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Para nuestro primer no-hacer, Silvio Manuel construyó una enorme caja de madera donde cabíamos la Gorda y yo, si nos sentábamos espalda contra espalda con las rodillas hacia arriba. La caja tenía una tapa de enrejado para permitir la ventilación. La Gorda y yo teníamos que entrar en ella y sentarnos en total oscuridad y silencio, sin quedarnos dormidos. Silvio Manuel empezó dejándonos entrar en la caja por breves periodos; después los aumentó, conforme nos acostumbrábamos al procedimiento, hasta que pudimos pasar la noche entera dentro de ella sin movernos ni dormitar.

La mujer nagual se quedaba con nosotros para asegurarse de que no cambiásemos de niveles de conciencia a causa de la fatiga. Silvio Manuel decía que la tendencia natural, bajo condiciones de esfuerzo y tensión desacostumbrados, es cambiar del estado de conciencia acrecentada al normal, y viceversa.

El efecto general de este no-hacer, cada vez que lo llevábamos a cabo, era una sensación inigualable de tranquilidad, de descanso, lo cual era un completo enigma para mí, ya que jamás nos quedamos dormidos durante esas vigilias de toda la noche. Atribuí esa sensación de tranquilidad al hecho de que nos hallábamos en un estado de conciencia acrecentada, pero Silvio Manuel dijo que una cosa nada tenía que ver con la otra, y que la sensación de descanso se debía a que nos sentábamos con las rodillas arriba.

En el segundo no-hacer, Silvio Manuel nos hacía tender en el suelo en nuestro lado izquierdo, como perros hechos ovillo, casi en una posición fetal, con las frentes sobre los brazos doblados. Silvio Manuel insistió en que conserváramos los ojos cerrados lo más que pudiéramos, abriéndolos tan sólo cuando nos indicaba que cambiáramos de posición y que nos tendiéramos en el lado derecho. Nos explicó que el propósito de este no-hacer era separar a nuestro, sentido del oído del de la vista. Como antes, Silvio Manuel gradualmente incrementó la duración de las sesiones hasta que pudimos pasar toda la noche en una vigilia auditiva. Silvio Manuel nos dijo que estábamos para entonces listos para entrar a otra área de actividad. Nos explicó que en los dos primeros no-haceres habíamos roto cierta barrera perceptual mientras estábamos pegados al suelo. A manera de analogía, comparaba a los seres humanos con árboles. Somos árboles móviles. De alguna manera nos hallamos arraigados a la tierra; nuestras raíces son transportables, pero eso no nos libera del suelo. Dijo que para establecer el equilibrio teníamos que llevar a cabo el tercer no-hacer suspendidos en el aire. Si lográbamos canalizar nuestro intento mientras permanecíamos colgados de un árbol dentro de un arnés de cuero, podríamos hacer un triángulo con nuestro intento; la base de este triángulo se hallaba en el suelo y el vértice en el aire. Silvio Manuel creía que con los dos primeros no-haceres habíamos almacenado nuestra atención a tal punto, que podríamos ejecutar el tercero perfectamente desde el comienzo.

Una noche, Silvio Manuel nos puso a la Gorda y a mí en dos arneses separados que eran como sillas de correas; nos sentamos en ellos y él nos suspendió con una polea hasta la rama más alta y gruesa de un árbol muy grande. Quería que prestáramos atención a la conciencia del árbol, que, según él, nos daría señales, ya que éramos sus huéspedes. Hizo que la mujer nagual se quedara en el suelo y nos llamara en voz alta, una y otra vez, durante toda la noche.

Mientras nos hallábamos suspendidos del árbol, en las innumerables veces en que llevamos a cabo este no-hacer, experimentábamos un glorioso diluvio de sensaciones físicas, como tibias cargas de impulsos eléctricos. Durante los tres primeros de los cuatro intentos que realizamos, era como si el árbol protestara por nuestra intrusión; después de eso, los impulsos se convirtieron en señales de paz y equilibrio. Silvio Manuel nos dijo que la conciencia de un árbol atrae su alimento de las profundidades de la tierra, en tanto que la conciencia de las criaturas móviles la atrae de la superficie. No hay sensación de contienda o rivalidad en un árbol, mientras que en los seres móviles esa sensación los llena por completo.

Silvio Manuel planteaba que la percepción sufre una profunda sacudida cuando nos colocamos en estados de quietud en la oscuridad. Nuestros oídos toman entonces la delantera y pueden percibirse las señales de todas las entidades vivientes y existentes en torno a nosotros: no sólo con los oídos, sino con una combinación de los sentidos auditivo y visual, en ese orden. Decía que en la oscuridad, especialmente mientras uno se halla suspendido, los ojos se vuelven subsidiarios de los oídos.

La Gorda y yo descubrimos que Silvio Manuel tenía absoluta razón. A través del tercer no-hacer, Silvio Manuel dio una nueva dimensión a nuestra percepción del mundo que nos rodea.

Después nos dijo a la Gorda y a mi que el siguiente grupo de tres no-haceres sería intrínsecamente distinto y más complejo. Éstos tenían que ver con el aprendizaje de cómo manipular el otro mundo. Era obligatorio incrementar su efecto cambiando la hora de acción al crepúsculo matutino o vespertino. Nos dijo que el primer no-hacer del segundo grupo tenía dos fases. En la primera debíamos llegar al más profundo estado de conciencia acrecentada a fin de percibir la pared de niebla. Una vez que esto se lograba, la segunda fase consistía en hacer que la pared dejara de girar para así poder uno aventurarse en el mundo que se hallaba entre las líneas paralelas.

Nos advirtió que su meta era colocarnos directamente en la segunda atención, sin ninguna preparación intelectual. Quería que aprendiéramos lo sutil y compleja que es, sin comprender racionalmente lo que estábamos haciendo. Su tema era que un venado mágico o un coyote mágico maneja la segunda atención sin intelecto. A través de la práctica forzada de viajar al otro lado de la pared de niebla íbamos a sufrir, tarde o temprano, una alteración permanente de nuestro ser total, y esa alteración nos haría aceptar que el mundo que se halla entre las líneas paralelas es real, porque forma parte de la totalidad del mundo, así como nuestro cuerpo luminoso es parte de la totalidad de nuestro ser.

Silvio Manuel también dijo que nos usaba a la Gorda y a mí para explorar la posibilidad de que algún día pudiéramos ayudar a los otros aprendices introduciéndolos en el otro mundo, en cuyo caso ellos acompañarían al nagual Juan Matus y a su grupo en el viaje definitivo. Razonaba que puesto que la mujer nagual debía abandonar este mundo con el nagual Juan Matus y sus guerreros, los aprendices tenían que seguirla porque ella era su única guía en ausencia de un hombre nagual. Nos aseguró que la mujer nagual confiaba en nosotros, y que por esa razón supervisaba nuestro trabajo.

Silvio Manuel hizo que la Gorda y yo tomáramos asiento en el suelo del área trasera de su casa, donde habíamos llevado a cabo los otros no-haceres. No necesitamos la ayuda de don Juan para entrar en nuestro más profundo estado de conciencia acrecentada Casi en el acto vi la pared de niebla. La Gorda la vio también, pero, por más que tratábamos, no podíamos detener la rotación de ésta. Cada vez que movía mi cabeza, la pared se desplazaba con ella.

La mujer nagual pudo detenerla y atravesarla sin ayuda de nadie, pero por más esfuerzos que hizo no logró transportarnos a nosotros dos con ella. Por último, don Juan y Silvio Manuel tuvieron que detener la pared y empujarnos físicamente a través de ella. La sensación que tuve al entrar en esa pared de niebla fue que a mi cuerpo lo torcían como las trenzas de una cuerda.

En el otro lado se hallaba el horrible valle desolado, con pequeñas dunas redondas de arena. Había unas nubes amarillas muy bajas en torno a nosotros, pero ningún cielo, ningún horizonte; bancos de pálido vapor amarillo impedían la visibilidad. Caminar era muy difícil. La presión parecía mucho mayor que aquella a la que mi cuerpo está acostumbrado. La Gorda y yo caminamos sin rumbo, pero la mujer nagual parecía saber hacia dónde se dirigía. Mientras más lejos nos íbamos de la pared, más oscuro era todo y más difícil resultaba avanzar. La Gorda y yo no pudimos ya seguir caminando erectos. Tuvimos que gatear. Perdí mi fuerza, y a la Gorda le pasó lo mismo; la mujer nagual tuvo que arrastrarnos para que pudiéramos regresar a la pared y salir de ella.