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XIII. LA COMPLEJIDAD DEL ENSUEÑO

Don Juan, al comenzar la tarea de introducirme en la segunda atención, dijo que ya tenía bastante experiencia en entrar en ella. Silvio Manuel me había llevado justo hasta la entrada. La falla había residido en que no se me dieron los raciocinios apropiados. A los guerreros se les debe dar serias razones antes de que puedan aventurarse sin peligros en lo desconocido. Las guerreras no están sujetas a esto y pueden entrar en ello sin ningún titubeo, siempre y cuando tengan confianza total en quien las guía.

Me dijo que yo tenía que empezar primero por aprender la complejidad del ensueño. Me puso entonces bajo la supervisión de Zuleica. Me exhortó a que fuera impecable y practicara con meticulosidad todo lo que hubiera aprendido, y, sobre todo, me pidió que fuese cuidadoso y deliberado en mis acciones para que no agotara en vano mi fuerza viviente. Dijo que el prerrequisito de entrada a cualquiera de las tres fases de la atención es poseer fuerza viviente, porque sin ella los guerreros no pueden tener dirección ni propósito. Me explicó que al morir, nuestra conciencia también entra en la tercera atención, pero sólo por un instante, como una acción catártica, justo antes de que el Águila la devore.

La Gorda decía que el nagual Juan Matus hizo que cada uno de los aprendices aprendiera a ensoñar. Ella creía que a todos ellos se les había dado esta tarea al mismo tiempo que a mí. La instrucción que se les dio fue dividida también en derecha e izquierda. Dijo que el nagual y Genaro les proporcionaron instrucción del lado derecho, para el estado de conciencia normal. Cuando juzgaron que los aprendices estaban listos, el nagual los hizo cambiar a un estado de conciencia acrecentada y los dejó con sus respectivas contrapartes. Vicente le enseñó a Néstor, Silvio Manuel fue el maestro de Benigno, Genaro instruyó a Pablito, Lidia tuvo como maestra a Hermelinda, y Rosa, a Nélida. La Gorda agregó que Josefina y ella fueron puestas al cuidado de Zuleica para que juntas aprendieran los aspectos más delicados del ensoñar y así pudieran llegar a ayudarme algún día.

Además, la Gorda dedujo por su propia cuenta que los tres Genaros también fueron llevados con Florinda para aprender el acecho. La prueba de esto era su drástico cambio de conducta. La Gorda me dijo que ella sabía, aun desde antes de recordar nada, que alguien le enseñó los principios de acechar, pero de una manera muy superficial; no se le hizo practicar, mientras que a los hombres se les dieron conocimientos prácticos y tareas. El cambio de conducta de ellos era la prueba. Se volvieron más alegres y joviales. Disfrutaban sus vidas, en tanto que ella y las demás mujeres, a causa de su ensoñar, se volvieron cada vez más sombrías y malhumoradas.

La Gorda creía que los Genaros no pudieron recordar su instrucción, cuando yo les pedí que me revelaran sus conocimientos del arte de acechar, porque lo practicaban sin saber que lo estaban haciendo. Sin embargo, su destreza salía a la luz en sus tratos con la gente. Eran artistas consumados en torcer la voluntad de quien fuera y de salirse siempre con la suya. A través de las prácticas de acechar, los Genaros hasta habían aprendido el desatino controlado. Por ejemplo, se comportaban como si Soledad fuera la madre de Pablito. Para cualquier observador, parecería que eran madre e hijo incitándose a pelear el uno contra el otro, cuando en realidad los dos estaban representando un papel. Convencían a cualquiera. En ocasiones Pablito daba tales representaciones que hasta se convencía a si mismo.

La Gorda me confió que todos ellos se hallaban más que asombrados ante mi conducta. No sabían si yo estaba loco o si era un maestro del desatino controlado. Yo daba todas las indicaciones externas de tomar en serio sus dramatizaciones. Soledad les dijo que no se engañaran, porque en verdad yo estaba loco. Parecía estar en control, pero me hallaba tan completamente aberrado que no podía comportarme como nagual. Ella encomendó a cada una de las mujeres que me propinara un golpe mortal. Les dijo que yo mismo lo había pedido en un momento en que me hallaba en control de mis facultades.

La Gorda me contó que le costó varios años, bajo la guía de Zuleica, para aprender a ensoñar. Cuando el nagual Juan Matus juzgó que ella era ya una experta, finalmente la llevó con su verdadera contraparte, Nélida. Fue Nélida quien le enseñó cómo comportarse en el mundo. La preparó no sólo para que supiera cómo vestirse bien, sino también para que tuviera donaire.

De esa manera, cuando se puso su ropa nueva en Oaxaca y me dejó azorado con su encanto y elegancia, ya tenía experiencia en esa transformación.

En mi caso, Zuleica fue muy efectiva como guía hacia la segunda atención. Insistió en que nuestra tarea tuviera lugar solamente en la noche, y en la oscuridad absoluta. Para mí, Zuleica sólo era una voz en las tinieblas, una voz que iniciaba todos los contactos que tuvimos, diciéndome que concentrara mi atención en sus palabras y nada más. Su voz era la voz femenina que la Gorda creía haber oído en ensueños.

Zuleica me dijo que si se va a ensoñar dentro de la casa, lo mejor es hacerlo en la oscuridad total, estando uno acostado o sentado en una cama estrecha, o, mejor aún, sentado dentro de una cuna con forma de ataúd. En el campo abierto, el ensueño debería de hacerse en la protección de una caverna, en las áreas arenosas de manantiales secos, o sentado con la espalda contra una roca en las montañas: jamás en el suelo plano de un valle, ni junto a ríos o lagos o el mar, ya que las zonas planas; al igual que el agua, eran antitéticas a la segunda atención.

Cada una de mis sesiones con ella estuvo empapada de misterio. Me explicó que la manera más segura de acertar un golpe directo en la segunda atención es a través de actos rituales: cantos monótonos e intrincados movimientos repetitivos.

Sus enseñanzas no fueron acerca de los principios del arte de ensoñar, que ya me habían sido revelados por don Juan. Zuleica decía que para tenerla a ella como maestra uno tenía que saber cómo ensoñar, para así dejarla libre a que tratara exclusivamente con las cuestiones esotéricas de la conciencia del lado izquierdo.

Las instrucciones de Zuleica se iniciaron un día en que don Juan me llevó a su casa. Llegamos a mediados de la tarde. El sitio parecía desierto, aunque la puerta de enfrente se abrió cuando nos acercamos a ella. Yo esperaba que Zoila o Marta aparecieran, pero no había nadie en la entrada. Sentí que quien fuera el que abrió la puerta, se alejó con gran rapidez. Don Juan me llevó adentro del patio y me hizo sentar en una caja de madera que tenía un cojín y que había sido convertida en banca. El asiento de la caja era duro y muy incómodo. Desplacé mi mano por debajo del delgadísimo cojín y encontré un puñado de piedras filosas. Don Juan me dijo que mi situación era poco convencional porque yo tenía que aprender las cuestiones más delicadas del ensoñar a toda prisa. Sentarme en una superficie dura era una manera de evitar que mi cuerpo sintiera que se hallaba en una situación normal. Unos cuantos minutos antes de llegar a la casa, don Juan me hizo cambiar de niveles de conciencia. Me dijo que la instrucción de Zuleica tenía que ser conducida en un estado de conciencia acrecentada para que yo pudiese tener la rapidez que se requería. Me ordenó que me quedara tranquilo y que confiara implícitamente en Zuleica. Después me mandó que fijara mi atención, con toda la fuerza de que fuera capaz, y que memorizara todos los detalles del patio que se hallaban dentro de mi campo de visión. Insistió en que yo tenía que memorizar cada detalle al igual que la sensación de estar sentado allí. Me repitió sus instrucciones para estar seguro de que yo había entendido. Después se fue.