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– ¿Fue robada, violada o ambas cosas?

– Simplemente robada. Al menos eso parece. Sus tarjetas de crédito estaban en el suelo. Su marido dice que no cree que llevara más de cincuenta dólares en el bolso. Ha perdido la vida por esa miserable cantidad.

– Lo lamento.

– No tanto como voy a lamentarlo yo si no averiguo algo. ¿Qué hay de Jack? Cuando he subido no estaba en su despacho.

– No. Está en el foso. O al menos lo estaba hace media hora, cuando yo salí.

Lou se levantó y dejó la silla de Riva en su sitio.

– Espera un momento -dijo Laurie-. Ya que estás aquí, hay algo que quiero contarte.

– ¿Sí? ¿De qué se trata?

Laurie le contó brevemente la historia de los seis casos. Lo hizo por encima, pero fue suficiente para que el detective volviera a coger la silla de Riva y tomara asiento.

– O sea, que en realidad crees que esos casos son homicidios -dijo Lou cuando ella hubo terminado.

Laurie dejó escapar una risita para sus adentros.

– La verdad es que no estoy segura.

– Pero me has dicho que crees que alguien hizo algo a esos pacientes. Eso es homicidio.

– Lo sé -contestó Laurie-. El problema es que no sé hasta qué punto creo que estoy en lo cierto. Deja que te explique: desde esta mañana estoy metida en un proceso de sincerarme conmigo misma que me lleva a replantearme muchas cosas. Durante el último mes y medio he ido de cabeza con Jack, con lo de mi madre y con otras cosas y sé que he estado buscando algo que me distrajera. Esta serie de casos que he descubierto puede entrar de lleno en esa categoría.

Lou asintió en un gesto de comprensión.

– O sea, que también puede ser que estés haciendo una montaña de un grano de arena.

Laurie se encogió de hombros.

– ¿Has compartido tu idea de un asesino múltiple con alguien de aquí?

– Casi con todos los que se han mostrado dispuestos a escuchar, incluyendo a Calvin.

– ¿Y?

– Todos opinan que me estoy precipitando en mis conclusiones porque Toxicología no ha encontrado nada sospechoso como insulina o digitalina que es lo que está documentado que se utilizó en el pasado en aquella serie de asesinatos clínicos. De todas maneras, es inexacto decir que todos están en desacuerdo conmigo: el médico con el que he estado saliendo, que dicho sea de paso se llama Roger y trabaja en el General, me apoya; sin embargo, llevo toda la mañana preguntándome por sus verdaderos motivos. De todas maneras eso es harina de otro costal. Fin de la historia.

– ¿Lo has hablado con Jack?

– Desde luego. Cree que lo estoy inventando.

Lou volvió a ponerse en pie y a guardar la silla de Riva.

– Bueno, mantenme informado. Después de la conspiración de la cocaína que descubriste hace diez años seguramente me fío más de tu intuición que tú misma.

– Fue hace doce años.

Lou se echó a reír.

– Eso demuestra que el tiempo vuela cuando te lo pasas bien.

10

– ¿Qué tal va? -preguntó Jack dando un paso atrás para observar su trabajo.

– Bien, supongo -contestó Lou.

Jack lo había ayudado a enfundarse un traje lunar y a conectar las baterías. En esos momentos podía escuchar el ruido del ventilador enviando aire a través del filtro HEPA.

– ¿Notas la brisa?

– ¡Menuda brisa! No entiendo cómo podéis trabajar todo el día metidos dentro de este invento. Para mí, una vez al mes sería más que suficiente.

– Desde luego, no es la idea que tengo de pasar un buen rato -reconoció Jack metiéndose en su traje-. Cuando estoy de guardia los fines de semana vuelvo subrepticiamente a la vieja bata con mascarilla, pero si Calvin se entera me echa la bronca.

Se pusieron los guantes en la antesala y acto seguido entraron en la zona de autopsias propiamente dicha. Cinco de las ocho mesas se hallaban ocupadas. En la quinta yacían los desnudos restos mortales de Susan Chapman. Vinnie estaba atareado preparando los recipientes de muestras.

– Te acuerdas del detective Soldano, ¿verdad, Vinnie?

– Sí, claro. Bienvenido, teniente.

– Gracias, Vinnie -contestó Lou deteniéndose a unos dos metros de la mesa.

– ¿Te encuentras bien? -le preguntó Jack.

Lou era un observador habitual de las autopsias, de modo que a Jack no le preocupaba que pudiera marearse y caerse de espaldas como sucedía con algunos visitantes. Este no tenía idea de por qué el detective se mantenía a distancia, pero vio que tenía la máscara de plástico empañada, lo cual indicaba que respiraba demasiado fuerte.

– Estoy bien -murmuró Lou-. Es que resulta un poco fuerte ver a alguien a quien conoces tendido ahí, esperando ser destripado igual que un pez.

– No me dijiste que la conocías -comentó Jack.

– Bueno, supongo que puedo estar exagerando. No la conocía íntimamente, pero la había visto un par de veces en casa del capitán O'Rourke.

– Bueno, pues acércate. De lo contrario no vas a ver nada desde ahí.

Lou dio unos vacilantes pasos al frente.

– Se diría que tenía debilidad por los dulces -observó Jack contemplando el cuerpo-. ¿Cuánto ha pesado en la báscula, Vinnie, muchacho?

– Noventa y uno.

Jack soltó un silbido que sonó apagado tras la máscara de plástico.

– Un poco demasiado para un cuerpo que no creo que pase de un metro sesenta.

– Metro sesenta y tres -precisó Vinnie antes de ir a buscar las jeringas al aparador.

– ¡Ya han tenido que corregirme! -bromeó Jack-. De acuerdo, Lou, ilústrame. Me has hecho venir con tantas prisas que no he tenido ni tiempo de leer los informes de los investigadores forenses. ¿Dónde la encontraron?

– Estaba sentada, erguida, en el asiento del conductor de su todoterreno, como si estuviera echando una cabezada. Tenía la cabeza apoyada contra el pecho. Esa fue la razón de que no la descubrieran antes. Hubo gente que la vio, pero pensaron que estaba durmiendo.

– ¿Qué más puedes decirme?

– No mucho. Según parece le dispararon en la parte derecha del pecho.

– ¿Y tu impresión es que se trató de un robo?

– Desde luego lo parecía. Su dinero en efectivo había desaparecido, su cartera y sus tarjetas de crédito estaban tiradas por el suelo, y su ropa, intacta.

– ¿Dónde tenía los brazos?

– Metidos entre los radios del volante.

– ¿De verdad? Qué extraño.

– ¿Por qué, extraño?

– Me suena a que la colocaron en esa posición.

Lou se encogió de hombros.

– Es posible. De ser así, ¿qué te dice?

– Que no es lo corriente en ese tipo de casos de robo. -Jack levantó la mano de la mujer. Una parte del montículo bajo el pulgar había desaparecido dejando una herida en forma de surco. El resto del dedo y de la palma aparecía punteado de múltiples y pequeñas incisiones. Parte del primer metacarpiano resultaba visible a través de ellas-. Mi opinión es que se trata de heridas defensivas.

Lou asintió. Seguía manteniéndose a un paso de la mesa.

Jack levantó el brazo derecho del cadáver. En la zona de la axila había dos pequeños círculos rojos con algunas fibras textiles adheridas. La superficie interior de los círculos tenía el aspecto de carne picada y de ellos surgía un poco de tejido adiposo amarillento.

Vinnie regresó con las jeringas y, tras dejarlas al lado del cadáver, señaló el panel para radiografías de la pared.

– Me olvidaba de deciros que la pasé por rayos X. Tiene dos cápsulas en el pecho que corresponden a las dos heridas de entrada.

– ¡Cuánta razón tienes! -exclamó Jack. Se apartó para ir a ver el panel y observó las radiografías. Lou fue tras él y miró por encima de su hombro. Las dos balas destacaban nítidamente como dos blancos defectos en un campo de moteados tonos grises-. Yo diría que una está alojada en el pulmón izquierdo; y la otra, en el corazón.

– Eso cuadra con los dos casquillos de nueve milímetros hallados en el vehículo -comentó Lou.