– Tu conflicto es muy natural -dijo-. Y créeme. No lo exacerbo tanto. No soy así. Tengo algunas historias que contarte de lo que mi maestro, el nagual Julián, me hacía. Lo detestaba desde el fondo de mi ser. Yo era muy joven, y veía cómo lo adoraban las mujeres, se le entregaban como nada, y cuando yo quería saludarlas se volvían hacia mí como leonas, listas para arrancarme la cabeza. Me odiaban y lo amaban. ¿Cómo crees que me sentía?
– ¿Cómo resolvió ese conflicto, don Juan? -pregunté con algo más que interés.
– No resolví nada -declaró- Eso, el conflicto o lo que fuera, era el resultado de la batalla entre mis dos mentes. Cada uno de nosotros, como seres humanos, tenemos dos mentes. Una es totalmente nuestra, y es como una voz débil que siempre nos trae orden, propósito, sencillez. La otra mente es la instalación foránea. Nos trae conflicto, dudas, desesperanza, auto-afirmación.
Mi fijación sobre mis propias concatenaciones mentales era tan intensa que se me fue por completo de lo que me decía don Juan. Podía claramente recordar cada una de sus palabras, pero no tenían sentido alguno. Don Juan, muy calmadamente, y con la mirada fija en mis ojos, repitió lo que acababa de decir. Yo todavía era incapaz de aprehender lo que quería decir. No podía enfocarme en sus palabras.
– Por alguna extraña razón, don Juan, no puedo enfocarme en lo que me está diciendo -le dije.
– Comprendo perfectamente -me dijo sonriendo abiertamente- y tú también lo comprenderás, y a la vez resolverás el conflicto de que si me quieres o no, el día en que dejes de ser el yo-yo centro del mundo.
»Entretanto -continuó-, dejemos el tema de las dos mentes y regresemos a la idea de preparar tu álbum de sucesos memorables. Debo añadir que tal álbum es un ejercicio de disciplina e imparcialidad. Considera este álbum como un acto de guerra.
La afirmación de don Juan -que mi conflicto de querer o no querer verlo iba a terminar cuando abandonara mi egocentrismo- no era solución para mí. De hecho, la afirmación me enfadó más; mi frustración creció. Y cuando le oí decir que el álbum era un acto de guerra, lo ataqué con todo mi veneno.
– La idea de que ésta es una colección de sucesos es ya bastante difícil de comprender -le dije en tono de protesta-, pero además, el llamarle un álbum y decir que tal álbum es un acto de guerra es demasiado. Es demasiado oscuro. Eso hace que la metáfora pierda su significado.
– ¡Qué raro! Para mí es lo opuesto -contestó don Juan con mucha calma-. Que tal álbum sea un acto de guerra tiene todo el significado del mundo para mí. No quisiera que mi álbum de sucesos memorables fuera ninguna otra cosa que un acto de guerra.
Quería seguir con mi opinión y explicarle que sí comprendía la idea de un álbum de sucesos memorables. A lo que me oponía era a la manera confusa en que me lo describía. En aquellos tiempos, me consideraba un defensor de la claridad y del funcionalismo en el uso del lenguaje.
Don Juan no hizo ningún comentario sobre mi humor bélico. Simplemente asintió como si estuviera totalmente de acuerdo conmigo. Después de un rato, o se me había acabado toda la energía, o me llegó una tremenda oleada. De pronto, sin ningún esfuerzo por parte mía, me di cuenta de lo inútil de mis arranques. Me sentí terriblemente avergonzado.
– ¿Qué cosa se apodera de mí para comportarme de tal manera? -le pregunté a don Juan muy sinceramente. Me encontraba, en aquel instante, totalmente confuso. Estaba tan aturdido por mi realización que sin ninguna voluntad por mi parte, empecé a llorar.
– No te preocupes por detalles absurdos -me dijo don Juan para tranquilizarme-. Cada uno de nosotros, hombre o mujer, es así.
– ¿Quiere usted decir, don Juan, que somos mezquinos y contradictorios por naturaleza?
– No, no somos mezquinos y contradictorios por naturaleza -contestó-. Nuestras mezquindades y contradicciones son, más bien, el resultado de un conflicto trascendental que nos afecta a cada uno de nosotros, pero del cual sólo los chamanes tienen dolorosa y desesperadamente conciencia; el conflicto entre nuestras dos mentes.
Don Juan me escudriñó; sus ojos eran negros como dos pedazos de carbón.
– Me habla y me habla de las dos mentes -le dije-, pero mi cerebro no guarda lo que me está diciendo. ¿Por qué?
– Ya sabrás el porqué en su debido momento -dijo-. Por ahora, basta que te repita lo que te he dicho anteriormente acerca de nuestras dos mentes. Una es nuestra mente verdadera, el producto de las experiencias de nuestra vida, la que raras veces habla porque ha sido vencida y sometida a la oscuridad. La otra, la mente que usamos a diario para todo lo que hacemos, es la instalación foránea.
– Creo que el quid del asunto es que el concepto de que la mente es una instalación foránea es tan raro que mi mente se rehúsa a tomarlo en serio -dije, sintiendo que había descubierto algo nuevo.
Don Juan no hizo ningún comentario a lo que había dicho. Continuó con su explicación sobre las dos mentes como si no hubiera dicho nada.
– Resolver el conflicto entre las dos mentes es una cuestión de intentarlo -dijo-. Los chamanes llaman al intento cuando pronuncia la palabra intento en voz fuerte y clara. El intento es una fuerza que existe en el universo. Cuando los chamanes llaman al intento, les llega y les prepara el camino para sus logros, lo cual quiere decir que los chamanes siempre logran lo que se proponen.
– ¿Quiere usted decir, don Juan, que los chamanes siempre consiguen todo lo que quieren, aunque sea algo mezquino y arbitrario? -le pregunté.
– No, no es eso lo que quiero decir. Se puede llamar al intento para cualquier cosa -contestó-, pero los chamanes han descubierto a las duras que el intento sólo viene para algo que es abstracto. Ésa es la válvula de seguridad de los chamanes; de otra manera, serían insoportables. En tu caso, llamar al intento para resolver el conflicto entre tus dos mentes, no es una cuestión ni mezquina ni arbitraria. Todo lo contrario; es un asunto etéreo y abstracto, y a la vez es tan vital para ti como te puedas imaginar.
Don Juan hizo una pausa; entonces volvió al tema del álbum.
– Mi propio álbum, siendo acto de guerra, exigió una selección de muchísimo cuidado -dijo-. Es ahora una colección precisa de los momentos inolvidables de mi vida, y de todo lo que me condujo a ellos. He concentrado en él, todo lo que fue y lo que será significativo para mí. A mi parecer, el álbum de un guerrero es algo muy concreto, algo tan acertado que acaba con todo.
No tenía yo ninguna idea de lo que don Juan quería, y a la vez, lo comprendía a la perfección. Me aconsejó que me sentara solo y dejara que mis pensamientos, ideas y recuerdos me llegaran libremente. Recomendó que hiciera un esfuerzo por dejar que mi voz interior hablara y me dijera qué seleccionar. Don Juan me dijo entonces que me metiera en la casa y me acostara sobre una cama que había allí. Estaba construida de cajas de madera y docenas de costales que me servían de colchón. Me dolía todo el cuerpo, pero cuando me acosté sobre aquella cama, me sentí verdaderamente cómodo.
Tomé sus sugerencias a pecho y empecé a pensar acerca de mi pasado, buscando sucesos que me habían marcado. Muy pronto me di cuenta de que mi aseveración de que cada suceso de mi vida había tenido significado era una tontería. Al tratar de recordar, me di cuenta de que ni sabía dónde empezar. Cruzaban por mi mente interminables recuerdos y pensamientos disociados acerca de sucesos, pero no podía decidir si habían sido significativos para mí. Mi impresión era que nada había tenido ninguna importancia. Parecía que había pasado la vida como cadáver, con la facultad de caminar y hablar, pero sin poder sentir nada. Sin la menor concentración para seguir con el tema ni llevarlo más allá de un débil intento, lo dejé y me dormí.