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– Aun así, es efectiva -repuso Dave.

Dave no llegaba a la treintena, la mitad de años de Bob. Era de complexión menos corpulenta, pero igual de atlético. Había sido reclutado por su superior en la cárcel, donde ambos habían pasado una temporada; Bob por casi matar a un homosexual que había cometido el error de acercársele en un bar; y Dave, simplemente por hurto.

– Es la mejor que tenemos -contestó Bob-. Por eso no sé qué hacer. Con Rakoczi no hay vacilaciones. Le damos un nombre y, ¡paf!, la persona es despachada esa misma noche. Ni una sola vez ha venido con excusas o dudas como las que hemos tenido que aguantar en los demás; pero, tal como le he dado a entender, me temo que sea de gatillo fácil.

– ¿Crees que estuvo implicada en el asesinato de la enfermera?

– Si te digo la verdad, no tengo ni idea, aunque no lo descarto. Al mismo tiempo, me consta que no lo haría por unos simples cincuenta billetes, así que puede que fuera realmente un asalto. No lo sé. Confiaba en averiguarlo sorprendiéndola.

– No reaccionó especialmente cuando mencionaste el nombre de la enfermera, pero después pareció enfadarse.

– A mí me dio la misma impresión, pero no sé cómo interpretarlo. Como la mayoría de nuestros agentes, tiene un historial de no llevarse bien con sus superiores, así que la noticia de la muerte de Chapman puede que le diera una alegría por no tener que soportarla más. -Bob puso en marcha el vehículo y maniobró para salir de la plaza de aparcamiento-. Creo que vamos a tener que esperar y ver qué pasa. -Una vez fuera, puso la directa y enfiló hacia la rampa-. Si se produce algún otro tiroteo accidenta] tendremos que sospechar lo peor y ella deberá desaparecer. Si eso ocurre, tú serás el hombre.

– Sí, lo sé -repuso Dave-. Por eso le pregunté sobre sus costumbres.

– Eso supuse -comentó Bob acercándose a la garita-, pero no te tomes demasiado al pie de la letra lo que te ha dicho. La gente como Rakoczi tiene tantos reparos a mentir como a limpiarse los zapatos.

Dave asintió, pero le daba igual. Las solitarias costumbres de Jasmine Rakoczi le facilitarían tener que ocuparse de ella.

13

Laurie cubrió el dispositivo con su pequeña tapa de plástico cuando creyó que ya estaba adecuadamente saturado y lo dejó en el borde del lavabo. De ningún modo estaba dispuesta a quedarse sentada para verlo el tiempo que hacía falta; por lo tanto, se metió en la ducha, se enjabonó con gel y se dio champú en el pelo. Luego, se quedó unos minutos bajo el chorro de agua, dejando que le cayera como una cascada por la cabeza.

Había tenido una noche muy agitada porque su mente había sido incapaz de desconectar. Había dormido, pero a rachas y agobiada por sueños inquietantes, incluyendo la recurrente pesadilla de su hermano hundiéndose en el fango. Al sonar el despertador había sentido un cierto alivio por el hecho de que la larga noche hubiera acabado. Apenas se encontraba descansada, pero prefirió salir de la cama. Las sábanas y las mantas estaban en completo desorden por lo mucho que se había movido y parecía como si hubiera participado en una pelea de lucha libre. Al igual que las dos mañanas anteriores, había notado una leve náusea al incorporarse.

Cuando cerró el grifo de la ducha todavía le duraba, aunque levemente. De todas maneras, suponía que volvería a encontrarse bien después de haber desayunado algo.

Salió y se situó en la alfombra de baño. Se secó y, metiendo la cabeza en la ducha, agitó su espesa melena igual que un perro saliendo del agua. A continuación, se lo secó vigorosamente y se lo envolvió con una toalla. Solo entonces se atrevió a mirar a la inocente pieza de plástico que había dejado al lado del lavabo.

Contuvo el aliento. Con dedos ligeramente temblorosos cogió el dispositivo como si sostenerlo cerca pudiera cambiar el resultado. Pero no. En la pequeña ventana de plástico se veían dos líneas rosadas. Laurie cerró los ojos con fuerza y los mantuvo así unos segundos. Cuando volvió a abrirlos, las líneas seguían allí. No se las había inventado. Habiendo leído a fondo las instrucciones del envase, sabía que la prueba había dado positivo: ¡estaba embarazada!

Con las rodillas que apenas la sostenían, Laurie bajó la tapa del inodoro y se sentó. Por un momento se sintió totalmente abrumada. En poco tiempo habían sucedido demasiados acontecimientos desconcertantes. Todo había empezado con su semirruptura con Jack, seguida rápidamente por el cáncer de su madre, el gen BRCA-1 mutante y por fin el torbellino de su relación con Roger. Y en esos momentos se veía arrastrada a otro conflicto potencial. Casi toda la vida había soñado lo que sería verse embarazada, pero una vez que lo estaba no sabía qué sentir. Era como si toda su vida girara sin control.

Volvió a dejar el dispositivo de análisis en el lavabo y miró la caja, que había dejado en el cesto. Una vez más se sintió tentada de culpar al mensajero, como si el estar embarazada fuera culpa de la prueba de embarazo. Habría podido hacerla la noche antes, pero había leído que era más fiable a primera hora de la mañana. Por lo tanto, esperó. Se le hacía evidente que estaba posponiéndolo y que había intentado aplazar lo inevitable. Cuando la posibilidad de hallarse embarazada se le ocurrió por primera vez, en el despacho de Roger, su convencimiento ya fue casi total. Al fin y al cabo, explicaba perfectamente las náuseas matutinas que tan tontamente había atribuido a las vieiras.

Laurie meneó la cabeza con consternación. El hecho de que estar embarazada le hubiera supuesto tamaña sorpresa era un ejemplo más de su costumbre de apartar de su mente los asuntos desagradables. Recordaba claramente haber pensado hacía tres semanas que no le había llegado la regla; pero, con todo lo que estaba ocurriendo, había optado por no darle importancia. Al fin y al cabo, la regla le había faltado otras veces, especialmente en situaciones de estrés, y en esos momentos de su vida, lo que le faltaba no era precisamente estrés.

Bajando la cabeza para contemplarse el vientre, Laurie intentó asimilar que allí dentro se estaba desarrollando la vida de una criatura. Aunque la idea siempre le había parecido natural, en esos momentos en que se había convertido en realidad, se le antojaba tan formidable que desafiaba su credulidad. Enseguida supo cuándo había tenido lugar la concepción. Tuvo que haber sido aquella madrugada en que tanto ella como Jack se encontraron extrañamente despiertos en plena noche. Al principio habían tenido cuidado de no molestarse el uno al otro; pero, cuando descubrieron que los dos estaban despiertos, empezaron a charlar. La charla llevó a las caricias, y las caricias condujeron al abrazo. El coito resultante fue de lo más natural y satisfactorio; sin embargo, más tarde, cuando Laurie se vio todavía despierta, la intensidad del acto amoroso hizo que irónicamente comprendiera qué era lo que le faltaba: una familia con hijos. La mayor paradoja residía en que aquel acto sexual había engendrado al niño que ella tanto deseaba, aunque sin el matrimonio.

Laurie se puso en pie y se contempló de perfil en el espejo intentando distinguir la más mínima protuberancia en su vientre, pero enseguida se rió abiertamente de sí misma. Sabía que, a las cinco semanas, un embrión no pasaba de unos ocho milímetros, lo cual no era suficiente para provocar cambios externos visibles.

De repente, Laurie dejó de reír y se miró a los ojos en el espejo. Estar embarazada en sus circunstancias no era para tomárselo a risa, sino un error que podía acarrear graves consecuencias para su vida y también para la de otros. Aquella línea de pensamiento la llevó a preguntarse cómo podía haber ocurrido. Siempre había tenido cuidado de evitar hacer el amor los días en que podía ser fértil. ¿Dónde había estado el error? Volvió a recordar aquella noche y casi al instante lo comprendió: a las dos de la mañana, ya era técnicamente el día siguiente. El día antes había sido el décimo y seguramente no tendría que haber pasado nada; pero no al undécimo.