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– Bueno, puede que el de Queens no haya sido su primer hospital.

– Tienes razón -contestó Laurie sintiendo un escalofrío-. No se me había ocurrido.

– Me pondré a trabajar de inmediato -le prometió Roger.

– Yo estoy de guardia todo el fin de semana, lo cual significa que seguramente andaré por la oficina, así que llámame allí. Estaré encantada de hacer todo lo que pueda para ayudar. Sé que no será tan fácil como decía.

– Ya veremos. Puede que logre encontrar al especialista en informática capaz de ayudarnos. -Roger ordenó las páginas que Laurie le había entregado-. Y ahora tengo algo interesante que contarte de nuestros casos: por casualidad he encontrado un curioso punto común.

– Ah, ¿sí? -preguntó Laurie, fascinada-. Dime cuál.

– A ver, no pretendo que sea importante, pero se da en los siete casos, incluyendo el de Mulhausen la noche pasada. Todos ellos eran clientes recientes de AmeriCare y habían suscrito sus planes de salud hacía menos de un año. La verdad es que lo descubrí por casualidad al mirar sus números de póliza.

Durante unos segundos, Laurie miró fijamente a Roger, y él le devolvió la mirada. Reflexionó sobre lo que él acababa de decirle intentando relacionarlo con algo. No se le ocurrió nada, pero se acordó del comentario de Jack durante la conferencia del jueves, cuando se enteró de que el St. Francis, que pertenecía a AmeriCare, había tenido unos fallecimientos similares. Jack había dicho: «La trama se complica». Ella no había tenido ocasión de preguntarle qué había querido decir y tampoco había insistido por la mañana cuando él había dicho que los nuevos casos arrojaban «serias sombras sobre AmeriCare». Pero, tras el comentario de Roger, deseaba con más impaciencia que nunca que se lo explicara. A pesar de que le constaba que Jack sentía especial aversión por AmeriCare, también sabía que era inteligente e intuitivo.

– La verdad es que no sé si esto tiene importancia -repitió Roger-, pero resulta curioso.

– Entonces ha de ser significativo en un sentido u otro -repuso Laurie-, pero no sé en cuál. Todas las víctimas eran jóvenes y saludables, y ese es el tipo de cliente que más busca AmeriCare, así que perderlos va en contra de sus intereses.

– Lo sé. No tiene sentido, pero creí que debía decírtelo de todos modos.

– Te agradezco que lo hayas hecho -dijo Laurie, poniéndose en pie-. Bueno, tengo que marcharme. La razón de que no haya hecho la autopsia de Mulhausen es que se supone que debía ir directamente a mi despacho y firmar las actas de defunción de McGillin y Morgan certificando que son muertes naturales.

– ¡No vayas tan deprisa! -dijo Roger cogiéndola del brazo y obligándola a sentarse casi sin esfuerzo-. No te vas a escapar tan fácilmente. Primero dime quién te está obligando a certificar que esos casos son muertes naturales.

– Calvin Washington, el subdirector. Asegura que Bingham, su jefe, está recibiendo presiones del ayuntamiento.

Roger movió la cabeza con expresión de disgusto.

– No me sorprende si tengo en cuenta lo que el presidente de este hospital me dijo ayer lo mismo. Me comentó que por mi propio bien me convenía saber que AmeriCare quiere que este problema pase inadvertido.

– No es para sorprenderse. Este caso sería la pesadilla de cualquier relaciones públicas; pero ¿cómo es que ha podido llegar a los despachos del ayuntamiento?

– Yo soy nuevo en la organización, pero tengo la impresión de que AmeriCare dedica mucho esfuerzo a tener buenos contactos políticos, como demuestra el contrato con los funcionarios de la ciudad. No hace falta que te recuerde que la sanidad es un gran negocio y que siempre hay cantidad de tejemanejes en todos los asuntos.

Laurie asintió como si lo comprendiera, pero no era así.

– Voy a firmar lo que me han pedido; pero confío en que, con tu ayuda, pueda corregir esos certificados en un futuro cercano.

– Bueno, ya está bien de hablar de trabajo -dijo Roger-. Es más importante que me digas cómo estás. He estado muy preocupado, de verdad, y he tenido que refrenar mis ganas de llamarte cada cinco minutos.

– Lamento haberte dado quebraderos de cabeza -repuso Laurie mientras su mente buscaba frenéticamente la forma de tranquilizar a Roger sin mentir ni tener que contarle la raíz del problema-, pero, tal como te dije ayer, voy tirando. Es que estoy pasando por una época difícil.

– Lo entiendo. Estuve intentando imaginar lo que se debe de sentir cuando te dicen que eres portador de un gen que se asocia al desarrollo de tumores cancerígenos y luego te dicen que ya te puedes marchar. El campo de la medicina genética debería buscar un mejor modo de presentar ese tipo de información a sus pacientes, y también buscarles remedios razonables.

– Como alguien que está pasando por ello, tengo que estar de acuerdo, aunque la asistenta social lo intentó. De todas maneras, la medicina siempre ha funcionado igual en este país: la tecnología ha sido su motor principal y se ha descuidado la atención personalizada al paciente.

– Ojalá supiera cómo ayudarte mejor.

– Me parece que, de momento, no puedes. Me hallo atrapada en mi calvario personal. De todos modos, eso no significa que no aprecie tus desvelos y el hecho de que me has apoyado.

– ¿Qué hay de esta noche? ¿Y si nos vemos?

Laurie contempló los claros ojos de Roger. Le disgustaba no ser más franca con él, pero no podía decirle que estaba embarazada y que iba a cenar con Jack porque entre los dos habían concebido una criatura. No se debía a que no se creyera capaz de manejar esa situación -porque lo era-, sino a su sentido de lo personal: hasta que lo hubiera hablado con Jack no estaba dispuesta a compartirlo con nadie más, ni siquiera con alguien a quien apreciaba, como Roger.

– Podríamos cenar temprano -insistió él-. Ni siquiera tenemos que hablar del asunto del gen si no quieres. Puede que incluso ya tenga alguna información sobre el personal del St. Francis. Quiero decir que, a pesar de ser viernes, es posible que consiga algo.

– Roger, con todo lo que me ha ocurrido últimamente, necesito cierto espacio para mí, al menos durante unos días. Ese es el tipo de ayuda que me hace falta. ¿Crees que puedes soportarlo?

– Sí, pero no me gusta.

– Aprecio tu comprensión. Gracias. -Laurie se puso nuevamente en pie, y Roger hizo lo mismo.

– ¿Puedo llamarte al menos?

– Supongo que sí, pero no sé hasta qué punto tendré ganas de hablar. Quizá fuera mejor que yo te llamara. Me lo quiero tomar con calma.

Roger asintió, Laurie también, y se produjo un instante de incómodo silencio hasta que él le dio otro abrazo. La respuesta de Laurie fue tan contenida como la de antes: le sonrió brevemente y se dispuso a marcharse.

– Una pregunta más -dijo Roger interponiéndose entre ella y la puerta-, esta «época difícil» de la que has hablado, ¿tiene algo que ver con el hecho de que yo aún esté casado?

– Para serte sincera, supongo que un poco -admitió Laurie.

– Desde luego lamento no habértelo dicho, y lo siento. Sé que tendría que haberlo hecho mucho antes, pero al principio me pareció que era pecar de presuntuoso pensar que pudiera interesarte. Me refiero a que, por mi parte, he llegado a no darle importancia. Luego, cuando empezamos a salir y me enamoré de ti, comprendí que te importaría, pero me sentía incómodo por no habértelo dicho antes.

– Gracias por disculparte y explicármelo. Estoy segura de que ayudará a que nos olvidemos del tema.

– Eso espero -dijo Roger, dándole un cariñoso apretón en el hombro y abriendo la puerta del despacho-. Ya hablaremos.

Laurie asintió.

– Claro -convino. Acto seguido, se marchó.

Roger observó a Laurie caminar entre las mesas y dirigirse hacia el largo pasillo. La observó hasta que la perdió de vista; luego, cerró la puerta de su despacho. Mientras volvía a su escritorio y tomaba asiento, el perfume de Laurie flotaba todavía en el ambiente como un encantamiento. Roger estaba preocupado por ella e inquieto por haber estropeado su relación al no haber sido del todo franco. Seguía guardándose aspectos que Laurie tenía derecho a saber si su relación iba a prosperar; pero, lo peor era que no le había dicho la verdad sobre cuestiones de las que ya le había hablado. Al contrario de lo que había dado a entender, existían aspectos no resueltos en su relación con su ex esposa, que incluían un amor que no había muerto del todo, detalle que no había tenido el valor de confesar a Laurie a pesar de que ella sí lo había hecho al hablarle sobre Jack.