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Silvio Manuel cruzó el puente, seguido por Eligio, quien ni siquiera me miró. Junté a los seis aprendices en un grupo compacto en el lado norte del puente. Todos estaban aterrorizados; se desprendieron de mí y empezaron a correr en distintas direcciones. Atrapé a las tres mujeres una a una y logré entregárselas a Silvio Manuel. Él las detuvo a la entrada de la hendidura entre los mundos. Los tres hombres fueron demasiado rápidos para mí. Estaba muy cansado para perseguirlos.

Miré a don Juan, al otro lado del puente, en busca de guía.

Él y el resto de sus guerreros y la mujer nagual formaban un grupo compacto y me instaban con gestos a que corriera tras las mujeres y los hombres, riendo de mis torpes intentos. Don Juan hizo un gesto con la cabeza para indicarme que no hiciera caso de los tres hombres y cruzara con la Gorda hacia Silvio Manuel.

Cruzamos. Silvio Manuel y Eligio parecían sostener los lados de una grieta vertical del tamaño de un hombre. Las mujeres corrieron y se ocultaron tras la Gorda. Silvio Manuel nos urgió a todos a que entráramos por la apertura. Lo obedecí. Las mujeres, no. Más allá de la entrada no había nada. Y sin embargo, ésta se hallaba repleta hasta los bordes de algo que no era nada. Mis ojos estaban abiertos, todos mis sentidos se hallaban alertas. Me esforcé tratando de ver en frente de mí. Pero no había nada frente a mí. O, si había algo allí, yo no podía comprender lo que era. Mis sentidos no estaban divididos en los compartimientos que les dan significado. Todo me llegó de golpe, o más bien la nada llegó a mí. Sentí que mi cuerpo era despedazado. Una fuerza desde mi interior empujaba hacia afuera. Yo me hallaba explotando, y no de una manera figurada. De súbito sentí que una mano humana me sacaba de allí antes de ser desintegrado.

La mujer nagual había cruzado para salvarme. Eligio no había podido moverse porque estaba sosteniendo la apertura, y Silvio Manuel tenía sujetas a las cuatro mujeres del cabello, dos en cada mano, listo para echarlas dentro.

Supongo que todo el evento debió de transcurrir cuando menos en un cuarto de hora, pero en ese momento nunca se me ocurrió preocuparme por la gente que pudiera estar cerca del puente. De alguna manera, el tiempo parecía haberse suspendido, de la misma forma como pareció suspenderse cuando regresamos al puente en nuestro viaje a la Ciudad de México.

Silvio Manuel dijo que aunque el atentado de cruzar pareció ser un fracaso, fue un éxito absoluto. Las cuatro mueres si vieron la apertura y, a través de ella, el otro mundo; y lo que yo experimenté allí fue una verdadera sensación de la muerte.

– No hay nada primoroso o pacífico en la muerte -dijo-. Porque el verdadero terror comienza al morir, Con esa incalculable fuerza que sentiste allí, el Águila te exprimirá todos y cada uno de los aleteos de conciencia que has llegado a tener. Después, Silvio Manuel nos preparó a la Gorda y a mí para otro intento. Nos explicó que los sitios de poder en realidad eran agujeros en una especie de palo que evita que el mundo pierda su forma. Un sitio de poder es utilizado cuando uno ha congregado suficiente fuerza en la segunda atención. Nos dijo que la clave para resistir la presencia del Águila era la potencia del intento de uno. Sin intento no había nada. Me dijo que yo debía entender, puesto que yo era el único que había puesto el pie en el otro mundo, que lo que casi me había matado era mi incapacidad para cambiar mi intento. Sin embargo, él estaba confiado en que con una práctica forzada, todos nosotros llegaríamos a alargar nuestro intento. Pero no podía explicar lo que era el intento. Bromeó diciendo que sólo el nagual Juan Matus podría explicarlo…, pero no andaba por allí.

Por desgracia, el siguiente cruce no tuvo lugar, pues yo agoté mi energía. Fue una rápida y devastadora pérdida de vitalidad. De repente me encontré tan débil que me desmayé en casa de Silvio Manuel.

Le pregunté a la Gorda si acaso ella sabía lo que ocurrió después. Yo no tenía ni idea. La Gorda dijo que Silvio Manuel le dijo a todos que el Águila me había echado del grupo, y que finalmente me hallaba listo para que ellos me prepararan a llevar a cabo los designios de mi destino. Su plan era llevarme al mundo que se halla entre las líneas paralelas mientras yo estuviera sin sentido, y dejar que ese mundo me extrajera toda la energía restante e inútil de mi cuerpo. Su idea era correcta a juicio de todos sus compañeros ya que la regla indica que sólo se puede entrar allí consciente de uno mismo. Entrar sin conciencia trae la muerte, puesto que sin ella la fuerza se agota a causa de la presión física de ese mundo.

La Gorda añadió que a ella no la llevaron conmigo. Pero el nagual Juan Matus le había contado que al momento que me hallé vacío de energía vital, prácticamente muerto, todos ellos se turnaron a soplar nueva energía a mi cuerpo. En ese mundo, cualquiera que tiene fuerza puede dársela a los otros soplándosela. Siguiendo la regla me dieron su aliento en todos los lugares donde hay un punto de almacenamiento. Silvio Manuel sopló primero, después la mujer nagual. El resto de mí fue compuesto por todos los miembros del grupo del nagual Juan Matus.

Después de que todos me soplaron su energía, la mujer nagual me sacó de la niebla en casa de Silvio Manuel. Me tendió en el suelo con la cabeza hacia el Sur. La Gorda me dijo que yo parecía estar muerto. Ella y los Genaros y las tres hermanitas estaban allí. La mujer nagual les explicó que yo estaba enfermo, pero que algún día regresaría para ayudarles a encontrar la libertad, porque yo mismo no podría ser libre hasta que ellos lo hicieran. Silvio Manuel luego me dio su aliento y me hizo resucitar. Por esa razón las hermanitas y ella recordaban que él era mi amo. Silvio Manuel me llevó a mi cama y me dejó dormido, como si nada hubiera pasado. Después de que desperté me fui y no regresé. Y luego la Gorda olvidó todo porque ya nadie la volvió a empujar al lado izquierdo. Se fue a vivir al pueblo donde más tarde la encontré con los demás. El nagual Juan Matus y Genaro establecieron dos casas diferentes. Genaro se encargó de los hombres, el nagual Juan Matus cuidó a las mujeres.

Todo lo que yo recordaba era el haberme sentido deprimido y débil. Luego, perdí el conocimiento y, cuando desperté, me hallaba en perfecto control de mí mismo, efervescente, lleno de una energía extraordinaria y desacostumbrada. Mi bienestar se acabó en el momento que don Juan me dijo que tenía que dejar a la mujer nagual y a la Gorda y buscar yo solo el perfeccionamiento de mi atención, hasta el día en que pudiera regresar a ayudar a todos los aprendices. También me dijo que ni me impacientara ni me desalentara, pues el portador o la portadora de la regla se me haría presente a su debido tiempo para así revelarme mi verdadera misión.

Después ya no fui a ver a don Juan durante un largo tiempo. Cuando volví, él continuó haciéndome cambiar de la conciencia del lado derecho a la del izquierdo con dos fines: primero, para que yo pudiera continuar mi relación con sus guerreros y con la mujer nagual; y, segundo, para que él pudiera ponerme bajo el directo tutelaje de Zuleica.

Me dijo que de acuerdo con el plan maestro de Silvio Manuel, había dos tipos de instrucción para mí, uno para el lado derecho, el otro para el izquierdo. La instrucción del lado derecho pertenecía al estado de conciencia normal y su fin era conducirme a la convicción racional de que hay otro tipo de conciencia oculta en los seres humanos. Don Juan se hallaba a cargo de esta instrucción. La del lado izquierdo había sido asignada a Zuleica, estaba relacionada con el estado de conciencia acrecentada y tenía que ver exclusivamente con el manejo de la segunda atención a través del ensueño. De esa manera, cada vez que iba a México pasaba la mitad del tiempo con Zuleica, y la otra mitad con don Juan.