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Y pese a todo, ese hombre acosado que vaga por ahí, perseguido por sus propios pasos, ese maldito, ese fratricida, tuvo, como pocos, buenos principios. Que lo diga su madre, que tantas veces lo encontró, sentado en el suelo húmedo del huerto, mirando un pequeño árbol recién plantado, a la espera de verlo crecer. Tenía cuatro o cinco años y quería ver crecer los árboles. Entonces, ella, por lo que se ve más fantasiosa aún que el hijo, le explicó que los árboles son muy tímidos, sólo crecen cuando no los estamos mirando, Es que les da vergüenza, le dijo un día. Durante algunos instantes caín permaneció callado, pensando, pero luego respondió, Entonces no mires, madre, de mí no tienen vergüenza, están acostumbrados. Previendo lo que vendría después, la madre apartó la mirada e inmediatamente la voz del hijo sonó triunfal, Ahora mismo ha crecido, ahora mismo ha crecido, ya te había avisado que no miraras. Esa noche, cuando adán volvió del trabajo, eva, riendo, le contó lo que había pasado, y el marido respondió, Ese muchacho va a llegar lejos. Tal vez hubiera llegado, sí, pero para eso el señor no tendría que haberse cruzado en su camino. Pese a lo cual, ya va demasiado lejos, aunque no en el sentido que el padre le había vaticinado. Arrastrando los pies de cansancio, avanzaba por un erial sin que se le ofrecieran a la vista ni las ruinas de una choza ni señal de vida alguna, una soledad desgarradora que el cielo cubierto aumentaba todavía más con la amenaza de una lluvia inminente. No tendría dónde guarecerse, a no ser debajo de un árbol de entre los pocos que, de tarde en tarde, a medida que caminaba, iban asomando la copa por encima del horizonte próximo. Las ramas, por lo general escasamente pobladas de hojas, no garantizaban protección digna de ese nombre. Fue entonces, con el caer de las primeras gotas, cuando caín se dio cuenta de que tenía la túnica sucia de sangre. Pensó que tal vez la mancha desaparecería con la lluvia, pero luego comprobó que no, que lo mejor sería disimularla con tierra, nadie sería capaz de adivinar lo que se ocultaba debajo, sobre todo teniendo en cuenta que gente con túnicas sucias, llenas de lamparones, era algo que no faltaba por estos lugares. Comenzó a llover con fuerza, poco tiempo después la túnica estaba empapada, del rastro de sangre no se veía ni el menor vestigio, además siempre podía decir, si fuese preguntado, que se trataba de la sangre de un cordero. Sí, dijo caín en voz alta, pero abel no era ningún cordero, era mi hermano, y yo lo he matado. En ese momento no tuvo presente que le había dicho al señor que ambos eran culpables del crimen, pero la memoria no tardó en ayudarlo, por eso añadió, Si el señor, que, según se dice, todo lo sabe y todo lo puede, hubiese hecho desaparecer de allí la quijada del burro, yo no habría matado a abel, y ahora podríamos estar los dos en la puerta de casa viendo caer la lluvia, y abel reconocería que realmente el señor hacía mal no aceptando lo único que yo le podía ofrecer, las simientes y las espigas nacidas de mi afán y de mi sudor, y él todavía estaría vivo, y seríamos tan amigos como siempre lo fuimos. Llorar sobre la leche derramada no es tan inútil como se dice, de alguna manera es un hecho instructivo porque nos muestra la verdadera dimensión de la frivolidad de ciertos procedimientos humanos, ya que, si la leche se ha derramado, derramada está, simplemente hay que limpiarla, pero si abel fue muerto de muerte malvada es porque alguien le quitó la vida. Reflexionar mientras la lluvia nos va cayendo encima no es ciertamente la cosa más cómoda del mundo, quizás por eso de un momento a otro deja de llover, para que caín pueda pensar con comodidad, seguir libremente el curso de su pensamiento hasta ver adonde le conduce. No lo llegaremos a saber nunca, ni nosotros ni él, pues la súbita aparición, como si saliese de la nada, de lo que quedaba de una choza lo distrajo de sus aflicciones y de sus pesares. Quedaban señales de cultivo de la tierra en la parte de atrás de la casa, pero era evidente que los habitantes la habían abandonado hacía mucho tiempo, o quizá no tanto si tenemos en cuenta la fragilidad intrínseca, la precaria cohesión de los materiales de estas humildes moradas, que necesitaban constantes reparaciones para no venirse abajo en una sola estación. Si les falta una mano cuidadosa, la casa difícilmente podrá soportar la acción corrosiva de las intemperies, sobre todo la lluvia que empapa los adobes y el viento que va raspando como si estuviese forrado de lija gruesa. Algunas de las paredes interiores se habían venido abajo, el techo estaba hundido en su mayor parte, apenas sobrevivía una esquina relativamente protegida donde el exhausto caminante se dejó caer. Casi no se podía sostener sobre las piernas, no sólo por lo mucho que había caminado, sino también porque el hambre comenzaba a apretar. El día estaba llegando a su fin, en poco tiempo aparecería la noche. Voy a quedarme aquí, dijo caín en voz alta, según era su costumbre, como si necesitase tranquilizarse a sí mismo, él, a quien nadie amenaza en este momento, él, de quien probablemente ni el propio señor sabe dónde se encuentra. Pese a que el tiempo no estaba demasiado frío, la túnica mojada, pegada a la piel, le hacía tiritar. Pensó que desnudándose mataría dos pájaros de un tiro, primero porque se acabarían los fríos, y también porque la túnica, siendo de un paño más fino que grueso, extendida no tardaría mucho en secarse. Así lo hizo e inmediatamente se sintió mejor. Es verdad que verse desnudo como había venido al mundo no le parecía bien, pero estaba solo, sin testigos, sin nadie que le pudiese tocar. Este pensamiento provocó en él un nuevo estremecimiento, no el mismo, no el que era resultado directo del contacto de la túnica mojada, sino una especie de palpitación en la región del sexo, una ligera rigidez que no tardó en desaparecer, como si se hubiese avergonzado de sí mismo. Caín sabía lo que era aquello, pero, a pesar de su juventud, no le prestaba gran atención o simplemente tenía miedo de que de ahí le llegase más mal que bien. Se enroscó en la esquina, juntando las rodillas con el pecho, y así se durmió. El frío de la madrugada le hizo despertar, alargó el brazo para palpar la túnica, notó que todavía quedaba en ella un resto de humedad, pero, aun así, decidió vestirla, acabaría de secarse en el cuerpo. No tuvo sueños ni pesadillas, durmió como se supone que dormiría una piedra, sin conciencia, sin responsabilidad, sin culpa, aunque al despertar, con la primera luz de la mañana, sus primeras palabras fueron, He matado a mi hermano. Si los tiempos hubieran sido otros, tal vez habría llorado, tal vez se habría desesperado, tal vez se habría dado golpes en el pecho y en la cabeza, pero siendo las cosas lo que son, prácticamente el mundo acaba de ser inaugurado, nos faltan todavía muchas palabras para que comencemos a intentar decir quiénes somos y no siempre daremos con las que mejor lo expliquen, por eso se contentó con repetir las que había pronunciado hasta que perdieran su significado y no fueran más que una serie de sonidos inconexos, unos balbuceos sin sentido. Entonces se dio cuenta de que sí había soñado, no era un sueño precisamente, sino una imagen, la suya, regresando a casa y encontrando al hermano en el umbral de la puerta, a su espera. Así lo recordará durante toda la vida, como si hubiera hecho las paces con su crimen y no hubiese que sufrir más remordimientos.

Salió de la choza y aspiró profundamente el aire frío. El sol todavía no había nacido, pero el cielo ya se iluminaba con delicados tonos de colores, los suficientes para que el árido y monótono paisaje que tenía delante de los ojos, bajo esta primera luz de la mañana, apareciese transfigurado en una especie de jardín del edén sin prohibiciones. Caín no tenía ningún motivo para orientar sus pasos en una dirección determinada, pero instintivamente buscó las señales dejadas antes de haberse desviado hasta la cabaña en la que había pasado la noche. Era fácil, en el fondo le bastaba caminar al encuentro del sol, hacia aquel lado, allí por donde no tardará en asomar. Aparentemente apaciguado por las horas de sueño, el estómago había moderado las contracciones, y sería bueno que se mantuviera en esta disposición porque esperanza de comida próxima no se vislumbraba, ya que, si es cierto que de vez en cuando se topaba con alguna que otra higuera, frutos no tenían, que no era su tiempo. Con un resto de energía que ignoraba poseer todavía, reinició la caminata. El sol ha aparecido, hoy no lloverá, incluso es posible que haga calor. Al cabo de no mucho tiempo comenzó a sentirse otra vez cansado. Tenía que encontrar algo de comer, si no acabaría postrado en este desierto, reducido en pocos días a la osamenta, que de eso se encargarían las aves carroñeras o alguna manada de perros salvajes que hasta ahora todavía no se ha manifestado. Estaba escrito sin embargo que la vida de caín no acabaría aquí, sobre todo porque no habría valido la pena que el señor hubiera empleado tanto tiempo en maldecirlo si era para morir en este páramo. El aviso le llegó de abajo, de los fatigados pies que mucho habían tardado en descubrir que el suelo que pisaban era ya otro, desnudo de vegetación, sin hierbas o cardos que entorpecieran el andar, en fin, para dejarlo todo dicho en pocas palabras, caín, sin saber cómo ni cuándo, había encontrado un camino. Se alegró el pobre errante, pues es norma conocida que una vía de tránsito, estrada, vereda o sendero, acaba conduciendo, más pronto o más tarde, más lejos o más cerca, a un lugar poblado donde tal vez sea posible encontrar trabajo, techo y un trozo de pan que mate tanta hambre. Animado por el súbito descubrimiento, haciendo, como se suele decir, de tripas corazón, buscó fuerzas donde ya no las había y aceleró el paso, siempre a la espera de ver ante él una casa con señales de vida, un hombre montado en un burro o una mujer con un cántaro en la cabeza. Todavía tuvo que andar mucho. El viejo que, por fin, apareció ante él iba a pie y llevaba dos ovejas atadas con una cuerda. Caín lo saludó con las palabras más cordiales de su vocabulario, pero el hombre no le correspondió, Qué marca es esa que llevas en la frente, le preguntó. Sorprendido, caín preguntó a su vez, Qué marca, Ésa, dijo el hombre, llevándose la mano a su propia frente, Es una señal de nacimiento, respondió caín, No debes de ser buena gente, Quién te ha dicho eso, cómo lo sabes, respondió caín imprudentemente, Como dice el refrán antiguo, el diablo que te señaló algún defecto te encontró, No soy mejor ni peor que los demás, busco trabajo, dijo caín tratando de dirigir la conversación hacia el terreno que le convenía, Trabajo por aquí no falta, qué es lo que sabes hacer, preguntó el viejo, Soy agricultor, Ya tenemos suficientes agricultores, por ahí no conseguirás nada, además vienes solo, sin familia, Perdí la mía, La perdiste, cómo, La perdí, simplemente, y no hay nada más que contar, Siendo así, te dejo, no me gusta tu cara ni la señal que tienes en la frente. Ya se apartaba, pero caín lo retuvo, No te vayas, por lo menos dime cómo llaman a estos parajes, Los llaman tierra de nod, Y nod qué quiere decir, Significa tierra de fuga o tierra de los errantes, dime tú, que has llegado hasta aquí, de qué andas huyendo y por qué eres un errante, No le cuento mi vida al primero que encuentro en el camino con dos ovejas atadas con una cuerda, además ni siquiera te conozco, no te debo respeto y no tengo por qué responder a tus preguntas, Volveremos a vernos, Quién sabe, tal vez no encuentre trabajo aquí y tenga que buscar otro destino, Si eres capaz de moldear adobe y levantar una pared, éste es tu destino, Adonde debo ir, preguntó caín, Sigue derecho por esta calle, al fondo hay una plaza, ahí tendrás la respuesta, Adiós, viejo, Adiós, ojalá no llegues tú a serlo, Debajo de las palabras que dices me parece oír otras que callas, Sí, por ejemplo, esa marca que llevas no es de nacimiento, ni te la has hecho a ti mismo, nada de lo dicho aquí es verdadero, Puede ser que mi verdad sea para ti mentira, Puede ser, sí, la duda es el privilegio de quien ha vivido mucho, tal vez por eso no consigues convencerme para que acepte como certeza lo que me suena a falsedad, Quién eres tú, preguntó caín, Cuidado, mozalbete, si me preguntas quién soy yo, estarás reconociendo mi derecho a querer saber quién eres tú, Nada me obliga a decirlo, Vas a entrar en esta ciudad, te vas a quedar aquí, así que más pronto o más tarde todo se sabrá, Sólo cuando tenga que saberse y no por mí, Dime, al menos, cómo te llamas, Abel es mi nombre, dijo caín.