– Has de tener razón. A lo mejor ahora entendés que a mí me canse un poco la guerra de todos mis amigos contra la familia Lombardo.
– Todos tus amigos soy yo, según creo.
– Está el viejo Gruter, y Gladys, la ayudante.
– ¿Qué tal es Gladys?
– Una rubia, alemana o inglesa, buena chica. Pero si le oye decir al viejo Gruter que la familia Lombardo es el diablo, no se queda atrás y lo repite.
– Y acierta.
– Es cansador. -Tal vez también estuviera cansado de la discusión, porque dijo: -Diste la cara para que soltaran a Lemonier.
– Exageré, para impresionar a Laura. El Viejito cayó en una redada, con muchos otros en un café, y de todas maneras iban a soltarlo, por falta de méritos.
– ¿Será verdad que quieren balearte?
– Siempre hay alguien que te quiere balear. Si estás en la policía, se entiende. ¿No llegó el giro?
– No llegó.
– Entonces, para hoy a la noche es la partida. Mañana, vida nueva.
– Voy a esperar hasta mañana.
– Hay algo que yo no dejaría para mañana. Buscar otra pensión.
– Ahora voy al laboratorio.
– Salimos juntos. Quiero comprar cigarrillos.
XL
En la puerta estaba la señora Elvira. “Siempre la encuentro cuando sale”, pensó Almanza. “Si no supiera lo de Mascardi, a lo mejor pensaba que es por mí.” La señora le sonrió. Mascardi y ella no se miraron. Almanza se levantó el cuello de la campera porque sentía un poco de frío y comentó:
– A ustedes nadie les gana en disimulo.
– Qué disimulo ni disimulo. A esa mujer no quiero verla.
– ¿Se pelearon?
Mascardi dijo que no y, cuando Almanza preguntó qué había pasado, contestó:
– Absolutamente nada.
– ¿Cómo nada, si fueron al hotelito? ¿No me digas que se echó boca abajo y se puso a llorar?
Mascardi lo miró con asombro.
– Es increíble. -Bruscamente su expresión fue de enojo y desconfianza. -¿Espiaste? ¿O ella te lo contó?
– Por favor.
– ¿Entonces?
– Una idea que tuve, nomás.
– ¿Qué idea?
– Cuando dijiste que no pasó nada, me dije “le pasó lo que a mí”.
– ¿Qué te pasó?
– Cierro la puerta y cuando me doy vuelta la encuentro tirada boca abajo, llorando en la cama. No podía creerlo.
– ¿Estás diciendo la verdad? -preguntó Mascardi.
– ¿Por qué voy a mentir?
– Es increíble.
– ¿Qué?
– Adivinaste, hermano. Por esta cruz que yo no le cuento a nadie, ni siquiera a mi amigo Nicolasito Almanza, un traspié que me deje mal parado. Pero si a los dos nos pasó lo mismo, hasta me dan ganas de echarlo a la risa. La llevo, porque a la señora se le antoja, pero después llora, no pasa nada y tengo que pagar la pieza, como un gil. ¿Te digo lo que me da más rabia? No haberla obligado a que pagara ella. ¿Vos la obligaste?
– No.
– Cortados por la misma tijera, hermano. Sonsos los dos. No se lo contemos a nadie. Que no sepan en Las Flores que dejamos el pago tan mal parado en la ciudad capital. ¿Vos creés que somos dos infelices? Yo creo que no. Para mí, somos dos tipos a la antigua. Mirá, me siento más amigo tuyo que nunca. Acompañame a comprar cigarrillos y yo te acompaño al laboratorio.
XLI
Por un rato, casi no hablaron y pensó: “Griselda es una buena chica. Yo me preparaba para una escena de celos. Lloró porque el marido la tiene asustada”. De ahí pasó a otras reflexiones. Con algún orgullo se dijo que él ya conocía el trayecto entre la pensión y el laboratorio. Se entretenía en anunciar mentalmente casas, detalles de casas, antes de que aparecieran a la vista. “Ahora viene la esquina de la cúpula”, se decía, “ahora el localcito del barbero, ahora el frente con balcones como tinas cuadradas”. Y más aún que el trayecto, conocía el barrio de las pensiones. Estaba seguro que pocos de los amigos de Las Flores podían jactarse de haber visitado la ciudad capital y, menos, de conocerla como él. “Hoy por hoy, si no me sacan de uno o dos barrios y de este recorrido, soy un platense hecho y derecho, o empiezo a serlo. Qué picardía”, se dijo, como adivinando el futuro, “si un día olvido estos conocimientos que me dan satisfacción”.
Volvieron a comentar y a comparar sus experiencias de la tarde en el hotel. Nunca lo hubieran creído: burlándose de ellos mismos, fraternizaban y se divertían. Empezó a llover. Como ya estaban cerca no se guarecieron en un zaguán, ni siquiera caminaron junto a las casas. Corriendo y entre risas el trayecto pareció más corto. Cuando llegaron, Mascardi se despidió y se fue. De pronto se preguntó Almanza: “Vino hasta acá ¿para acompañarme o para seguirme? Es una vergüenza que yo tenga esta duda”.
Al verlo, Gruter exclamó:
– Pobre chico. Mojado hasta los huesos. Gladys, le das una muda de mi ropero, para que el chico se ponga ropa seca.
Almanza no aceptó el ofrecimiento. Dijo que no tenía frío y que su ropa se iba a secar.
– ¿Puesta? -preguntó Gladys.
– Puesta -dijo.
Trabajaron en el laboratorio. Al principio lo reconfortó el calor de ese cuarto cerrado. Gruter le dijo:
– ¿Serías tan bueno de permitirle una impertinencia a un viejo?
– ¿A qué viejo?
– Al que ahora te habla.
– Lo que usted quiera, señor.
– Una pregunta, simplemente. Después del trabajo ¿dónde vas?
– A casa. A dormir.
– Menos mal.
– ¿Por qué menos mal, señor?
– Pensé que de aquí marchabas a ver a una de tus amigas. De la familia ésa que no te suelta.
– Con el debido respeto, las hermanas Lombardo son buena gente.
– Puede ser. De todos modos, no olvidemos que sin contar las Lombardo, en el mundo hay infinidad de cosas y que para conocerlas tenemos una sola vida. Ya sé que la otra, la que viene después, vale más, mucho más; pero no es de este mundo.
– No estoy seguro de entender.
– Lo que te digo es bastante claro. Si la principal ocupación de tu vida es acostarte con mujeres, vas a perder una porción de cosas.
– Ante todo, señor, está el trabajo y doy cumplimiento, como puede apreciarlo por mis fotos. No serán buenas, pero me esmero y son muchas.
– Muchas y buenas. Tienes vocación.
– Mejor así, ¿no?
– Claro, pero no hay que desperdiciarla. Te prevengo: la vida pasa pronto y estás en una edad peligrosa. Hasta los treinta, la gente no hace más que fornicar.
– ¿Y después?
– Nada cambia. Leí no sé dónde que la vida se compone de nacer, fornicar y morir. El resto no sería más que yugo, para ganar el sustento, y representación (la llamada cultura), un teatro para quedar bien ante los otros y uno mismo.
– Yo fotografío, señor.
– A eso voy. Cuando uno fotografía así -exclamó Gruter, mostrando una ampliación en que la plaza Moreno, al rayo del sol, parecía nevada y fantasmagórica-, tiene algo que cuidar.
– No me va a pasar nada.
– Está bien, pero no seas tan confiado. ¿Nunca te sucedió de avanzar por la oscuridad en un lugar que conoces perfectamente y de pronto extraviarte?
– Me sucedió; ¿qué tiene que ver?
– Tiene mucho que ver. A lo mejor te cuesta creerme: esas Lombardo me preocupan. Apostaría que no piensas demasiado en el mal.
– Es posible. Me dicen que no soy rencoroso.
– Ya me estás confundiendo, pero sigamos. No bien te mueras vas a encontrarte en un sueño como el de cualquier noche.
– Le digo la verdad: eso no me gusta. Pero usted ¿cómo lo sabe?
– Habrás oído, quiero creer, que el alma es inmortal. Aunque entierren tu cuerpo el alma sigue viviendo. Para prepararnos a esa vida soñamos. No busques. No hay otra explicación para los sueños. Son anticipos. Con una diferencia, es claro: tienen despertar.
– Casi nada la diferencia. Le juro que no le miento: lo que usted pinta no me gusta.
– No temas. Todo depende de tu voluntad. El sueño de la muerte no tiene por qué ser una pesadilla.