Los periódicos miran mucho los detalles: Fulano de Tal se negó a recibir los auxilios de la religión y murió desesperado, mientras Mengano de Cual confesó y comulgó con gran fervor, muriendo feliz y resignado. Es costumbre que estas resignaciones y aquellas desesperanzas sucedan en el cementerio de San Francisco, la muerte llama a la muerte. A los Guxindes siempre nos gustó andar a palos en las romerías pero ahora estamos medio idos.

– Yo estoy acojonado, Robín, esto no hay quien lo pare, es como el cólera morbo. ¿Quién podría sujetar a la gente y meter un poco de orden en esta barahúnda?

– ¡Yo qué sé!

Al ex ministro Gómez Paradela lo prendieron en Verín, lo rociaron con gasolina y le plantaron fuego; según dice Antonio, nadie sabe quién es Antonio, interpretó una danza macabra para morir.

– ¿Y qué fue de Antonio?

– Nadie sabe quién es Antonio, ya le digo, ni el fin que tuvo, puede que le hayan matado a palos, es lo más probable, a éstos siempre acaban matándolos a palos.

Fabián Minguela se trajo a Rosalía Trasulfe de la aldea.

– Y además te callas, tú estás aquí para darme gusto y callar, ¿te enteras?

Rosalía Trasulfe decía a todo amén, Cabuxa Tola no tenía nada de tola.

– Yo estoy viva y Moucho acabó como acabó, para mí tengo que cada cual acaba según haya ido por la vida, a veces no, pero casi siempre sí.

Robín Lebozán tiene a comer en su casa a su primo Andrés Bugalleira, que acaba de llegar de La Coruña.

– En el Círculo de Artesanos quemaron los libros de Baroja, de Unamuno, de Ortega y Gasset, de Marañón y de Blasco Ibáñez, claro; en cambio dejaron a Voltaire y a Rousseau, se conoce que les sonaban menos.

En el periódico se dice: A orillas del mar, para que el mar se lleve los restos de tanta podredumbre y tanta miseria, se están quemando montones de libros y folletos de criminal propaganda antiespañola y de repugnante literatura pornográfica.

– ¿Viste a Esperanza, después de que le mataran al marido?

– No, me mandó decir que no fuera por su casa.

Andrés quería pasar a Portugal.

– Si llevas dinero y puedes alejarte pronto de la frontera, bien, desde Lisboa se va a cualquier parte de Europa, pero si no tienes cuartos ándate con ojo porque los guardiñas devuelven a todo el mundo, los entregan en Tuy, que es mal sitio.

Chelo Domínguez la de los Avelaíños, o sea la mujer de Roque Gamuzo, es la envidia del hembraje del país.

– Que Dios nos coja a todas confesadas, amén, dicen que Roque el de la Cheliño calza un carallo que parece un rapaz de seis o siete meses.

– ¡Pero qué dices, mujer! Todos los carallos son iguales.

– ¡Ay, eso sí que no, que los hay que da gloria verlos y en cambio hay otros que parecen miñocas!

– Eso depende, mujer, eso depende.

– ¿Depende de qué?

– ¿De qué va a ser? ¡Pareces parva!

Moncho Preguizas habla con muy añorante nostalgia de su tía Micaela.

– Guardo un recuerdo dorado de la niñez, de las pastillas de café con leche, de las manzanas asadas de postre, de los rosales cuajaditos de rosas rojas, de las pajas que me hacía tía Micaela…, la pobre era muy cariñosa y complaciente, a mí me la meneaba para despertar en mi espíritu el ansia de vivir y la curiosidad por el mundo en torno.

– ¡No digas tonterías! A ti te la meneaba porque le gustaba sobarte las partes, les gusta a todas.

Adela y Georgina, las primas de Moncho, bailan tangos con la señorita Ramona y Rosicler.

– ¿Quieres que me saque la blusa?

– Bueno.

Tía Salvadora, la madre de Raimundo el de los Casandulfes, está en Madrid, no se sabe nada de ella porque las comunicaciones están cortadas, a lo mejor podemos tener noticias a través de la Cruz Roja, tío Cleto sigue tocando el jazz-band como si tal y tía Jesusa y tía Emilita parecen como anestesiadas, a lo mejor están anestesiadas.

– ¡Qué horror, qué ruido! Cleto se pasa el día dándole al bombo para que nos duela la cabeza, nosotras no sabemos por qué no se apunta en los Cruzados de Orense y nos deja en paz.

Tía Jesusa y tía Emilita reciben una hoja de propaganda: Mujer gallega: piensa que nunca puede ser de más actualidad lo que dijo Quevedo: Son las mujeres instrumentos de hacer perder reinos (¡Dios mío qué ordinariez!), en donde se condensa el poder de tu influencia en el mundo.

– ¿Tú lo entiendes?

– Pues no mucho, y además a mí me parece que podían haber puesto señoras y no mujeres, ¿qué trabajo les hubiera costado?, para mí que lo que quieren es que hagamos jerseys de punto, ya verás.

Véspora, la perra de tío Cleto, se pasa las noches enteras aullando, se conoce que huele la muerte en el aire, tía Jesusa y tía Emilita, con tantas y tan cautelosas premoniciones, rezan más que nunca, murmuran más que nunca y orinan más y más fuerte y abundante que nunca, la verdad es que lo ponen todo perdido, parece que orinan a destajo y la casa huele que apesta a urinario público.

– Huele a gato.

– ¡Sí, sí, a gato! Lo que huele es a vieja meona.

– ¡Jesús!

Las alimañas muertas que colgaban de la viña del sacristán se han ido cayendo poco a poco, ahora ya no tienen ni gracia.

– ¿Por la competencia?

– Claro.

Dolores, la criada del cura de San Miguel de Buciños, escondió a Alifonso Martínez, celador de telégrafos, cuando lo fueron a buscar no lo encontraron.

– ¿No pasó por aquí?

– No, ¡así me muera!

Don Merexildo le dijo a Alifonso,

– Tú aguanta hasta que pase la tempestad y no te asomes ni a la puerta, esto no va a durar toda la vida.

– Sí, señor, muchas gracias; a mí el que me da miedo es Moucho el Carroupo, dicen que anda por ahí lleno de correajes.

– Déjalo, por la aldea no vendrá, ya verás, conmigo no se atreve.

– ¡Dios le oiga!

Mariquiña es de la aldea de Toxediño, en la parroquia de Parada de Outeiro, ayuntamiento de Vilar de Santos, en la Limia, esto fue hace ya mucho tiempo, fue cuando los moros. El cuervo del preso Manueliño Remeseiro Domínguez se llama Moncho, como el primo que murió de la tos ferina, da gusto verlo volar. Mariquiña es una pastora joven, pobre y hermosa, que todas las mañanas lleva a pastar una vaca, dos ovejas y tres cabras al lugar que dicen monte das Cantariñas. El cuervo Moncho está aprendiendo a silbar, sabe ya algunos compases de la mazurca que el ciego Gaudencio no toca más que cuando le da la gana. La madre de Mariquiña es viuda y en su casa sabían bien del color de la miseria y la calamidad. Don Claudio Dopico Labuñeiro es maestro, ahora corren malos tiempos para los maestros, y tiene amores con doña Elvira, la patrona de la fonda donde vive, parece ser que también se acuesta con Castora, la criada. En el monte hay una peña a la que llaman o Peiteador da Raíña que tiene forma de confesionario, con su asiento y su ventanillo, y en ella suele sentarse la reina mora mientras le peinan la trenza y le asoellan los tesoros; los cristianos podían ver la escena desde lejos pero, si se acercaban, desaparecía todo como por ensalmo. A Doroteo, el cabo de la guardia civil que gasta corsé, lo tienen acuartelado desde hace varias semanas, Doroteo se sabe de memoria largos pasajes de En Flandes se ha puesto el sol, de don Eduardo Marquina. Una mañana Mariquiña vio a una mora viejísima y de muy noble aspecto que le llamaba por su nombre.

– Mariquiña.

– Mande, señora.

– ¿Quieres catarme los piojos?

Mariquiña, como es respetuosa, le respondió,

– Sí, señora, no faltaría más.

La vieja, que era la misma reina mora del monte das Cantariñas, volvió a dirigirse a la moza,

– ¿Me das una cunca de leche?

Y Mariquiña le dijo otra vez lo de antes.

– Sí, señora, no faltaría más.

La vieja le llenó el pañuelo sin explicar de qué y le ordenó que no dijese nada a nadie y que tampoco lo mirase hasta llegar a casa y estar sentadita a la lareira y con la puerta y las ventanas cerradas. Don Claudio y doña Elvira sólo se tutean en la cama, fuera de la cama no se tratan de tú jamás ni aunque estén solos y jugando al parchís. Mariquiña cumplió cuanto le mandara la reina mora y cuando desató el pañuelo lo vio todo lleno de monedas de oro, había lo menos docena y media de monedas de oro. La madre de Mariquiña se sintió muy feliz y por más que preguntó, no supo de dónde saliera aquel caudal. Adrián Estévez, Tabeirón, nada mejor que los peces y las ranas, parece mentira que pueda nadar tan bien y aguanta debajo del agua más que nadie. Al día siguiente Mariquiña volvió al monte y se repitió la escena pero, mientras despiojaba a la reina mora, le dio la tos porque hacía mucho frío.