Capítulo doce
El jefe de la Sección económica de la G. P. U. mandó llamar a su despacho a Andrei Taganov.
La oficina estaba en el palacio de la Dirección de la G. P. U., un edificio al que no se acercaba ningún visitante y donde apenas algunos empleados tenían acceso. Los que iban hablaban en voz baja y respetuosa, y nunca acababan de sentirse tranquilos. El funcionario estaba sentado ante su escritorio. Vestía guerrera militar y pantalón muy bien planchado, calzaba botas, y tenía sobre las rodillas una pistola. Llevaba el pelo muy corto, y su cara, cuidadosamente afeitada, no delataba ninguna edad. Sonreía enseñando unos dientes cortos y anchos y unas anchas encías. Su sonrisa no era ni alegre ni expresiva; únicamente se comprendía que era una sonrisa por la contracción de los músculos de sus mejillas.
– Camarada Taganov, me han dicho que estás terminando una investigación acerca de un asunto que incumbe a la Sección económica.
– Sí -contestó Andrei.
– ¿Quién te ha dado autorización para hacerla?
– Mi calidad de miembro del Partido.
El funcionario rió, descubriendo las encías, y siguió preguntando: -¿Qué te impulsó a empezar la investigación?
– El haber encontrado una base evidente de acusación contra alguien.
– ¿Contra un miembro del Partido?
– ¿Por qué no te dirigiste inmediatamente a nosotros?
– Porque quería poder presentar un informe completo.
– ¿Estás en disposición de hacerlo?
– Sí.
– ¿Piensas presentarlo al jefe de tu sección?
– Sí.
– Te aconsejo que renuncies a este asunto, camarada -sonrió el funcionario.
– Si esto es una orden, camarada -replicó Andrei-, me permito recordarte que no eres mi jefe; si es un consejo, no lo necesito. El otro le miró en silencio, y luego dijo:
– Una disciplina estricta y una absoluta lealtad son indudablemente cualidades estimables, camarada Taganov, pero no hay que olvidar que, como dijo el camarada Lenin, un comunista debe adaptarse a la realidad. ¿Has considerado las consecuencias que puede acarrear tu informe?
– Sí.
– ¿Te parece oportuno provocar, en estos momentos, un escándalo público en el que resulte complicado un miembro del Partido?
– Me parece que quien debía haberse hecho esta reflexión es el miembro del Partido que aparecería como culpable.
– ¿Conoces mi… interés por la persona en cuestión?
– Sí.
– ¿Y esto no te lleva a modificar tu decisión?
– En lo más mínimo.
– ¿Has pensado alguna vez en que mi apoyo podría serte útil?
– No, nunca lo he pensado.
– ¿Y no crees que es una idea que merece la pena de ser tenida en consideración?
– No lo creo.
– ¿Cuánto tiempo llevas en tu cargo, camarada Taganov?
– Dos años y tres meses.
– ¿Con la misma retribución que al principio?
– Sí.
– ¿No te interesaría un ascenso?
– No.
– ¿No crees en el espíritu de asistencia mutua y de cooperación con tus camaradas del Partido?
– Sí; pero no por encima de la disciplina del Partido.
– ¿Eres fiel cumplidor de tu deber para con él?
– Sí.
– ¿Por encima de todo?
– Sí.
– ¿Cuántas veces has asistido a una asamblea de depuración?
– Tres.
– ¿Sabes que se anuncia otra para dentro de poco?
– Sí.
– ¿E insistes en presentar a tu jefe el informe en cuestión?
– Esta tarde, a las cuatro.
– Es decir, dentro de una hora y media. Está muy bien.
El funcionario miró su reloj.
– ¿Deseas algo más, camarada?
– No, camarada Taganov.
Algunos días más tarde, Andrei fue llamado a la oficina de su jefe. Este era un hombre alto y flaco, con una barba rubia en punta, y unos quevedos montados en una nariz larga y flaca. Llevaba un elegante traje marrón, como un turista extranjero. Sus manos eran largas y huesudas, y su aspecto general el de un profesor fracasado.
– Siéntate -dijo al entrar Andrei. Luego se levantó y cerró la puerta. -Camarada Taganov, te felicito.
Andrei se inclinó.
– Has hecho un trabajo excelente y has prestado al Partido un gran servicio, camarada Taganov. No hubieras podido elegir un momento más indicado. Has puesto en nuestras manos precisamente el asunto que se necesitaba. Dada la difícil situación económica que estamos atravesando y la peligrosa competencia que se manifiesta en la opinión, el Gobierno tiene interés en poder mostrar a las masas quiénes son los responsables de sus sufrimientos, y hacerlo en forma tal que nadie pueda olvidarlo. Las actividades traicioneras y contrarrevolucionarias de los especuladores que despojan a nuestros obreros de las raciones que tanto trabajo les cuestan serán llevadas ante la justicia proletaria. Es necesario que los obreron tengan presente en todo momento que los enemigos de su clase conspiran día y noche para minar las bases del único gobierno obrero que existe en el mundo, y que nuestras masas proletarias comprendan que hay que soportar con paciencia las dificultades que momentáneamente atravesamos y prestar su pleno apoyo al gobierno que lucha por su interés contra tantas dificultades como podrán verse gracias a tu importante informe. He aquí, en substancia, lo mismo que he dicho esta mañana al director de Pravda, acerca de la campaña que hemos iniciado. Este caso nos servirá para hacer un ejemplo. Para ello movilizaremos todos los periódicos, todos los centros políticos, todas las tribunas públicas. El proceso del ciudadano Kovalensky será conocido hasta el último rincón de la U. R. S. S.
– ¿El proceso de quién, camarada?
– Del ciudadano Kovalensky. ¡Ah! a propósito, camarada Taganov; aquella carta del camarada Syerov que acompaña tu informe, ¿era la única copia existente?
– Sí, camarada.
– ¿Quién la ha leído, además de ti?
– Nadie.
El jefe cruzó sus largas y flacas manos y dijo lentamente: -Camarada, olvida que leíste esa carta.
Andrei le miró, sin pronunciar una palabra.
– Es una orden del comité que ha estudiado tu informe, camarada Taganov. Con todo, te dará las explicaciones pertinentes, porque aprecio tu esfuerzo. ¿Lees los diarios, camarada Taganov?
– Sí, camarada.
– ¿Sabes lo que sucede ahora en los pueblos de nuestro país? -Sí, camarada.
– ¿Te das cuenta de lo precario del equilibrio de nuestra opinión pública? -Sí, camarada.
– Pues en este caso no será necesario que te explique por qué el nombre de un miembro del Partido debe mantenerse apartado de toda relación con un delito de actividades contrarrevolucionarias. ¿Está claro? -Perfectamente, camarada.
– Debes andar con cautela y no olvidarte de que no sabes nada en absoluto que tenga que ver con el camarada Syerov. ¿Me has comprendido?
– Perfectamente, camarada.
– El ciudadano Morozov presentará la dimisión de su cargo en el Trust de la Alimentación, por razones de salud. No se le complicará en la causa, porque esto redundaría en desprestigio del Trust de la Alimentación y provocaría una serie de comentarios inoportunos. Pero el verdadero culpable, el espíritu de la conspiración, el ciudadano Kovalensky, será detenido esta noche. ¿Te parecen bien estas decisiones, camarada Taganov?
– Mi posición no me permite aprobar ni censurar, camarada, sino únicamente recibir órdenes.
– Bien dicho, camarada Taganov. Naturalmente, el ciudadano Kovalensky es el único propietario legal de aquella tienda de comestibles; lo sabemos pertinentemente. Es un aristócrata, y ya su padre fue fusilado por actividades contrarrevolucionarias. Hace algún tiempo, se le detuvo por tentativa de salir del país; de modo que constituye un símbolo viviente de la clase que nuestras masas obreras consideran la peor enemiga del régimen soviético. Estas masas, justamente irritadas por las infinitas privaciones, las largas horas de espera ante las cooperativas, la carencia de artículos de primera necesidad, sabrán quién es el culpable de sus sufrimientos. Sabrán quién es el que asesta golpes mortales al corazón mismo de nuestra vida económica. El último descendiente de una burguesía explotadora y ávida sufrirá la pena que merecen todos los individuos de su clase.