En la orilla de donde había venido vio Jesús, pese a la distancia, una gran reunión de personas y muchas tiendas armadas tras la multitud, como si aquel lugar se hubiera transformado en sede permanente de gente que, no siendo de allí, y por lo tanto sin tener donde dormir, se había visto obligada a organizarse por su cuenta, Jesús encontró el caso curioso y nada más, metió los remos en el agua y orientó la barca en aquella dirección. Al mirar por encima del hombro, observó que estaban empujando algunas barcas hacia el agua y, afinando mejor la vista, reconoció en ellas a Simón y a Andrés, y a Tiago y a Juan, con unos cuantos que no recordaba haber visto, aunque a otros sí, de andar juntos.

En poco tiempo se acercaron, tanto era el empeño con que manejaban los remos, y, llegando lo bastante cerca para ser oídos, gritó Simón, Dónde has estado, lo que quería saber no era esto, claro, pero de algún modo tenía que empezar, Aquí en el mar, respondió Jesús, palabras tan innecesarias unas como otras, en verdad no parecen iniciarse bien las comunicaciones en la nueva época de la vida del hijo de Dios, de María y de José. De ahí a nada saltará Simón a la barca de Jesús, y lo incomprensible, lo imposible, lo absurdo fue conocido, Sabes cuánto tiempo has estado en el mar, en medio de la niebla, sin que pudiéramos echar nuestros barcos al agua, que una fuerza invencible nos empujaba cada vez para atrás, preguntó Simón, Todo el día, fue la respuesta de Jesús, un día y una noche, añadió, para corresponder a la excitación de Simón con una expectativa semejante, Cuarenta días, gritó Simón, y en voz más baja, Cuarenta días estuviste allí, cuarenta días en los que la niebla no se levantó ni un poco, como si quisiera esconder de nuestra vista lo que pasaba en su interior, qué hiciste, que en cuarenta días contados ni un solo pez pudimos sacar del agua. Jesús había dejado a Simón uno de los remos, ahora venían los dos remando y conversando en buen concierto, hombro con hombro, pausado, es lo mejor que hay para una confidencia, por eso, antes de que se acercaran las otras barcas, dijo Jesús, estuve con Dios y sé mi futuro, el tiempo que viviré y la vida después de mi vida, Cómo es, cómo es Dios, quiero decir, Dios no se muestra de una forma, tanto puede aparecer en una nube, en una columna de humo, como venir de judío rico, lo conocemos más bien por la voz, después de haberlo oído una vez, Qué te dijo, que soy su Hijo, Lo confirmó, Sí, lo confirmó, Entonces aquel diablo tenía razón cuando lo de los cerdos, El Diablo también estuvo en la barca, lo presenció todo, parece saber de mí tanto como Dios, pero hay ocasiones en las que pienso que sabe todavía más que Dios, Y dónde, Dónde qué, Dónde estaban ellos, El Diablo en la borda de la barca, ahí mismo, entre tú y Dios, que quedó en el banco de popa, Qué te dijo Dios, Que soy su hijo y que seré crucificado, Vas a las montañas a luchar junto a los bandidos, si vas, vamos contigo, Iréis conmigo, pero no a las montañas, lo que importa no es vencer a César por las armas, sino hacer triunfar a Dios por la palabra, Sólo, Por el ejemplo también, y por el sacrificio de nuestras vidas, cuando sea preciso, Son palabras de tu Padre, A partir de hoy todas mis palabras serán palabras de él, y aquellos que en él crean, en mí creerán, porque no es posible creer en el Padre y no creer en el Hijo, si el nuevo camino que el Padre escogió para sí, sólo en el hijo que yo soy podrá empezar, Has dicho que iríamos contigo, a quién te refieres, A ti, en primer lugar, a Andrés, tu hermano, a los dos hijos de Zebedeo, Tiago y Juan, a propósito, Dios me dijo que enviaría a un hombre llamado Juan para ayudarme, pero ese no debe de ser, No necesitamos más, esto no es un cortejo de Herodes, Otros vendrán, quién sabe si algunos de esos no están ya allí, a la espera de una señal, una señal que Dios manifestará en mí, para que me crean y me sigan aquellos ante quienes él no se deja ver, Qué vas a anunciar a las gentes, Que se arrepientan de sus pecados, que se preparen para el nuevo tiempo de Dios que ahí viene, el tiempo en el que su espada flameante obligará a inclinar el cuello a aquellos que rechazaron su palabra y escupieron sobre ella, Vas a decirles que eres el Hijo de Dios, eso es lo menos que puedes hacer, Diré que mi Padre me llamó Hijo y que llevo esas palabras en el corazón desde que nací, y que ahora vino también Dios a decirme Hijo Mío, un padre no hace olvidar a otro, pero hoy quien ordena es el Padre Dios, obedezcámosle, Entonces, deja el caso en mis manos, Dijo Simón, y, acto seguido, soltó el remo, se fue a la proa de la embarcación y, como ya su voz alcanzase a los de tierra, gritó, Hosanna, llega el Hijo de Dios, estuvo en el mar durante cuarenta días hablando con el Padre, y ahora vuelve a nosotros para que nos arrepintamos y nos preparemos, No digas que también el Diablo estaba allí, avisó rápido Jesús, temeroso de que se hiciera pública una situación que sería muy complicado explicar. Dio Simón un nuevo grito, pero más vibrante, con el que se alborozaron las gentes que en la orilla esperaban, y luego volvió a su lugar, diciéndole a Jesús, Déjame ese remo, y ponte en proa, de pie, pero no digas nada hasta que no estemos en tierra, no digas ni una palabra. Así lo hicieron, Jesús en pie, en la proa de la barca, con su túnica vieja, la alforja vacía al hombro, los brazos medio levantados, como si fuera a saludar o a dar una bendición y lo retuviera la timidez o una falta de confianza en sus propios merecimientos. Entre los que lo esperaban, hubo tres, más impacientes, que se metieron en el agua hasta la cintura y, llegados a la altura de la barca, echaron una mano, empujándola y tirando de ella, a la vez que uno, con la mano libre, intentaba tocar la túnica de Jesús, no porque estuviese convencido de la verdad del anuncio de Simón, sino porque ya le parecía muy notable que hubiera permanecido un hombre en altamar durante cuarenta días, como si hubiera ido al desierto en busca de Dios, y de las entrañas frías de una montaña de niebla regresara ahora, viera o no viera a Dios. Ni qué decir tiene que de otra cosa no se habló por estas aldeas y cercanías, muchos de los que aquí están reunidos vinieron por causa del fenómeno meteorológico, luego oyeron que dentro estaba un hombre, y dijeron, Pobrecillo, La barca quedó varada sin un traqueteo, como si allí la hubieran dejado alas de ángeles. Simón ayudó a Jesús a salir, despidiendo con impaciencia mal reprimida a los tres que se habían metido en el agua y que ya se creían acreedores de diferente pago, Déjalos, dijo Jesús, un día oirán que he muerto y sentirán dolor por no haber podido llevar mi cuerpo muerto, déjales que me ayuden mientras estoy vivo. Jesús se subió a un ribazo y preguntó a los suyos, dónde está María, la vio en el mismo instante en que hacía la pregunta, como si el nombre de ella, pronunciado, la hubiera traído de la nada o de un mar de nieblas, parecía que no estaba allí, pero bastaba decir su nombre y ella venía, Aquí estoy, mi Jesús, Ven a mi lado, que vengan también Simón y Andrés, que vengan Tiago y Juan, los hijos de Zebedeo, estos son los que me conocen y en mí creen, que ya me conocían y creían en mí cuando todavía no podía decirles, y tampoco podía decíroslo a vosotros, que soy el Hijo de Dios nacido, este Hijo que fue llamado por el Padre y que con él estuvo cuarenta días en medio del mar, y que de allí volvió para deciros que son llegados los tiempos del Señor, y que debéis arrepentiros antes de que el Diablo venga a recoger las espigas podridas que hubieran caído de la mies que Dios lleva en su regazo, que esas mieses caídas sois vosotros, si para vuestro mal del amoroso abrazo de Dios queréis huir. Pasó un murmullo por la multitud, rodando sobre las cabezas como aquellas olas que se ven en el mar de tiempo en tiempo, en verdad muchos de los asistentes habían oído hablar de milagros obrados en diversas partes por el que allí está, algunos incluso fueron testigos directos y beneficiarios de estos milagros, Yo comí de aquel pan y de aquellos peces, decía uno, Yo bebí de aquel vino, decía otro, Yo era vecino de aquella adúltera, decía un tercero, pero entre tales acontecimientos, por muy importantes que pudieran haber sido y parecieran, y este supremo y proclamado prodigio de ser Hijo de Dios y, en consecuencia, Dios mismo, va una distancia como de la tierra al cielo, y esa, que se sepa, aún no ha sido, hasta hoy, medida. De entre la multitud llegó entonces una voz, Danos una prueba de que eres el Hijo de Dios y yo te seguiré, Tú me seguirás siempre si tu corazón te trajese a mí, pero tu corazón está aprisionado en un pecho cerrado, por eso me pides una prueba que tus sentidos puedan comprender, pues bien, voy a darte ahora una prueba que dará satisfacción a tus sentidos, pero que tu cabeza rechazará, y, estando tú dividido entre tu cabeza y tus sentidos, no tendrás más remedio que venir a mí por el corazón, Quien pueda entender que entienda, yo no entiendo, dijo el hombre, Cómo te llamas, Tomás, Ven aquí, Tomás, ven conmigo hasta la orilla del agua, ven a ver cómo hago unos pájaros con este barro que cojo a manos llenas, mira, es muy fácil, formo y modelo el cuerpo y las alas, doy forma a la cabeza y al pico, engasto estas piedrecillas, que son los ojos, ajusto las largas plumas de la cola, equilibro las patas y los dedos y, habiéndolo hecho, hago once más, aquí los tienes, uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez, once, doce pajarillos de barro, imagina, hasta podemos, si quieres, darles nombres, éste es Simón, éste es Tiago, éste Andrés, éste Juan, y éste, si no te importa, se llamará Tomás, en cuanto a los otros vamos a esperar a que aparezcan los nombres, que los nombres muchas veces se retrasan en el camino, llegan más tarde, y mira ahora lo que hago, lanzo esta red por encima para que los pájaros no puedan huir, si no tenemos cuidado, Quieres decir con eso que si esta red fuera levantada los pájaros huirían, pregunto incrédulo Tomás, Sí, si levantamos la red, los pájaros huirían, Y ésta es la prueba con la que querías convencerme, Sí y no, Cómo sí y no, La mejor prueba, pero esa no depende de mí, sería que no levantaras tú la red y creyeras que los pájaros huirían al levantarla, Son de barro, no pueden huir, También Adán, nuestro primer padre, era de barro y tú desciendes de él, A Adán le dio vida Dios, No dudes, Tomás, y levanta la red, yo soy el Hijo de Dios, Así lo quisiste, así lo tendrás, estos pájaros no volarán, con un movimiento rápido Tomás levantó la red, y los pájaros, libres, alzaron el vuelo, dieron, entre gorjeos, dos vueltas sobre la multitud maravillada y desaparecieron en el espacio.