SONIA.- ¿El qué?... ¿El qué, tío?

VOINITZKII.- ¡No me encuentro bien! ... ¡No es nada!... ¡Después!... (Sale.)

SONIA (golpeando con los nudillos en la puerta).- ¡Mijail Lvovich! ¿No está usted dormido? ¡Un minuto nada más!

ASTROV (desde el otro lado de la puerta).- ¡Ahora mismo! (Entra, esta vez con el chaleco y corbata puestos.) ¿Qué me manda usted?

SONIA.- ¡Si no le repugna, siga bebiendo; pero le suplico que no deje beber al tío! ¡Le hace daño!

ASTROV.- De acuerdo. No volveremos a beber más. (Pausa.) Ahora mismo me marcho a mi casa; está decidido. Mientras enganchan los caballos, dará tiempo a que amanezca.

SONIA.- Llueve mucho. Espere a la mañana.

ASTROV.- La tormenta pasa de refilón; nos coge sólo de costado... Me marcho y... por favor..., ¡no vuelva a llamarme para que visite a su padre! Le digo que lo que tiene es gota, y él asegura que es reuma; le pido que se eche, y sigue sentado... ¡Hoy, ni siquiera ha querido hablar conmigo!

SONIA.- ¡Está muy mimado! (Rebuscando en el aparador.) ¿Quiere comer algo? ASTROV.- Quizá Sí.

SONIA.- Me gusta comer por la noche. En el aparador me parece que hay alguna cosa... Dicen que durante toda su vida tuvo gran éxito con las mujeres, y que son ellas las que le mimaron... Tome queso.

(De pie, junto al aparador, ambos comen.)

ASTROV.- Hoy, hasta ahora, no había tomado nada. No había hecho más que beber... Su padre tiene un carácter difícil ... (cogiendo una botella del aparador.) ¿Puedo? (Bebe una copa.) Aquí no hay nadie y, por tanto, es posible hablar claramente... ¿Sabe?... ¡Se me figura que yo en su casa no podría vivir ni un mes!... ¡Me ahogaría en esta atmósfera!... ¡Su padre..., sin más idea que su gota y sus libros; su tío Vania, con su murria; su abuela..., y, por último, su madrastra!

SONIA.- ¿Y qué le pasa a mi madrastra?

ASTROV.- ¡En el individuo todo tiene que ser maravilloso: el rostro, el vestido, el alma, el pensamiento!... ¡Ella es maravillosa -esto está fuera de toda discusión-; pero... su vida se reduce a comer, a dormir, a encantarnos a todos con su belleza y pare usted de contar! Carece de obligaciones, mientras los demás trabajan para ella... ¿no es así?... Una vida ociosa no puede ser límpida, (Pausa.) Tal vez soy excesivamente severo en mis juicios...; quizá porque, como a su tío Vania, mi vida no me satisface..., razón por la que ambos nos hemos hecho gruñones.

SONIA.- ¿No le satisface su vida?

ASTROV.- Amo a la vida en general; pero la nuestra, la de la región, la rusa, la cotidiana..., me resulta insoportable y la desprecio con toda mi alma... Por lo que se refiere a la mía propia..., a fe mía que ésta no tiene absolutamente nada de buena... ¿Sabe?... ¡Cuando en medio de una noche cerrada tiene uno que atravesar el bosque y distingue a lo lejos el resplandor de una lucecita..., ya no repara en el cansancio, ni en la oscuridad, ni en que las ramas le pegan en la cara!... Yo trabajo, ya lo sabe usted, como no trabaja nadie en toda la región, y recibo sin cesar golpes del destino... A veces sufro e modo insoportable, pero sin tener a lo lejos lucecita alguna... Ni espero nada para mí de los demás, ni quiero ya a la gente... ¡Hace mucho que no quiero a nadie!... SONIA.- ¿A nadie?

ASTROV.- A nadie. Sólo su ama -y en nombre de viejas memorias- despierta en mí cierta ternura...

Los mujiks son muy monótonos... No están desarrollados mentalmente, viven entre suciedad, y, en cuanto a los intelectuales... con éstos es difícil mantener la buena armonía... ¡Cansan!... Todos ellos -buenos conocidos nuestros- piensan y sienten mezquinamente; sin ver más allá de su propia nariz. Son sencillamente necios. Otros más inteligentes, de mayor valor..., son seres histéricos, recomidos por el análisis y los reflejos... Se lamentan, aborrecen, calumnian enfermizamente, abordan de soslayo al hombre y, tras mirarle de reojo, deciden: ¡Oh! ¡Se trata de un psicópata! , o bien: ¡Le gusta hacer frases bonitas! ..., y cuando no saben qué etiqueta estamparte en la frente, dicen: ¡Es un ser extraño! ... Así, pues, mi amor a los bosques es extraño... El que no coma carne lo es también... ¡No son capaces de comprender la relación pura, libre e impulsiva hacia la naturaleza ni hacia las gentes!... ¡No y no! (Hace ademán de disponerse a beber otra copa.)

SONIA (impidiéndoselo).- ¡No!... ¡Se lo ruego! ¡Se lo suplico..., no beba más! ASTROV.- ¿Y por qué?

SONIA.- No le cuadra nada hacerlo... Es usted fino..., su voz es sumamente dulce... Hasta podría decirle más; de todas las personas que conozco, usted es la única maravillosa. ¿Por qué, entonces, quiere parecerse a esas gentes vulgares que beben y juegan a las cartas?... ¡Oh...! ¡No lo haga se lo suplico!... Suele usted decir que los hombres, lejos de crear, no hacen más que destruir lo que les fue dado... ¿Por qué, entonces, se destruye usted a sí mismo?... ¡No tiene que hacer eso! ¡Se lo suplico!

ASTROV (tendiéndole la mano).- No volveré a beber más.

SONIA.- Déme su palabra.

ASTROV.- Palabra de honor.

SONIA (estrechándole fuertemente la mano).- Gracias.

ASTROV.- ¡Basta!... ¡Recobré la sobriedad!... ¿Me ve usted?... ¡Estoy completamente sereno, y así seré estándolo hasta el fin de mis días! (consultando el reloj.) Prosigamos, pues... Como iba diciendo, mi tiempo pasó... Ya es tarde... He envejecido, trabajo con exceso, me he vuelto cínico, tengo atrofiados los sentimientos, y se me figura que ya no podría ligarme por el afecto a otra persona... Ni quiero ni querré a nadie... ¿Por qué, entonces, ejerce todavía la belleza sobre mí tanto poder?... No me siento en absoluto indiferente hacia ella... ¡Se me figura, por ejemplo, que si Elena Andreevna se lo propusiera, en un solo día podría enloquecer mi cabeza!... ¡Claro que eso no es amor..., ni afecto!... (Tapándose los ojos con la mano, se estremece.)

SONIA.- ¿Qué le pasa?

ASTROV.- Nada. Durante la Cuaresma se me murió un enfermo bajo el cloroformo...

SONIA.- Pues ya es hora de que lo olvide. Pausa.) Dígame, Mijail Lvovich... Si yo tuviera una hermana menor y usted -supongamos- supiera que ella le quería... ¿Cuál sería su correspondencia?

ASTROV (encogiéndose de hombros).- No lo sé. Seguramente, ninguna... La haría comprender que no podría quererla... Mi cabeza, además, no piensa en semejantes cosas... Pero, bueno..., si he de marcharme, ya es hora de hacerlo. Adiós, almita mía... Si no me voy pronto, la charla se prolongaría hasta la mañana. (Estrechándole la mano.) Sí me lo permite, me iré por el salón.

SONIA (sola).- ¡No me dijo nada!... Su alma y su corazón están ocultos todavía para mí, y, sin embargo..., ¿por qué me siento tan feliz?... (Ríe con risa dichosa.) Le dije: Es usted fino, noble, y tiene una voz sumamente dulce... ¿Estaría, acaso, inoportuna?... Tiene una voz vibrante y acariciadora... Ahora mismo la estoy percibiendo aquí, en el aire... Cuando le dije lo de la hermana menor, no me comprendió... (Retorciéndose las manos.) ¡Oh, qué terrible ser fea!... ¡Qué terrible!... ¡Porque yo sé que soy fea!... ¡Lo sé y lo sé!... El domingo pasado, saliendo de la iglesia, oí que hablaban de mí, y una mujer dijo: Es buena y generosa, pero ¡Qué lástima que sea tan fea! ... ¡Fea!... (Entra Elena Andreevna.)