ELENA ANDREEVNA.- Ayer me prometió enseñarme el trabajo que estaba haciendo. ¿Dispone de tiempo libre?
ASTROV.- ¡Oh, ciertamente! (Extendiendo sobre la mesa el cartograma y fijándolo con chinches.) ¿Dónde nació usted?
ELENA ANDREEVNA (ayudándole). -En Petersburgo.
ASTROV.- ¿Y dónde hizo sus estudios?
ELENA ANDREEVNA.- En el Conservatorio.
ASTROV.- Esto quizá no sea interesante para usted.
ELENA ANDREEVNA.- ¿Por qué?... Verdad que no conozco mucho el campo, pero he leído tanto sobre él...
ASTROV.- En esta casa tengo instalada mi mesa, en la habitación de Iván Petrovich. Cuando estoy muy cansado..., embobado... , lo dejo todo y corro aquí, donde me entretengo con esto alguna que otra hora. Mientras Iván Petrovich y Sonia hacen chasquear el ábaco , yo me siento a su lado, ante mi mesa, y me pongo a embadurnar... El grillo canta y me encuentro muy agradablemente, muy tranquilo... ¡Sólo que este gusto no puedo dármelo a menudo!... ¡A lo sumo, una vez al mes! (Mostrándole el cartograma.) Ahora, mire esto. Es el cuadro que presentaba nuestra región hace cincuenta años... El color verde -en oscuro y claro- representa el bosque y viene a cubrir la mitad de la superficie... Aquí, por este verde donde hay una red roja, había arces, cabras..., y, en fin...,la fauna y la flora. Este lago estaba lleno de cisnes, gansos, patos, y había aves -como dicen los viejos- para tomar y dejar. Volaban de las aldeas y de las aldehuelas; de toda una serie de pequeñas granjas, hermitas, molinos hidráulicos... Había mucho ganado astado, como también caballos. Eso lo indica el azul celeste. En este cantón, por ejemplo, donde el color se intensifica, abundaban las yeguadas: tres caballos por casa. (Pausa.) Ahora, mire más abajo. Esto es lo que existía hace veinticinco años. Aquí, el bosque cubre solamente una tercera parte de la superficie. Ya no quedan cabras, pero sí arces. Como ve, los colores verde y azul cielo van palideciendo, y así, etcétera... Pasemos ahora a la tercera parte: al cuadro que presenta nuestra región en la actualidad. El color verde ya no es una cosa unida, sino que, por aquí y por allá, presenta algunas manchas, y los arces, los cisnes y los gallos han desaparecido... De las pequeñas granjas, santuarios, molinos, no queda ni rastro. El cuadro, por tanto, presenta, en general, una paulatina pero real degeneración, a la que faltarán seguramente unos diez o quince años para ser completa. Me dirá usted que esto es influencia de la cultura, ya que la vieja vida ha de ceder el sitio a la nueva. Lo comprendo, sí... , pero sólo en el caso de que, en lugar de estos bosques exterminados, existieran carreteras, ferrocarriles... Si hubiera fábricas, escuelas... Si la gente estuviera más sana, fuera más rica y más inteligente... Pero aquí no ocurre nada parecido. En la región siguen subsistiendo los mismos pantanos, los mismos mosquitos... Sigue habiendo la misma falta de caminos y hay, como antes, pobreza, tifus, difteria, incendios... Se trata, pues, de un caso de degeneración causado Por una lucha por la existencia superior a las fuerzas. Degeneración por inercia, por ignorancia por inconsciencia... El hombre enfermo, hambriento y con frío, para salvar los restos de su vida, para salvar a sus hijos, se ase instintivamente a cuanto puede ayudarle a calmar el hambre, a calentarse, y lo destruye todo sin pensar en el día de mañana... Ya ha sido destruida casi la totalidad, y en su lugar aún no se ha creado nada. (Con frialdad.) Leo en su cara que esto no le interesa.
ELENA ANDREEVNA.- ¡Es que entiendo tan poco de ello!...
ASTROV.- No hay nada que entender. Lo que pasa es que, sencillamente, no es interesante.
ELENA ANDREEVNA.- Si he de serle franca, le diré que tengo el pensamiento tan ocupado con otra cosa... Perdóneme..., pero he de someterle a un pequeño interrogatorio... Me siento tan azorada, que no sé cómo empezar...
ASTROV.- ¿A un interrogatorio?
ELENA ANDREEVNA.- A un interrogatorio, sí... Sólo que bastante inocente. Sentémonos. (Ambos se sientan.) Se trata de un joven personaje. Hablaremos como hablan las personas honradas, como amigos, sin rodeos. Hablaremos y olvidaremos después lo que hemos hablado.
ASTROV.- De acuerdo.
ELENA ANDREEVNA.- Se trata de mi hijastra Sonia. ¿Le agrada?
ASTROV.- Sí. Siento gran estimaci6n por ella.
ELENA ANDREEVNA.- Y ¿Como mujer..., le gusta?
ASTROV (sin contestar inmediatamente).- No.
ELENA ANDREEVNA.- Dos o tres palabras más, y hemos terminado: ¿no ha reparado usted en nada?
ASTROV.- En nada.
ELENA ANDREEVNA (Cogiéndole una mano).- No la quiere usted. Lo leo en sus ojos. Ella sufre... Compréndalo, y deje de venir por aquí.
ASTROV.- Mis años pasaron ya... Además no tengo tiempo. (Encogiéndose de hombros.) ¿Qué tiempo es el mío? (Parece azorado.)
ELENA ANDREEVNA.- ¡Ah, Qué desagradable conversación!... Estoy tan agitada como si hubiera llevado sobre los hombros una carga de mil puds ... Bueno. Gracias a Dios, ya hemos terminado. ¡Olvidémoslo todo -como si no hubiéramos hablado- y márchese!... Es usted un hombre inteligente, y comprenderá... (Pausa.) ¡Hasta me he puesto toda colorada!
ASTROV.- Si hace unos dos meses me hubiera dicho eso..., quizá lo hubiera pensado, pero ahora... Encogiéndose de hombros.) ¡Claro que si ella sufre..., entonces!... Lo único que no comprendo es esto: ¿Qué necesidad tenía usted de interrogarme? (Mirándola a los ojos y amenazándola con el dedo.) ¡Es usted taimada!
ELENA ANDREEVNA.- ¿Qué quiere decir con eso?
ASTROV (riendo).- ¡Taimada!... Supongamos que, en efecto, Sonia sufre, cosa que estoy dispuesto a admitir. ¿Qué objeto tiene su interrogatorio? (Impidiéndole hablar y avivando el tono.) ¡No ponga cara de asombro! ¡Usted sabe muy bien por qué vengo aquí todos los días! ¡Por qué y para quién vengo, es algo que conoce usted perfectamente!... ¡Rapiñadora querida..., no me mire de ese modo! ¡Soy gorrión viejo!
ELENA ANDREEVNA (asombrada). -¿Rapiñadora?... ¡No comprendo en absoluto!
ASTROV.- ¡Lindo beso! ¡Necesita víctimas... ¡Heme ya aquí hace un mes sin trabajar, habiéndolo abandonado todo!... ¡Eso le gusta a usted sobremanera!... Pero bien... Estoy vencido... Es cosa que sabía de antemano, sin necesidad de interrogatorio. (Cruzando los brazos sobre el pecho y bajando la cabeza.) Me rindo. ¡Tome! ¡Cómame!
ELENA ANDREEVNA.- ¿Se ha vuelto usted loco?
ASTROV (entre dientes, riendo).- Es tímida.
ELENA ANDREEVNA.- ¡Oh!... ¡Sepa que soy mejor y estoy más alta de lo que usted me cree, ¡Se lo juro! (Intenta marcharse.)
ASTROV (cerrándole el paso).- Hoy mismo me marcharé. No volveré a frecuentar esta casa, pero... (Cogiéndole una mano y mirando a su alrededor.) ¿Dónde nos veremos?... Conteste pronto: ¿dónde?... Puede entrar alguien. (Apasionadamente.) ¡Es usted maravillosa! ¡Un beso! ¡Tan sólo besar su cabello perfumado!