando sobre el este y una tras otra las estrellas que conocía fueron desapareciendo. Ahora parecía como si estuvieran entrando en un gran desfiladero de nubes y el viento había amainado.

- Dentro de tres o cuatro días habrá mal tiempo -dijo-. Pero no esta noche ni mañana. Apareja ahora para dormir un poco, viejo, mientras el pez está tranquilo y sigue tirando seguido.

Sujetó firmemente el sedal en su mano derecha, luego empujó su muslo contra su mano derecha mientras echaba todo el peso contra la madera de la proa. Luego pasó el sedal un poco más abajo, en los hombros, y lo aguantó con la mano izquierda en forma de soporte.

“Mi mano derecha puede sujetarlo mientras tenga soporte -pensó-. Si se afloja en el sueño, mi mano izquierda me despertará cuando el sedal empiece a correr. Es duro para la mano derecha. Pero está acostumbrada al castigo. Aun cuando solo duerma veinte minutos o una hora me hará bien.” Se inclinó adelante, afianzándose contra el sedal con todo su cuerpo, echando todo su peso sobre la mano derecha, y se quedó dormido.

No soñó con los leones marinos. Soñó con una vasta mancha de marsopas que se extendía por espacio de ocho a diez millas. Y esto era en la época de su apareamiento y brincaban muy alto en el aire y volvían al mismo hoyo que habían abierto en el agua al brincar fuera de ella.

Luego soñó que estaba en el pueblo, en su cama, y soplaba un norte y hacía mucho frío y su mano derecha estaba dormida porque su cabeza había descansado sobre ella en vez de hacerlo sobre una almohada.

Después empezó a soñar con la larga playa amarilla y vio el primero de los leones que descendían a ella al anochecer. Y luego vinieron los otros leones. Y él apoyó la barbilla sobre la madera de la proa del barco que allí estaba fondeado sintiendo la vespertina brisa de tierra y esperando a ver si venían más leones. Y era feliz.

La luna se había levantado hacía mucho tiempo, pero él seguía durmiendo y el pez seguía tirando seguidamente del bote y éste entraba en un túnel de nubes.

Lo despertó la sacudida de su puño derecho contra su cara y el escozor del sedal pasando por su mano derecha. No tenía sensación en su mano izquierda, pero frenó todo lo que pudo con la derecha y el sedal seguía corriendo precipitadamente. Por fin su mano izquierda halló el sedal y el viejo se echó hacia atrás contra el sedal y ahora le quemaba la espalda y la mano izquierda y su mano izquierda estaba aguantando toda la tracción y se estaba desollando malamente. Volvió la vista a los rollos de sedal y vio que se estaban desenrollando suavemente. Justamente entonces el pez irrumpió en la superficie haciendo un gran desgarrón en el océano y cayendo pesadamente luego. Luego volvió a irrumpir, brincando una y otra vez, y el bote iba velozmente aunque el sedal seguía corriendo y el viejo estaba llevando la tensión hasta su máximo de resistencia, repetidamente, una y otra vez. El pez había tirado de él contra la proa y su cara estaba contra la tajada suelta de dorado y no podía moverse.

“Esto es lo que esperábamos -pensó-. Así, pues, vamos a aguantarlo.”

“Que tenga que pagar por el sedal -pensó-. Que tenga que pagarlo bien.”

No podía ver los brincos del pez sobre el agua: solo sentía la rotura del océano y el pesado golpe contra el agua al caer.

La velocidad del sedal desollaba sus manos, pero nunca había ignorado que esto sucediera y trató de mantener el roce sobre sus partes callosas y no dejar escapar el sedal a la palma y evitar que le desollara los dedos.

“Si el muchacho estuviera aquí mojaría los rollos de sedal -pensó-. Sí. Si el muchacho estuviera aquí. Si el muchacho estuviera aquí.”

El sedal se iba más y más, pero ahora más lentamente, y el viejo estaba obligando al pez a ganar con trabajo cada pulgada de sedal. Ahora levantó la cabeza de la madera y la sacó de la tajada de pescado que su mejilla había aplastado. Luego se puso de rodillas y seguidamente se puso lentamente de pie. Estaba cediendo sedal, pero más lentamente cada vez. Logró volver adonde podía sentir con el pie los rollos de sedal que no veía. Quedaba todavía suficiente sedal y ahora el pez tenía que vencer la fricción de todo aquel nuevo sedal a través del agua.

“Sí -pensó-. Y ahora ha salido más de una docena de veces fuera del agua y ha llenado de aire las bolsas a lo largo del lomo y no puede descender a morir a las profundidades de donde yo no pueda levantarlo. Pronto empezará a dar vueltas. Entonces tendré que empezar a trabajarlo. Me pregunto qué le habrá hecho brincar tan de repente fuera del agua. ¿Habrá sido el hambre, llevándolo a la desesperación, o habrá sido algo que lo asusto en la noche? Quizás haya tenido miedo de repente. Pero era un pez tranquilo, tan fuerte, y parecía tan valeroso y confiado… Es extraño.”

- Mejor que tú mismo no tengas miedo y que tengas confianza, viejo -dijo-. Lo estás sujetando de nuevo, pero no puedes recoger sedal. Pronto tendrá que empezar a girar en derredor.

El viejo sujetaba ahora al pez con su mano izquierda y con sus hombros, y se inclinó y cogió agua en el hueco de la mano derecha para quitarse de la cara la carne aplastada del dorado. Temía que le diera náuseas y vomitara y perdiera sus fuerzas. Cuando hubo limpiado la cara, lavó la mano derecha en el agua por sobre la borda y luego la dejó en el agua salada mientras percibía la aparición de la primera luz que precede a la salida del sol.

“Va casi derecho al este -pensó-. Eso quiere decir que está cansado y que sigue la corriente. Pronto tendrá que girar. Entonces empezará nuestro verdadero trabajo.”

Después de considerar que su mano derecha llevaba suficiente tiempo en el agua la sacó y la miró.