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Carlos Castaneda

El Lado Activo Del Infinito

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Este libro está dedicado a los dos hombres que me dieron el ímpetu y las herramientas para llevar a cabo trabajo de campo antropológico: el profesor Clement Meighan y el profesor Harold Garfinkel. Siguiendo sus sugerencias, me sumergí en una situación de trabajo de campo de la cual nunca salí. Si no logré satisfacer el espíritu de sus enseñanzas, así sea. No pude evitarlo. Una fuerza mayor, que los chamanes llaman el infinito, me tragó antes de que pudiera formular propuestas claras en el campo de las ciencias sociales.

PREFACIO

SINTAXIS

Un hombre mirando fijamente sus ecuaciones dijo que el universo tuvo un comienzo.

Hubo una explosión, dijo.

Un estallido de estallidos, y el universo nació.

Y se expande, dijo.

Había incluso calculado la duración de su vida: diez mil millones de revoluciones de la Tierra alrededor del Sol.

El mundo entero aclamó;

hallaron que sus cálculos eran ciencia.

Ninguno pensó que al proponer que el universo comenzó,

el hombre había meramente reflejado la sintaxis de su lengua madre;

una sintaxis que exige comienzos, como el nacimiento, y desarrollos, como la maduración,

y finales, como la muerte, en tanto declaraciones de hechos.

El universo comenzó,

y está envejeciendo, el hombre nos aseguró,

y morirá, como mueren todas las cosas,

como él mismo murió luego de confirmar matemáticamente

la sintaxis de su lengua madre.

LA OTRA SINTAXIS

¿El universo, realmente comenzó?

¿Es verdadera la teoría del Gran Estallido?

Éstas no son preguntas, aunque suenen como si lo fueran.

¿Es la sintaxis que requiere comienzos, desarrollos y finales en tanto declaraciones de hechos, la única sintaxis que existe?

Ésa es la verdadera pregunta.

Hay otras sintaxis.

Hay una, por ejemplo, que exige que variedades de intensidad sean tomadas como hechos.

En esa sintaxis, nada comienza y nada termina;

por lo tanto, el nacimiento no es un suceso claro y definido,

sino un tipo específico de intensidad,

y asimismo la maduración, y asimismo la muerte.

Un hombre de esa sintaxis, mirando sus ecuaciones, halla

que ha calculado suficientes variedades de intensidad para decir con autoridad

que el universo nunca comenzó

y nunca terminará,

pero que ha atravesado, atraviesa, y atravesará

infinitas fluctuaciones de intensidad.

Ese hombre bien podría concluir que el universo mismo

es la carroza de la intensidad

y que uno puede abordarla

para viajar a través de cambios sin fin.

Concluirá todo ello y mucho más,

acaso sin nunca darse cuenta

de que está meramente confirmando

la sintaxis de su lengua madre.

INTRODUCCIÓN

Este libro es una colección de los sucesos memorables de mi vida. Los coleccioné siguiendo la recomendación de don Juan Matus, un chamán yaqui de México, el cual como maestro se esforzó durante trece años en hacerme accesible el mundo cognitivo de los brujos que vivieron en México en tiempos antiguos. La sugerencia de don Juan de que yo reuniera esta colección de sucesos memorables, la hizo casualmente, como si se le hubiera ocurrido en ese momento. Ése era el estilo de enseñanza de don Juan. Encubría la importancia de ciertas maniobras detrás de lo mundano. Escondía, de esta manera, la punzada de la finalidad, presentándolas como algo que no difería de ninguna de las preocupaciones de la vida cotidiana.

Don Juan me reveló con el paso del tiempo que los chamanes del México antiguo habían concebido esta colección de sucesos memorables como una auténtica estratagema para remover reservas de energía que existen dentro del ser. Explicaban que estas reservas estaban compuestas de energía que tiene origen en el cuerpo mismo y que es desplazada por las circunstancias de nuestra vida cotidiana hasta quedar fuera del alcance. En ese sentido, esta colección de sucesos memorables era para don Juan, y para los chamanes de su linaje, el medio para redistribuir su energía inutilizada.

El requisito previo para esta colección era el acto genuino, llevado a cabo con todo el ser, de reunir la suma total de las emociones y las comprensiones de uno, sin dejar nada omiso. Según don Juan, los chamanes de su linaje estaban convencidos de que la colección de sucesos memorables era el vehículo para el ajuste emocional y energético necesario para aventurarse, en términos de percepción, a lo desconocido.

Don Juan describió la meta total del conocimiento chamánico que él manejaba como la preparación para enfrentarse al viaje definitivo, el viaje que todo ser humano tiene que emprender al final de su vida. Dijo que a través de su disciplina y resolución, los chamanes eran capaces de retener su conciencia y propósito individuales después de la muerte. Para ellos, el estado idealista y vago que el hombre moderno llama «la vida después de la muerte» es una región concreta repleta de asuntos prácticos de un orden diferente al de los asuntos prácticos de la vida cotidiana, y que sin embargo tienen una practicalidad funcional semejante. Don Juan consideraba que coleccionar los sucesos memorables en sus vidas era para los chamanes la preparación para entrar en esa región concreta que llamaban el lado activo del infinito.

Estábamos don Juan y yo conversando una tarde bajo su ramada, una estructura abierta construida de varas delgadas de bambú. Parecía un pórtico con techo que protegía un poco del sol, pero no de la lluvia. Había unas cajas fuertes y pequeñas, de esas que se utilizan para envíos de carga, que servían de bancas. Sus etiquetas de carga estaban desteñidas y parecían ser más de adorno que de identificación. Yo estaba sentado sobre una de ellas. Estaba reclinado con la espalda contra la pared frontal de la casa. Don Juan permanecía sentado en otra caja, reclinado contra una de las varas que servían de soporte a la ramada. Yo acababa de llegar hacía cinco minutos. Había sido un viaje en coche de todo un día, en un clima húmedo y caluroso. Estaba nervioso, inquieto y sudado.

Don Juan empezó a hablarme en cuanto me encontré cómodamente sentado sobre la caja. Con una amplia sonrisa, me comentó que la gente gorda casi nunca sabe combatir la gordura. La sonrisa que jugaba en sus labios me daba la impresión de que no se estaba haciendo el chistoso. Me estaba indicando, de la manera más indirecta y directa a la vez, que yo estaba gordo.

Me puse tan nervioso que volqué la caja en que estaba sentado y mi espalda golpeó con fuerza la delgada pared de la casa. El impacto sacudió la casa hasta sus cimientos. Don Juan me echó una mirada inquisitiva, pero en vez de preguntarme si estaba bien, me aseguró que no había dañado la casa. Entonces, en tono muy comunicativo, me explicó que esa casa era una vivienda provisional, que en realidad él vivía en otra parte. Cuando le pregunté dónde vivía, se me quedó mirando. No era una mirada de enojo; era más bien para disuadir preguntas inoportunas. No comprendí lo que quería. Estaba a punto de volver a hacer la misma pregunta cuando me detuvo.

– Aquí no se hacen preguntas de esa naturaleza -me dijo con firmeza-. Pregunta lo que quieras de procedimientos o de ideas. Cuando esté listo para decirte dónde vivo, si es que sucede alguna vez, te lo diré sin que me lo preguntes.

Instantáneamente me sentí rechazado. Sin querer, me enrojecí. Estaba completamente ofendido. La risotada de don Juan empeoró mi disgusto. No sólo me había rechazado, me había insultado y luego se había reído de mí.