– Me gustaría que hubiéramos encontrado el recibo de un billete para las islas Fiji sobre la mesa -comentó T.J.-. Así podríamos peinar esto a conciencia. No tengo un buen presentimiento sobre nuestro amigo Harris.
Rook suspiró.
– Yo tampoco. Tendremos que seguir buscándolo. No sé si nos ayudaría registrar esto, pero veré lo que puedo hacer para que nos amplíen la orden judicial.
– Si Mayer nos hubiera dicho algo más…
– Tendría que haberlo presionado más.
T.J. se encogió de hombros.
– Por lo que sabemos, quizá inventaba cosas, se cansó y se largó a la playa… o decidió que no quería estar delante cuando te dieras cuenta de que eran todo fantasías.
– Tal vez -musitó Rook, decidido a mantener la mente abierta.
Salieron de la casa. Fuera, unos agentes de uniforme daban un aire oficial a la escena por si algún vecino sentía curiosidad por los hombres que merodeaban por la casa del desacreditado juez. No se había congregado gente. Hacía demasiado calor o los vecinos no querían mostrar a las claras su curiosidad.
– ¿Ésa es tu agente pelirroja? -preguntó T.J.
– La misma -contestó Rook entre dientes.
Mackenzie, en su calidad de marshal, se había abierto paso ante los policías y se hallaba al pie de los escalones. Rook recordó que la había besado la noche anterior. ¿Cómo se le había ocurrido hacer eso?
T.J., que era famoso por su atractivo, bajó los escalones hasta el camino de adoquines.
– Agente Stewart, ¿verdad? Soy T.J. Kowalski.
– Agente especial Kowalski, encantada de conocerlo. Andrew me ha hablado de usted. Todo bueno, por supuesto.
Rook sabía que usaba su nombre de pila, no como una muestra de afecto hacia él, sino para conquistar a T.J. Y al parecer funcionó, pues éste le sonrió.
– Encantado también de conocerla, agente…
– Mackenzie -corrigió ella-. No esperaba encontrar al FBI aquí. ¿Le ha ocurrido algo al juez Mayer?
– No que sepamos. ¿A qué has venido aquí, Mackenzie?
Ella miró a Rook, que seguía en los escalones.
– Harris Mayer y la jueza Peacham son amigos desde hace tiempo. Yo lo conozco muy poco.
– Eso no explica tu presencia aquí.
– No -ella señaló la casa-. ¿No hay ni rastro de él?
T.J. vaciló un instante, como si esperara que interviniera Rook, pero éste no tenía intención de hacer tal cosa. Que Mackenzie se las arreglara para salir sola del lío. T.J. podía lidiar perfectamente con ella.
– No. Ni rastro de él. No está en la casa. ¿Tú sabes dónde está?
– Ni idea -ella entrecerró los ojos-. Bien. Gracias por contestar, T.J. Encantada de conocerte -miró a Rook-. Cuidado con el calor. Ataca por sorpresa.
Volvió a la calle y subió a su coche.
T.J. miró a Rook.
– ¿Quieres que busque una razón para esposarla?
– Tentador -Rook se reunió con él en la acera. Sentía más calor todavía. Antes de salir a la calle, Mackenzie los despidió con la mano y a continuación pisó el acelerador y se largó.
– ¿Crees que sabía que estábamos aquí? -preguntó Rook.
– Cuesta decirlo. No parece muy destrozada por lo del fin de semana.
– Dice que cicatriza deprisa.
– La agente Stewart es una listilla -musitó T.J. con regocijo-. Siempre he sabido que acabarías con una listilla, Rook.
– Sí. Lo que tú digas. Vámonos.
– Tu pelirroja parecía encantada de hablar conmigo. Aunque, por otra parte, yo gusto a la gente. Tengo sentido del humor.
Rook no le hizo caso; echó a andar hacia el coche.
– No te vas a permitir confiar en ella, ¿verdad? -insistió T.J.-. No voy a decir que la culpe por querer saber lo que hacemos. Ella no es sospechosa ni está bajo vigilancia, sólo es amiga de Bernadette Peacham, nuestra jueza federal favorita estos días. Que tampoco es sospechosa. Su ex marido…
– No es un sospechoso -terminó Rook.
– Oficialmente.
– Harris Mayer tampoco lo es, pero no podemos encontrarlo.
– Sí. Eso no me gusta -T.J. abrió la puerta del conductor y miró a Rook a través del techo ardiente del coche-. La agente Stewart se mueve bien para tener una puñalada en el costado. Yo no la infravaloraría.
– No lo hago -murmuró Rook, entrando en el coche. T.J. y él tenían un largo día por delante y ya era hora de ponerse en marcha.
Era ya de noche cuando Rook dejó de trabajar al fin y fue hasta Arlington, dando un rodeo por la casa histórica donde vivía Mackenzie. Aparcó detrás del coche de ella y salió, recordando su optimismo la primera vez que había ido allí unas semanas atrás. La había recogido para ir a cenar en Washington; nada lujoso, sólo una velada para aprender a conocerse.
En el porche de atrás brillaba una luz y había empezado a caer una lluvia fina que formaba una película delgada en los escalones. Rook pensó en volverse e irse a su casa. ¿Qué iba a hacer allí aparte de meterse en más honduras con una mujer a la que había conocido por todas las razones equivocadas?
Se abrió la puerta del porche y salió Mackenzie con el pelo recogido en una coleta alta, como si quisiera domarlo de una vez por todas en aquella humedad. Iba descalza, con pantalón corto y camiseta, y en conjunto parecía aún más pequeña de lo que era.
Echó atrás la cabeza y miró a su visitante.
– Podría haberte disparado y nadie me habría dicho nada. Estoy aquí, herida y sola en una casa aislada, y llegas tú en plan furtivo.
– ¿Te he asustado?
– No, pero por un segundo he pensado que podías ser un fantasma.
– Tú no crees en fantasmas.
– Quédate un par de noches aquí y creerás en ellos -ella se sonrojó y respiró hondo-. Quiero decir a solas. Quédate aquí un par de noches solo y luego me hablas de fantasmas.
– A Nate y su esposa no parecían importarles los fantasmas.
– A Sarah no. Y a Nate le costaría mucho creer que estaba en presencia de algún fantasma -Mackenzie se cruzó de brazos-. ¿Quieres entrar un momento?
Rook dio un paso hacia ella.
– No me quedaré mucho.
La siguió a la cocina. La pequeña mesa estaba llena de platos y distintos objetos, como si ella acabara de abrir una de las cajas amontonadas a lo largo de la pared. Se preguntó si tendría planes para la velada o si pensaba quedarse allí a solas con sus fantasmas.
– Mac, lo de esta tarde en casa de Harris…
– No hay mucho que decir, ¿verdad?
– Queremos encontrarlo.
– Entendido. Si supiera dónde está, te lo diría. Si tuviera alguna idea, te lo diría. Supongo que tampoco lo encontraste en New Hampshire -sacó una silla de debajo de la mesa y se dejó caer en ella-. Oficialmente no se le busca. ¿Te está ofreciendo información? Es tan arrastrado que seguro que sabe muchas cosas.
– No tenemos motivos para creer que tenga nada que ver con tu ataque.
– Me alegra oírlo -ella suspiró-. ¡Maldita sea, Rook! ¿Qué está pasando?
Él vio un rollo de cinta de embalar en el suelo, lo tomó y lo echó en una caja vacía apoyada contra la pared, al lado de las llenas.
– Anoche en casa de la jueza, tú le ocultabas algo. Ella lo sabía, pero no quiso presionarte delante de mí.
– Los del FBI leéis la mente.
– Si es algo que yo deba saber, dímelo. Éste puede ser un buen momento.
Mackenzie se levantó de un salto, pero soltó un gemido y se llevó una mano al costado.
– Vale, todavía no puedo hacer movimientos bruscos para esquivar a agentes del FBI. Dame un par de días más.
– Mac…
– Lo que no le dije anoche a Beanie es personal.
– ¿Estás segura?
– Cal vino aquí y me preguntó por Harris antes de que saliera para New Hampshire. ¿Esos dos han montado algo que haya atraído la atención del FBI?
– Mac -suspiró Rook-. No debería haber venido.
Se hizo un silencio incómodo.
Ella echó a andar hacia la puerta, posiblemente para abrirla para él, pero Rook le tocó el brazo y sintió la misma atracción que había sentido la primera vez que se vieron, cuando la invitó a salir. Le puso la mano bajo la barbilla y le acarició el labio inferior con el pulgar.