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Sus palabras fueron como una orden hipnótica para mí. Contra mi voluntad, empecé a reír. Nunca había estado tan feliz. Me sentí libre, desenmascarado.

– Cuéntate la historia de Jorge Campos una y otra vez -dijo don Juan-. Vas a encontrar incontables riquezas en ella. Cada detalle es parte de un mapa. Es parte de la naturaleza del infinito, una vez que cruzamos cierto umbral, el poner delante de nosotros un esquema.

Me escudriñó un largo rato. No sólo me miró, sino que fijó la vista intensamente en mí.

– Un hecho que Jorge Campos no pudo evitar -dijo finalmente-, fue el ponerte en contacto con el otro hombre, Lucas Coronado, que es tan significativo para ti como el mismo Jorge Campos, quizás aún más.

En el curso de recontar la historia de esos dos hombres, me había dado cuenta de que había pasado más tiempo con Lucas Coronado que con Jorge Campos; sin embargo, nuestros intercambios no habían sido tan intensos y habían estado marcados por enormes lagunas de silencio. Lucas Coronado no era por naturaleza un hombre locuaz y, por alguna extraña maniobra, cuando estaba silencioso lograba arrastrarme con él a ese estado.

– Lucas Coronado es la otra parte de tu mapa-dijo don Juan-. ¿No encuentras raro que sea escultor, como tú, un artista super-sensible que, como tú en cierto momento, buscaba alguien que patrocinara su arte? Buscaba un benefactor, tal como tú buscabas una mujer amante de las artes que patrocinara tu creatividad.

Entré en otro estado de lucha aterradora. Esta vez mi lucha era entre la absoluta certeza de que nunca le había hablado de ese aspecto de mi vida, el hecho de que era verdad, y el hecho de que no podía dar con la explicación de cómo había obtenido esa información. Otra vez quise marcharme. Pero nuevamente el impulso fue vencido por una voz que venía de un lugar profundo. Sin ninguna ayuda de don Juan, empecé a reírme. A una parte de mí, a un nivel muy profundo, le importaba un pepino saber cómo don Juan había conseguido esa información. El hecho que la poseía, y que la había utilizado de manera tan delicada y a la vez tan confabulante, era una maniobra que daba gusto ver. No era de ninguna consecuencia que la parte superficial en mí se enojara y quisiera marcharse.

– Muy bien -dijo don Juan dándome una palmadita fuerte en la espalda-, muy bien.

Se quedó pensativo por un momento como si acaso estuviera viendo cosas invisibles al ojo ordinario.

– Jorge Campos y Lucas Coronado son los dos extremos de un eje -dijo-. Ese eje eres tú: en un extremo, un mercenario despiadado, desvergonzado y burdo que se encarga sólo de sí mismo; horrendo pero indestructible. En el otro extremo, un artista super-sensible, atormentado, débil y vulnerable. Éste debería haber sido el mapa de tu vida, si no fuera por la aparición de otra posibilidad, la que se abrió cuando cruzaste el umbral del infinito. Me buscaste y me encontraste; y entonces, cruzaste el umbral. El intento del infinito me dijo que buscara a alguien como tú. Te encontré, cruzando también así el umbral.

Con eso terminó la conversación. Don Juan entró entonces en uno de sus largos períodos de silencio total que eran su costumbre. Fue sólo al final del día, cuando habíamos regresado a su casa y mientras estábamos sentados bajo la ramada, refrescándonos de la larga caminata que habíamos hecho, que rompió el silencio.

– Al contar lo que pasó entre tú y Jorge Campos, y tú y Lucas Coronado -siguió don Juan- hallé, y espero que tú también, un factor muy perturbador. Para mí es un augurio. Señala el final de una era, lo que significa que lo que está allí no puede quedarse. Elementos muy frágiles te trajeron hasta mí. Ninguno de ellos podría mantenerse por sí mismo. Eso es lo que saqué de tu cuento.

Recordé que don Juan me había revelado un día que Lucas Coronado estaba mortalmente enfermo. Tenía un estado de salud que lentamente lo consumía.

– Le he mandado a decir a través de mi hijo, Ignacio, lo que tiene que hacer para curarse -siguió don Juan-, pero él cree que es una tontería y no quiere saber nada. No es culpa de Lucas. La raza humana entera no quiere saber nada. Oyen solamente lo que quieren oír.

Me acordé que le había insistido a don Juan que me dijera qué podía decirle a Lucas Coronado para ayudarlo a aliviar el dolor y la angustia mental. No sólo don Juan me lo dijo, sino que me advirtió que si Lucas Coronado lo quería, fácilmente podría sanarse él mismo. Sin embargo, cuando fui con el recado de don Juan, Lucas Coronado me miró como si estuviera loco. Luego pasó a hacer una brillante (y si hubiera sido yo yaqui horriblemente ofensiva) descripción de un hombre aburridísimo por la infundada insistencia de alguien. Pensé que sólo un yaqui podía ser tan sutil.

– Esas cosas no me ayudan -dijo finalmente en tono desafiante, enojado por mi falta de sensatez-. En verdad, no importa. Todos tenemos que morir. Pero no vayas a creer que he perdido toda esperanza. Voy a conseguir dinero del banco del gobierno. Me van a dar dinero por avanzado sobre mi cosecha y voy a conseguir suficiente para comprar algo que me va a sanar, ipso facto. Se llama Vi-ta-mi-nol.

– ¿Qué es Vitaminol? -le había preguntado.

– Es algo que anuncian por la radio -dijo con la inocencia de un niño-. Cura todo. Se recomienda para personas que no comen diariamente carne, pescado o carne de ave. Se recomienda para personas como yo, que apenas podemos mantener juntos el cuerpo y el alma.

En mi avidez por ayudar a Lucas Coronado, cometí uno de los errores más graves imaginables en una sociedad de gente tan hipersensible como los yaquis. Ofrecí darle el dinero para comprar su Vitaminol. Su fría mirada me reveló a qué grado lo había herido. Mi error fue imperdonable. Muy calladamente, Lucas Coronado me dijo que tenía los recursos económicos para comprarse su propio Vitaminol.

Regresé a la casa de don Juan. Quería llorar. Mi avidez me había traicionado.

– No gastes tu energía preocupándote por tales cosas -dijo don Juan fríamente-. Lucas Coronado está preso dentro de un ciclo vicioso, pero también lo estás tú. Y lo están todos. Él tiene su Vitaminol, que confianzudamente cree que le va a sanar todo y resolver todos sus problemas. En este momento, no tiene con qué comprarlo, pero con el tiempo, tiene grandes esperanzas de poder hacerlo. -Don Juan me escudriñó con sus ojos brillantes-. Te dije que los actos de Lucas Coronado eran el mapa de tu vida -dijo- Créemelo que lo son. Lucas Coronado te señaló el Vitaminol y lo hizo tan poderosa y dolorosamente, que te hirió y te hizo llorar.

Don Juan dejó de hablar. Fue una larga y muy eficaz pausa.

– Y no me digas que no entiendes lo que te estoy diciendo -me dijo-. De una manera u otra, todos tenemos nuestra propia versión de Vitaminol.

¿QUIÉN ERA JUAN MATUS, EN REALIDAD?

El segmento de la historia de mi encuentro con don Juan que él no quería oír, tenía que ver con los sentimientos e impresiones que sentí al entrar, ese día fatal, a su casa; el contradictorio choque entre mis expectativas y la realidad de la situación, y el efecto que un racimo de las ideas más extravagantes que jamás he tenido causó en mí.

– Eso es más bien una confesión que una narración de sucesos -me dijo una vez, cuando intenté contárselo.

– No puede estar más errado, don Juan -empecé, pero me detuve. Algo en su mirada me dijo que él tenía razón. Lo que yo dijera parecería halago, adulación. Lo que pasó durante nuestro primer verdadero encuentro, sin embargo, fue de una importancia trascendental para mí, un suceso de consecuencias finales.

Durante mi primer encuentro con don Juan, en la estación de autobuses de Nogales, Arizona, algo de una naturaleza extraordinaria me sucedió, pero estaba camuflado por mis preocupaciones con la presentación del yo. Quería causarle una fuerte impresión a don Juan, y al intentarlo, había enfocado toda mi atención en el acto de venderme, por decirlo así. Sólo después de meses sucedió que un residuo extraño de sucesos olvidados empezó a aparecer.