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Laurie intentó leer los matices de la expresión de Jack, pero la pantalla de plástico se lo impidió. A pesar de todo, se sentía animada. Al igual que Calvin, se comportaba mejor de lo que ella esperaba, y eso la hacía sentir optimista en varios frentes.

– ¿Y qué hay de esos casos que Dick Katzenburg mencionó ayer? -preguntó Jack-. ¿Han salido como esperabas?

– Sí, al menos por lo que se refiere a los informes de investigación. Estoy esperando que lleguen los historiales clínicos del hospital para poder estar segura.

– Fue un buen descubrimiento. Ayer, cuando cogiste el micrófono e hiciste tu pequeña exposición, me sentí fastidiado porque significaba alargar la tortura de la reunión de los jueves; pero ahora debo reconocer que tenías razón. Si resulta que los casos de Dick se corresponden con los tuyos, el número se multiplica por dos, lo cual arroja serias sombras sobre AmeriCare, ¿no crees?

– No tengo ni idea de lo puede suponer para AmeriCare -contestó Laurie, sorprendida por la locuacidad de Jack. Incluso eso le daba ánimos.

– Bueno, como suele decirse: «Algo huele a podrido en Dinamarca». Trece casos significa que no hay sitio para las coincidencias. De todas maneras resulta interesante que no hayamos encontrado un arma del crimen común a todos ellos, y esa es la razón por la que me resisto a respaldar tu tesis del homicidio, aunque cada vez me parece más probable. Dime: ¿todos los casos se produjeron en la unidad de cuidados intensivos o en la de reanimación tras la anestesia?

– No sé en los de Dick, pero los míos no ocurrieron en ninguno de los dos sitios, sino en las habitaciones de los pacientes. ¿Por qué lo preguntas? ¿Dónde encontraron a Mulhausen?

– Estaba en una habitación normal. No sé por qué lo pregunto. Puede que manejen los medicamentos de forma distinta en cuidados intensivos o en reanimación que en una planta normal. En realidad estoy pensando si puede haberse producido algún tipo de error, como que recibieran la medicación equivocada. No es más que otra posibilidad.

– Gracias por la idea -dijo Laurie sin gran convicción-. La tendré en cuenta.

– También creo que has de seguir presionando a Toxicología. Estoy convencido de que al final será la que nos saque las castañas del fuego.

– Eso es fácil de decir, pero no sé qué más puedo hacer. Peter Letterman ha mirado en todas partes buscando hasta lo más insignificante. Ayer me habló de intentar rastrear no sé qué increíble toxina procedente de una rana de Sudamérica.

– ¡Caramba, sí que suena exótico! Eso me recuerda el dicho «Cuando oigas ruido de cascos, piensa en caballos, no en cebras». Algo ha interrumpido las funciones cardíacas de esos sujetos. No puedo evitar creer que ha de tratarse de algún medicamento que provoca arritmia. Dónde o cómo lo consigan, es otra historia.

– Pero algo así sin duda aparecería en las pruebas de toxicología.

– Eso es cierto -reconoció Jack-. ¿Y qué hay de algún contaminante en su vía intravenosa? ¿Tenían todos una?

Laurie reflexionó unos instantes.

– Ahora que lo mencionas, sí. Pero no es infrecuente porque a la mayoría de los que han sido operados se les deja una vía puesta al menos hasta veinticuatro horas después. En cuanto a lo del contaminante en el fluido intravenoso, ya pensé en ello, pero es poco probable. Si se hubiera tratado de un contaminante, tendríamos más casos y no se limitarían solo a los pacientes más jóvenes y sanos ni a los que han sido objeto de cirugía electiva.

– No creo que de antemano debamos descartar nada -dijo Jack-, lo cual me recuerda la pregunta sobre los electrolitos que te hizo ayer nuestro colega de Staten Island cuando hiciste tu exposición. Le dijiste que todos los niveles eran normales. ¿Era cierto?

– Absolutamente. Insistí a Peter para que lo comprobara especialmente, y me informó que eran normales.

– Bueno, parece de verdad que has cubierto todas las posibilidades -dijo Jack-. Acabaré con este tal Mulhausen para asegurarme de que no hay coágulos ni presenta patología cardíaca alguna. -Situó el escalpelo y se inclinó sobre el cuerpo.

– Sí, he intentado pensar en todas las posibilidades -repuso Laurie. Luego, tras un momento de vacilación, añadió-: Jack, ¿podría hablar un momento contigo de un asunto algo más personal?

– ¡Oh, por amor de Dios! -exclamó Vinnie, que se había estado moviendo impacientemente durante toda la conversación de Jack y Laurie-. ¿Es que no podemos acabar esta maldita autopsia de una vez?

Jack se irguió y miró a Laurie.

– ¿De qué quieres hablar?

Laurie miró a Vinnie. Se sentía incómoda en su presencia, especialmente tras su exabrupto.

Jack se percató de la reacción de Laurie.

– No te preocupes por Vinnie. Por mucho que me ayude como asistente, puedes hacer como si no estuviera. Yo lo hago siempre.

– Muy gracioso -replicó Vinnie-. ¿Por qué no me río?

– La verdad -dijo Laurie-, es que no pretendía que hablásemos ahora. Lo que me gustaría es quedar para vernos porque tengo cosas importantes que contarte.

Jack no respondió de inmediato, sino que se quedó mirándola a través de la máscara de plástico.

– A ver, deja que lo adivine: te vas a casar y quieres que haga de dama de honor.

Vinnie soltó tal carcajada que pareció que se ahogaba.

– Jack -dijo Laurie manteniendo un tono tranquilo no sin dificultad-, estoy intentando hablarte en serio.

– Y yo también -consiguió articular él-. Ya que no has negado lo de las nupcias, me doy por informado, pero me temo que voy a tener que declinar el papel de dama de honor.

– ¡Jack, no voy a casarme! Tengo que hablar contigo sobre algo que nos afecta a los dos.

– De acuerdo, soy todo oídos.

– No tengo intención de decirte nada en la sala de autopsias.

Jack hizo un gesto abarcando el lugar con todos sus siniestros detalles.

– ¿Qué tiene de malo? Yo me siento como en casa.

– ¡Jack! ¿No puedes hablar en serio por un momento? Te he dicho que es importante.

– Bien, conforme. ¿Qué otro entorno tenemos a nuestra disposición que satisfaga tus necesidades? Si me das media hora más o menos puedo reunirme contigo en la sala de identificación y allí podríamos charlar agradablemente alrededor de una taza de café de Vinnie. El único problema es que los demás se presentarán a trabajar en cualquier momento. Quizá prefieras una cita en nuestra preciosa cafetería con vistas y poder disfrutar de cualquiera de las exquisiteces de nuestras máquinas de bebidas. Allí podríamos codearnos con los bedeles y demás personal de alcurnia.

Laurie contempló a Jack lo mejor que pudo a través de la pantalla de plástico. Aquella vuelta al sarcasmo había apoyado su anterior optimismo acerca de que fuera a mostrarse receptivo; pero, aun así, insistió.

– Lo que esperaba era que pudiéramos ir a cenar esta noche, preferentemente a Elios si es que podemos reservar. -Elios era un restaurante que había desempeñado cierto papel en la larga relación de los dos.

Jack la contempló durante un largo momento. Aunque el día antes no había dado excesivo crédito a los comentarios de Lou sobre ella, de repente se preguntó si no habría en ellos un atisbo de verdad. Al mismo tiempo se recordó que no estaba de humor para más humillaciones.

– ¿Qué pasa con Romeo esta noche? ¿Está enfermo o qué?

Vinnie soltó una risita que a duras penas controló cuando Laurie lo fulminó con la mirada.

– Mira, no lo sé -continuó Jack-, es la clase de noticia que me coge desprevenido porque esta noche tenía pensado llevarme a la bolera a unas monjas que están de visita.

Vinnie no pudo contenerse y se alejó.

– ¿No podrías tomártelo en serio por un momento? -insistió Laurie-. No me lo estás poniendo fácil.

– ¿Que no te lo estoy poniendo fácil? -preguntó Jack desdeñosamente-. Pues como cambio no está mal. Llevo meses intentando quedar contigo alguna noche, pero siempre estás ocupada con algún acontecimiento cultural de la máxima importancia.