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A medida que fui adquiriendo destreza en la preparación del ensueño, experimenté repetidamente sensaciones que personalmente consideré ser de gran importancia; tal como la sensación de rodar en una zanja, justo en el momento de quedarme dormido. Don Juan nunca me dio a saber que esas eran sensaciones absurdas, y hasta me dejó que las describiera en mis notas. Es sólo ahora que me doy cuenta de cuán absurdo le he de haber parecido. Hoy en día, si yo fuera maestro del arte de ensoñar, desaprobaría absolutamente tal comportamiento. Don Juan no desaprobó nada, solamente se burlaba de mi, llamándome un guerrero fraudulento que profesaba luchar contra la importancia personal, pero que sin embargo escribía un diario muy meticuloso y tremendamente personal, llamado: "Mis sueños".

Cada vez que tenía la oportunidad, don Juan recalcaba que la energía necesaria para liberar nuestra atención de ensueño de la prisión de la socialización se obtiene reorganizando nuestra energía existente. Nada podría haber sido más cierto. El surgimiento de nuestra atención de ensueño es el resultado directo de reformar nuestras vidas. Como don Juan dijo, ya que no tenemos manera alguna de hacer uso de una fuente externa para incrementar nuestra energía, debemos reorganizar la existente mediante cualquier recurso disponible.

Don Juan insistía en que el camino del guerrero es el mejor recurso que existe para engrasar las ruedas de esa reorganización de energía, y que de todas las premisas del camino del guerrero, la más efectiva es "perder la importancia personal". Estaba totalmente convencido de que perder la importancia personal es indispensable para todo lo que hacen los brujos; y por esta razón, puso una enorme presión en guiar a sus estudiantes a cumplir con este requisito. Su opinión era que la importancia personal no es sólo el enemigo acérrimo de los brujos sino también de la humanidad entera.

Don Juan argüía que empleamos la mayor parte de nuestra fuerza en mantener nuestra importancia, y que nuestro desgaste más pernicioso es la compulsiva presentación y defensa del yo; la preocupación acerca de ser o no admirados, queridos, o aceptados. Él sostenía que si fuera posible perder algo de esa importancia, dos cosas extraordinarias nos ocurrirían. Una, liberaríamos nuestra energía de tener que fomentar y sustentar la ilusoria idea de nuestra grandeza; y dos, nos proveeríamos de suficiente energía para entrar en la segunda atención y vislumbrar la verídica grandeza del universo.

Necesité más de dos años de práctica para poder enfocar mi atención de ensueño en cualquier objeto de mis sueños. Me adiestré tanto en ello que me parecía haberlo hecho toda mi vida. Lo más extraordinario era que yo no podía ni tan sólo imaginar el hecho de no haber tenido esa habilidad. Pero al mismo tiempo podía recordar lo difícil que me había sido siquiera tomarlo en serio. Se me ocurrió que la aptitud de examinar el contenido de nuestros sueños debe ser el producto de una configuración natural de nuestro ser, quizá similar a nuestra aptitud de caminar. Estamos físicamente condicionados para caminar bípedamente, pero aun así tenemos que hacer esfuerzos monumentales para aprender a caminar.

Esta nueva capacidad de ver los objetos de mis sueños, a breves vistazos, estaba unida a una irritante insistencia de mi propia parte en recordarme a mí mismo que tenía que hacerlo. Estuve siempre muy consciente de la tendencia compulsiva de mi carácter, pero en mis sueños esa compulsividad se convirtió en algo agraviante. Al escuchar mi engorrosa insistencia en mirar a los objetos de mis sueños, a breves vistazos, comencé a preguntarme si esto era realmente mi compulsividad, o era algo más. Hasta creí que estaba perdiendo la razón.

Le conté a don Juan acerca de esto. Yo había respetado fielmente nuestro acuerdo de que hablaríamos del ensueño únicamente cuando él hiciera mención del tema. Pero esta era una emergencia.

– Cuando te oyes a ti mismo, insistiendo en todo eso, es como si no fueras tú, ¿verdad? -me preguntó.

– Ahora que lo pienso, si. En esos momentos no parece que fuera yo.

– Entonces no eres tú. Aún no es tiempo de explicarlo, pero digamos que no estamos solos en el mundo. Digamos que para los ensoñadores, hay otros mundos disponibles; mundos completos. Algunas veces, entidades energéticas de esos otros mundos completos vienen a nosotros. La próxima vez que oigas durante tus sueños esa molesta insistencia, ponte enojadísimo y grítale que pare.

Como resultado de esta conversación, entré en un nuevo terreno: acordarme de enojarme y gritar en mis sueños. Creo que quizá debido al enorme fastidio que experimentaba, lo hice. La molesta insistencia cesó de inmediato y nunca más se repitió.

– ¿Tienen todos los ensoñadores esta experiencia? -le pregunté a don Juan cuando lo volví a ver.

– Algunos la tienen -contestó indiferentemente.

Empecé a hablarle de cuán extraño era para mí que todo eso se acabara tan repentinamente. Él me interrumpió.

– Ya estás listo para llegar a la segunda compuerta del ensueño -dijo secamente.

Aproveché la oportunidad para hacer preguntas que no había podido hacerle antes. Lo más vívido que tenía en mente era lo que experimenté la primera vez que me hizo ensoñar. Le dije que había observado, a mi regalado gusto los elementos de mis sueños, pero que en mis observaciones no había encontrado, ni de una manera vagamente similar, tal claridad y detalle como aquella vez.

– Mientras más pienso en ello -le dije-, más intrigante se vuelve. Mirando a la gente de ese ensueño, experimenté un miedo y una repugnancia para mí imposibles de olvidar. ¿Qué fue esa sensación, don Juan?

– En mi opinión, tu cuerpo energético se agarró de la energía de ese lugar y le fue muy bien. Naturalmente, sentiste miedo y asco, porque estabas examinando energía forastera por primera vez en tu vida.

"Tienes una propensión a comportarte como los brujos de la antigüedad. A la menor oportunidad, dejas que tu punto de encaje se desplace como le dé la gana. En aquella ocasión tu punto de encaje se desplazó considerablemente. El resultado fue que, como los brujos antiguos, viajaste más allá del mundo que conocemos. Un viaje sumamente real y sumamente peligroso."

Pasé por alto el significado de sus palabras y me enfoqué solamente en lo que a mí me interesaba.

– ¿Estaba esa ciudad en otro planeta? -le pregunté.

– Ensoñar no se puede explicar relacionándolo a cosas que uno sabe o cree saber -dijo-. Todo lo que te puedo decir es que la ciudad que visitaste no estaba en este mundo.

– ¿Entonces, dónde estaba?

– Fuera de este mundo, por supuesto. No eres tan estúpido. Eso fue lo primero que notaste. Lo que te confunde es que no puedes imaginar nada que esté fuera de este mundo.

– ¿Qué es entonces fuera de este mundo, don Juan?

– Créeme, el aspecto más extravagante de la brujería es esa configuración llamada fuera de este mundo. Por ejemplo, tú asumiste que los dos vimos las mismas cosas. La prueba es que nunca me has preguntado qué fue lo que vi. Tú solito viste una ciudad y gente en esa ciudad. Yo no vi nada por el estilo. Yo vi energía. Así que, fuera de este mundo fue en esa ocasión, y únicamente para ti, una ciudad con gente.

– Pero si ese es el caso, don Juan, no era una ciudad real. Únicamente existió para mí, en mi mente.

– No. Ese no es el caso. Ahora quieres tú reducir algo trascendental a algo mundano. No puedes hacer eso. Ese viaje fue real. Tú lo experimentaste como estar andando en una ciudad. Yo lo vi como energía. Ninguno de los dos está en lo cierto, pero tampoco está errado.

– Mi confusión es tremenda cuando usted habla del ensueño en términos de cosas reales. Usted me dijo que estábamos en un lugar real. Pero si era real, ¿cómo es que podemos tener dos versiones de ello?

– Es muy simple. Tenemos dos versiones porque en ese momento teníamos dos porcentajes diferentes de uniformidad y cohesión. Como ya te expliqué, esos dos atributos son la clave de la percepción.