ELENA ANDREEVNA.- Le juro...

ASTROV (sin dejarla hablar).- ¿Para qué jurar? ¡No se debe jurar!... ¡No hacen falta tampoco las palabras superfluas!... ¡Oh, qué linda es usted! ¡Qué manos las suyas! (Se las besa.)

ELENA ANDREEVNA.- ¡Basta y ... ¡Márchese! (Retirando sus manos.) ¡No sabe lo que dice!

ASTROV.- ¡Dígame... dígame dónde nos encontraremos mañana! (Le rodea el talle con el brazo) ¡Es inevitable! ¡Tenemos que vernos! (La besa en el preciso momento en que Voinitzkii, que entra con un ramo de rosas en la mano, se detiene ante la puerta.)

ELENA ANDREEVNA (sin advertir la presencia de Voinitzkii.).- ¡Tenga piedad! ¡Déjeme! (Reclinando la cabeza sobre el pecho de Astrov.) ¡No!... (Intenta marcharse.)

ASTROV (reteniéndola).- ¿Vendrás mañana al campo forestal, sobre las dos?... ¿Sí?... ¿Vendrás?

ELENA ANDREEVNA (reparando en Voinitzkii).- ¡Suélteme! (Presa de fuerte turbación, se dirige a la ventana.) ¡Oh, qué terrible!

VOINITZKII (tras depositar el ramo sobre una silla y pasándose nerviosamente el pañuelo por la cara y el cuello.) No importa... No... No importa...

ASTROV (Tratando de hablar en tono natural).- ¡Estimado Iván Petrovich!... ¡El tiempo hoy está bastante hermoso!... ¡Por la mañana había un cielo gris... , como si fuera a llover... , pero ahora ha salido el sol! ¡Dicho sea con franqueza: el otoño es una estación maravillosa y su sementera, bastante buena! Enrollando el cartograma, en forma de tubo.) ¡Sólo que los días son más cortos!... (Sale.)

ELENA ANDREEVNA (avanzando rápidamente hada Voinitzkii.) ¡Empleará usted toda su influencia para que mi marido y yo nos marchemos de aquí hoy mismo! ¿Lo oye? ¡Hoy mismo!

VOINITZKII (enjugándose el rostro).- ¿Qué?... ¡Ah, sí!... Bien ... ¡Heléne! ¡Lo he visto todo! ... ¡Todo!

ELENA ANDREEVNA (nerviosa).- ¿Lo oye? ¡Es preciso que me marche hoy mismo!

ESCENA II

Entran Serebriakov, Sonia, Teleguin y Marina.

TELEGUIN.- Yo tampoco, excelencia, me encuentro del todo bien... Ya hace dos días que estoy algo pachucho... La cabeza...

SEREBRIAKOV.- ¿Dónde están los demás?... ¡No me gusta esta casa! ¡Es un laberinto! ¡Con veintiséis enormes habitaciones, cuando la gente se desparrama por ellas, no hay manera de encontrar a nadie! (Oprimiendo el timbre con el dedo.) ¡Ruegue a María Vasilievna y a Elena Andreevna que vengan aquí.

ELENA ANDREEVNA.- Yo estoy aquí ya.

SEREBRIAKOV.- Tengan la bondad, señores, de sentarse.

SONIA (acercándose, impaciente, a Elena Andreevna)- ¿Qué dijo? ...

ELENA ANDREEVNA.- Después ...

SONIA.- ¿Estás temblando?... ¿Estás excitada?... Escudriñándole el rostro.) ¡Comprendo!... Dijo que no volvería más por aquí..., ¿verdad?... (Pausa.) ¡Dime! ¿Verdad que es eso? (Elena Andreevna hace con la cabeza un signo afirmativo.)

SEREBRIAKOV (a Teleguin).- ¡Todavía con la enfermedad puede uno reconciliarse, pero lo que no puedo soportar es el régimen de la vida en el campo! ¡Tengo la impresión de haber caído de otro planeta!... ¡Siéntense, señores! ¡Se los ruego! (Sonia, sin oírle, permanece de pie, con la cabeza tristemente bajada.) ¡Sonia! (Pausa.) ¿No me oyes? (a Marina.) ¡Tú también, ama, siéntate! (Esta, sentándose, empieza a hacer calceta.) ¡Se lo ruego, señores! ¡Sean todo oídos!

VOINITZKII (nervioso).- Tal vez no sea necesaria mi presencia... ¿Puedo marcharme?

SEREBRIAKOV.- No. Tu presencia es todavía más necesaria que la de los demás.

VOINITZKII.- ¿Qué desea usted?

SEREBRIAKOV.- ¿Usted?... ¿Estás enfadado? (Pausa.) Si en algo soy culpable contigo, perdóname, por favor...

VOINITZKII.- ¡Deja ese tono y vamos al grano! ¿Qué necesitas?

ESCENA III

Entra María Vasilievna.

SEREBRIAKOV.- Aquí tenemos también a maman . Empiezo a hablar. (Pausa.) Les he invitado, señores, a venir aquí con el fin de comunicarles que viene el inspector ... 4Pero, bueno... Dejemos a un lado las bromas; el asunto es serio. Les he reunido con el fin de solicitar su ayuda y consejo... , cosas ambas que, conocida su proverbial amabilidad, espero recibir. Soy hombre de ciencia, de libros... y, por tanto, me mantuve siempre ajeno a la vida práctica. No me es posible, pues, prescindir de las indicaciones de gente ducha en la materia..., por lo que te ruego, Iván Petrovich, y ruego a ustedes, Ilia Ilich y maman ... Es el caso que manet omnis una nox ..., o sea, que todos dependemos de la providencia de Dios... Yo soy ya viejo y estoy enfermo... , por lo que considero llegada la hora de ordenar mis bienes en cuanto éstos se relacionan con mi familia. No pienso en mí. Mi vida acabó ya, pero tengo una mujer joven y una hija. (Pausa.) Seguir viviendo en el campo es imposible. No estamos hechos para el campo. Ahora bien..., vivir en la ciudad, con los ingresos que produce esta finca, tampoco es posible. Suponiendo, por ejemplo, que vendiéramos el bosque, esta sería una de esas medidas extraordinarias que no pueden tomarse todos los años... Es preciso, por tanto, encontrar un medio que nos garantizará una cifra de renta fija más o menos segura. Así, pues, habiéndoseme ocurrido cuál podría ser uno de esos medios, tengo el honor de someterlo a su juicio... Pasando por alto los detalles, les explicaré mi idea en sus rasgos generales... Nuestra hacienda no rinde, por término medio, más del dos por ciento de renta. Propongo venderla... Si el dinero obtenido con su venta fuera invertido en papel del Estado, podríamos obtener de un cuatro a un cinco por ciento e incluso creo que podría conseguirse algún plus de varios millones de rublos, que nos permitirían comprar una dacha 4en Finlandia.

VOINITZKII.- ¡Espera!... ¡Me parece que el oído me engaña! ¡Repite lo que has dicho!

SEREBRIAKOV.- He dicho que se coloque el dinero en papel del Estado, y que con el plus restante se compre una dacha en Finlandia.

VOINITZKII.- No hablamos ahora de Finlandia. Dijiste algo más.

SEREBRIAKOV.-Propongo vender la hacienda.

VOINITZKII.- ¡Justo!... ¡Vender la hacienda!... ¡Magnífico! ¡Una idea maravillosa!... Y ¿dónde dispones que me meta yo con mi vieja madre y con Sonia?

SEREBRIAKOV.- ¡Eso ya se pensaría a su tiempo! ¡No puede hacerse todo de una vez!

VOINITZKII.- ¡Espera!... ¡Por lo visto, hasta ahora no he tenido ni una gota de sentido común!... ¡Hasta ahora he incurrido en la insensatez de pensar que esta hacienda pertenecía a Sonia!... ¡Mi difunto padre la compró para dársela como dote a mi hermana!... ¡Hasta ahora he sido tan ingenuo, que no entendía nada de leyes y pensaba que la hacienda, a la muerte de mi hermana, la heredaría Sonia!